Cambian de sexo, pero no de soma
24/ENE.- El sexo y el soma de los humanos forma parte de la Naturaleza. El respeto a la Naturaleza es el valor ético más bajo y fuerte de todos, el primero que debe ser cumplido...
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 715 (24/ENE/2023), Ver portada El Mentidero. en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín de LRP.
Will Thomas era un muchacho americano aficionado a la natación. Pero no conseguía salir de la mediocridad en las competiciones en que intervenía. Tuvo la feliz idea de cambiar de sexo, pero conservando intactos sus músculos masculinos en brazos y piernas. Convertido en la nadadora Lia Thomas, fácilmente consigue ahora el primer puesto compitiendo deslealmente en la natación femenina.
El caso se ha convertido en un escándalo en EE.UU. El gobernador de Florida De Santis ha pedido que sea descalificado, lo mismo que se hace con los atletas que se dopan. De Santis se perfila como posible rival de Trump a la cabeza de los republicanos.
El problema de fondo es dirimir si Lia Thomas es propiamente un ser humano o más bien un monstruo con sexo de mujer y soma de hombre. O más exactamente, una persona humana con un cuerpo monstruoso. Pues está claro que los operadores lógicos y la libertad positiva siguen intactos en su espíritu. No han sido afectados por la operación quirúrgica, que se ha limitado a sustituir unos genitales masculinos por otros femeninos, dejando el resto del cuerpo tal como estaba.
El sexo y el soma de los humanos forma parte de la Naturaleza. El respeto a la Naturaleza es el valor ético más bajo y fuerte de todos, el primero que debe ser cumplido. Establece que hay cosas que «podemos» físicamente hacer, pero «debemos» moralmente no hacer.
Por ejemplo. Si un perro se cruza delante de nuestro coche, es bien fácil matarle o lesionarle pisando el acelerador en vez del freno. Pero un mínimo de educación moral nos dice que debemos pisar el freno y no el acelerador. Evitar la muerte o la lesión del perro es respetar la Naturaleza, pues todo animal forma parte de ella. Es lo menos que se espera de una persona civilizada. «Neminem laedere» dice el Derecho Romano. Habría que ampliar el sentido de la expresión latina a «no hacer daño a la Naturaleza».
Sin embargo, la pérdida masiva de valores en nuestra sociedad sugiere que no contrariemos nuestros deseos e impulsos. Seríamos entonces unos «reprimidos». Si nos entran ganas de matar al perro que se cruza delante de nuestro coche, lo correcto es pisar el acelerador y no el freno. No perder una excelente ocasión de «liberarnos». En el actual Occidente sin valores, si algo es físicamente posible, hacerlo se convierte automáticamente en algo moralmente justificado.
Concretamente, el sexo humano no merece respeto. Podemos hacer con él lo que nos dé la gana. Tenemos derecho a cambiar de sexo, si así nos parece. Más aún, si alguien desea cambiar de sexo, los demás ciudadanos están obligados a pagar la operación mediante los oportunos impuestos. Los que así piensan se llaman a sí mismos «progresistas». Sin duda, lo más aberrante es que consigan que algunos parlamentos aprueben estas leyes contra la Naturaleza, de la que tanto el sexo como el soma humanos forman parte.
Pongamos otro ejemplo. Se cuenta una anécdota entre Mozart y Haydn que, si no es verdadera, es ciertamente «ben trovata». Mozart invita a Haydn a interpretar al piano una breve composición que acaba de terminar. Haydn empieza a tocar, pero de pronto se para y exclama «–No puedo tocar esta nota. Me haría falta un sexto dedo». «–Déjame a mí». Mozart se pone al piano y cuando llega a la nota en cuestión pulsa la tecla correspondiente con la punta de su nariz.
Si la ciencia médica se lo propusiera, supongo que pronto los cirujanos serían capaces de proporcionarnos un sexto dedo. Ahora lo consideramos como una desgraciada anomalía, que sucede de vez en cuando y de ahí viene el apellido «Seisdedos».
Sin duda un pianista sacaría ventaja desleal de hacerse una operación que le dotase de un sexto dedo en las manos. Superaría a todos los demás pianistas normales. Pero entonces nos parecería un monstruo, igual que lo es Lia Thomas, con sexo de mujer y soma de hombre. Aparte de competir de manera desleal, la ventaja del pianista seisdedos sería tan lesiva y contaminante de la Naturaleza como el cambio de sexo del nadador de marras.
La conclusión a la que debiéramos llegar, al menos a mi juicio, es bien sencilla. El movimiento LGTBI, que promociona el cambio de sexo, pero no de soma, contamina la Naturaleza tanto o más que los tubos de escape de los coches de gasolina de todo el mundo. Tan antiecológico es lo primero como lo segundo.
Aunque tenemos a mano una solución. Pintemos con el arcoiris los coches que contaminan, y así se camuflará la molesta acusación a los «progresistas» de que van contra la ecología.
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