Juan Van-Halen
11:00
18/05/24

España como fue

Desear más España, recuperar la España que vivimos no hace muchos años, no implica sobredimensionar lo central sobre lo periférico ni lo general sobre lo particular.


​​Publicado en El Debate (14/MAY/2024), y posteriormente en El Mentidero de la Villa de Madrid (16/MAY/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.​

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España como fue

Cada día aumenta el número de preocupados por la situación de España. También en el exterior. Las elecciones catalanas han supuesto un paisaje que muchos miran con un solo ojo. Se ha repetido desde la misma noche electoral que ha ganado el constitucionalismo, pero ¿a quién suman? ¿Al PSC que desde los tiempos de Maragall viene haciendo el juego al independentismo? Aquellos partidos, como el PSC, que siguen las derivas rupturistas con la Constitución y lo que en ella queda palmariamente claro como la indisoluble unidad nacional y la igualdad de todos los españoles, no pueden ser considerados constitucionalistas. En la misma línea, el partido sanchista, antes PSOE, no es constitucionalista salvo de conveniencia. Pronto lo padecerá Illa, el tonto útil de esta ocasión. Ojalá me equivoque. La Constitución no depende de las conveniencias personales o de partido.

No debemos resignarnos a que España sea marioneta de una política suicida al servicio de un interés egocéntrico, con sucesivas y más graves cesiones al independentismo. Debemos volver a la consideración, legalidad, ética y vergüenza de una España que fue y que está ahí, deseando liberarse de la mentira, el fango y la manipulación del peor Gobierno que hemos padecido en mucho tiempo. No me refiero a lo que con tanto desprecio como desconocimiento se suele tildar, desde el independentismo, como «nacionalismo español». Desear más España, recuperar la España que vivimos no hace muchos años, no implica sobredimensionar lo central sobre lo periférico ni lo general sobre lo particular. Supone que todos rememos juntos, que todos apostemos por algo sobre lo que no sería necesaria insistencia: que encajen sin chirriar las piezas de un mosaico que se consolidó hace siglos y que había ido conformándose desde mucho antes con esfuerzo y generosidad.

Francesco Guicciardini, considerado padre de la historiografía moderna, filósofo, embajador de la Florencia de los Medici ante el rey Fernando el Católico, dejó páginas inteligentes y esclarecedoras sobre aquella Corte y aquel tiempo, desde su cercano trato con el monarca, en Relazione di Spagna. Ahora muchos tendrían que leer a Guicciardini porque resulta que la unidad de esfuerzos y de destino que él admiraba en la España de 1511 desde su visión preocupada del complejo puzle italiano, es, cinco siglos después, una realidad negada en la duda de si es o no es, si España debe vivir hacia el futuro o volver atrás siglos, a fragmentarse y, en definitiva, a desdecirse a sí misma.

En España los nacionalismos fueron la desembocadura desbordada de los razonables regionalismos, con el romanticismo al fondo; más sentimiento que estrépito. Hubo regiones que no traspasaron los límites de las tradiciones, de la lengua y de los llamados hechos diferenciales que, además, venían de atrás y nunca habían representado exclusiones o rupturas. Pero algunas regiones, con Cataluña a la cabeza, se desviaron y aprovecharon las contradicciones, debilidad, ligereza y mediocridad de una serie de políticas y de políticos que no supieron o no pudieron responder con altura de miras y convocatorias atractivas al tirón ciertamente egoísta de un oportunismo disgregador que aprovechaba las situaciones críticas de la realidad nacional.

Esos nacionalismos, nacidos de regionalismos románticos, tomaron pulso en épocas de decadencia española. En Cataluña, como reconoció Cambó, creció también desde una percepción de la rápida y creciente riqueza entendida pronto como superioridad. Los fueros y leyes propias supusieron un pretexto para invocar agravios. En contra del proclamado victimismo, Cataluña, también el País Vasco, fueron regiones mimadas por los Gobiernos de Madrid, destinatarias de enormes inversiones, con sus industrias protegidas y su economía primada. Otras regiones sufrieron un abandono que en cierta medida aún sufren.

Ya tras el desastre del 98 y sus muchas secuelas, los nacionalismos románticos crecieron, se tensaron y se convirtieron, ya sin careta, en potenciales independentismos. Tomaron fuerza, desbocados, aprovechando la debilidad de Gobiernos noqueados, pusilánimes, sin valores, sin principios, y que en alguna ocasión ponían en duda el mismo concepto de nación, y que, a cambio de apoyos parlamentarios de uso inmediato, daban alas a quienes se habían inventado una Historia propia fabulosa. Una quimera. Nuestra historia está plagada de gloriosas aportaciones de catalanes, también de vascos, en todos los ámbitos de la vida común. Los muchachos de esas regiones lo ignoran porque en sus planes de estudio se les oculta la realidad, y en esta anormalidad tiene mucho que ver la debilidad de los sucesivos Gobiernos de la Nación, desde la derecha a la izquierda, que desactivaron una acción tan elemental como la inspección educativa.

Con Cataluña a la cabeza, en ciertas regiones unas clases políticas egoístas que optaban y optan por su disgregación de la realidad común y que no miraban ni miran más allá de su ombligo, condenaban y condenan a sus pueblos a afrontar una apuesta ilegal, llena de riesgos, sin sentido, fuera de la realidad y anacrónica en un tiempo de globalización. Los nacionalismos suponen un equilibrismo sin red condenado al fracaso.

Por todo ello, y por mucho más que se queda en el tintero, el principal objetivo de un futuro Gobierno de la Nación digno, honesto, responsable, habrá de ser poner las cosas en su sitio. Volver a una España como fue antes de esta situación de compraventa de voluntades al precio que sea. Más realidad, menos fábulas históricas. Más apuesta por lo mucho que nos une, y dimensionar desde la realidad lo que pueda separarnos que es mucho menos de lo que se nos grita cada día. Por eso confío, como tantos españoles, en que la historia no continúe escribiéndose caprichosamente a golpes de chantaje. La España que fue es la España que es. La responsabilidad social es que no lo ignoremos.