En el país de la «c» y la «h».
Publicado en la revista 'Desde la Puerta del Sol', núm 362, de 13 de octubre de 2020.
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No existe la letra «ch». Según la RAE (Real Academia Española de la Lengua) es un dígrafo, es decir, dos letras o grafemas que representan a un solo fonema. «C» y «h» por tanto están indefectiblemente separadas, siendo esta última muda. Es la misma situación que la que tiene la «ll». Queda claro, en castellano hay veintisiete letras, veinticuatro fonemas y veintinueve sonidos en el abecedario.
Hecha esta aclaración gramatical, absolutamente imprescindible, conviene señalar que las letras «c» y «h» juntas, prestan un gran servicio a nuestra riqueza idiomática y expresiva. No podríamos hablar nuestro idioma de igual manera.
Vivimos en un país en el que la gestión de la pandemia por parte del gobierno de Pedro Sánchez es una verdadera chapuza. Somos líderes mundiales en las listas –negativas, claro–, del choteo en la contabilidad oficial de las víctimas fallecidas. Cada sábado, nuestro ínclito presidente, desde su chocita de la Moncloa, sigue poniendo en escena una auténtica charlotada, en la que, con desmedida chulería, proclama chorrada tras chorrada.
Es, sin duda, una verdadera Chirigota Torrentina como la que aparece durante los títulos de crédito de la película chabacana de Santiago Segura, Torrente 5. Sus interpretes, Vera Luque y Martínez Ares, junto a Joaquín Sabina y el propio Segura, verían reconocidas sus excelencias al ser nominada como mejor canción a los premios Goya del 2014. Menuda chusma pseudo progresista se ha instalado en el cine español, con éxito y chance en taquillas, no cabe duda.
La charanga continúa a todo trapo, haciéndose presente en calles y todo tipo de escenarios y actos públicos. La charlatanería achucha al personal y al sufrido ciudadano que, atónito y estupefacto, asiste apabullado, achicado y atormentado ante tal chubasco de peroratas dialécticas, pura retórica churrigueresca. ¡Chapó! Exclaman admiradas las legiones de acólitos entregados, admirados, por tal ebullición de cachondeo político y circo mediático.
Las declaraciones de los diversos ministros, desde sus púlpitos de la mentira y tribuna de la infamia, a troche y moche, cuentan chascarrillos sin gracia ninguna, con más pena que gloria. Pero… en Europa no se lo toman a chiste, están preocupados con tanto chanchullo y trapicheo, no se fían de los españoles, tan dados a la fiesta y al chiringuito playero, con despacho incluido.
Menudo chocho tenemos montado a costa de los Presupuestos Generales del Estado, no se llega a un acuerdo, ni se sueña alcanzarlo. Los nacionalistas catalanes y vascos, aprovechando la ocasión, no piden chucherías, exigen algo más que fruslerías, piden a capricho, y se les concede barra libre. De una manera reiterada y permanente, ponen tachuelas en todas las negociaciones para vender sus apoyos. Menudos chorizos de mala calidad están hechos. Así pues, con dos años de retraso, seguimos instalados en las cuentas trasnochadas de la era Montoro, todo un éxito que suena a chacota trovadoresca, con palmas incluidas, faltaría más.
En tanto, la prensa del corazón y del papel cuché, recurre a los chismorreos y desafueros de don Juan Carlos, muy propicios para el chiste y todo tipo de chuminadas cantadas por la basura informativa. Su respuesta ha sido «heroica», se ha marchado a las chimbambas haciendo mutis por el foro. Un chivato de palacio comenta que se le ha visto en chilaba en paraísos lejanos rodeado de un harem de chavalas.
La okupación, causa preocupación. No es para menos, hordas de bárbaros convierten en chabolas viviendas de todo tipo, preferentemente nuevas y bien pertrechadas. Aprovechan el apoyo podemita chavista para pegar la patada en la puerta y aposentarse en propiedad privada. Se comportan como jaurías de chacales, bien organizados y asesorados, como ahijados tratados, por los chicos de la hoz y el martillo.
En nombre de una justicia social chusquera se apropian de lo ajeno, roban y saquean la propiedad privada, sin pudor, ni rubor. Cantando la canción de Joan Báez versionada por Chanquete, «No nos moverán», ejercen su particular y despiadado chantaje económico.
Pero ¿Quién es el chef que dirige la cacharrería de la cocina? Tiene nombre y apellidos, Iván Redondo Bacaicoa, jefe del Gabinete de la Presidencia del Gobierno de Pedro Sánchez. Hábil organizador, sutil diseñador de estrategias, sabe recibir al toro por chicuelinas, a la puerta de chiqueros, para llevarlo al tercio de varas. Es un artista en el engaño y en el manejo del capote. Él sabe aprovechar las ventajas que ofrece el astado para arrancarle su bravura y su trapío. Ovación, palmas, vuelta al ruedo y trofeos cosecha en sus faenas, nunca mejor dicho. Menudo arte tiene el gachó.
España es un país de pícaros, apesebrados y enchufados. La reforma de la administración es urgente, fundamental y necesaria para sacar adelante un porvenir que se presenta oscuro, lánguido y lleno de chichones de todo tipo. La plaga de amigos contratados a dedo es dantesca, de proporciones bíblicas y magnitudes insospechadas. Así no se puede sostener la Hacienda Pública, tampoco alcanzar un horizonte de tranquilidad y esperanza.
Aprovechados, arrivistas, oportunistas y mercenarios a sueldo, pueblan las diferentes administraciones del estado. Chaqueteros que, siguiendo la célebre frase de Groucho Marx demuestran aquello de «Tengo unos principios, pero si no valen, tengo otros». Utilizan buenos coches, beben buenas cosechas, comen en magníficas mesas, con empacho y gula, viven en estupendas moradas –a ser posible chalés–. Se lo pasan chupi, que dirían los guays de churrería. ¡Qué penita pena!
Soy un madrileño nacido en Chamberí, que residió durante muchos años en el barrio de Chamartín, aunque chulapo, no soy gato. Soy un español de corazón encogido ante tanto desmán y economía contrahecha, un hombre preocupado por el presente y el futuro de España, una persona de anchas espaldas para llevar pesadas cargas, pero que asiste desolado, abochornado y avergonzado por un gobierno, por unos partidos, que ponen en entredicho la unidad de la Patria, convirtiéndola en un estado de desecho y deshecho en jirones.
No dan una a derechas –obvio–, pero dinamitan el estado de derecho y ultrajan el honor y a la dignidad identitaria.
No son chiquilladas de niños, tampoco bravuconerías de chuletas de barraca, son actuaciones reprochables y deleznables de un gobierno felón, miserable y traidor. Muchos españoles esperamos a que se dé el chupinazo de salida y nos arranquemos en medio de tanta charcutería barata, que es en lo que se ha convertido el palacio de la Moncloa y el Charlamento Nacional. Estamos en manos de mediocres y cabezas de chorlito sin talento, ni talante.
Una banda de insolventes que han demostrado sus malas artes y peores intenciones, siempre cargadas de odio, rencor y sectarismo. Se avecinan tiempos de borrascas y tormentas, chaparrones y aguaceros, galernas y tempestades, caerán chuzos de punta. Se mancilla la memoria histórica colectiva con iracundo desprecio y despecho a la verdad. Es un intolerable insulto a nuestros antepasados.
En conclusión, en España no podemos comunicarnos sin hacer uso de esas dos letras, tan recurrentes y convenientes, para despacharnos a gusto y satisfechos, para expresarnos dicharacheros y locuaces. Chungo lo tendríamos, no cabe la menor duda.