La responsabilidad de derogar
Feijóo tiene la responsabilidad de cumplir su palabra y derogar el sanchismo. No pocos estamos escamados porque la anterior ley de Memoria Histórica no se derogó.
Publicado en primicia en el digital El Debate (16/05/2023), y posteriormente en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 753 (19/MAY/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.
Sánchez es un mentiroso constante alzado probablemente sobre una raíz patológica, y ya no nos extraña lo que le escuchamos cada día. Considerarle mentiroso no es una opinión cogida al aire sino una realidad empírica. Él mismo se ha alzado sobre la experiencia de mentir. Desde Aristóteles a Popper pasando por Descartes, Hume y tantos otros, cada escuela con sus aportaciones, acaso se pasmarían ante la carga empírica que supone el seguimiento de la mentira universal de Sánchez. Quién se lo iba a decir cuando llegó, merced a desistimientos de otros, a concejal de Madrid y a diputado en el Congreso.
En cada Consejo de Ministros, incluso iniciada la campaña electoral, promete lo que no va a cumplir. Él lo sabe pero se aferra a la ilusión de que los ciudadanos, en general buena y crédula gente, le voten. Lo que él y sus palmeros esperan es que quienes confíen en sus promesas se hayan olvidado y, en todo caso, ya no pueden retirar sus votos, cuando, como en elecciones anteriores, esas promesas no se cumplan. Ya prometió cien mil viviendas y en sus años de gobierno no ha hecho ninguna. En esta ocasión incluso la Sareb, el banco malo, negó que dispusiese ni de la centésima parte de las viviendas que Sánchez anunció de esa procedencia. Que pregunten a los palmeros, no a los que le aplauden sino a los de La Palma, si Sánchez cumple lo que promete.
Otra mentira fue el anuncio previo de que saldríamos favorecidos por la entrevista de Sánchez con Biden. Se cumplió lo que predije: Ganó Biden y perdió Sánchez. Incluso se vino sin arreglar el viejo tema, de 1966, de las arenas contaminadas de Palomares; creí que se resolvería a nuestro favor. Y ni siquiera, como en los casos de visitas de presidentes anteriores a la Casa Blanca, se produjo un encuentro formal de los dos presidentes, juntos, con periodistas. Sánchez, sin banderas, solo y en el jardín, se quedó como el desheredado en un testamento. Ridículo.
El balance personal para Sánchez fue la foto con un Biden adormilado que, sentado en su poltrona, leyó en un papelito algunas palabras. Compraremos helicópteros, recibiremos más buques en Rota y nos trasladarán a miles de emigrantes que a Biden le molestan. Ciertos medios se apresuraron a contarnos que es «una solución a nuestra falta de mano de obra». ¡En un país con más de tres millones de parados reales! Lo que fomenta el paro es una realidad subvencionada que hace que muchos se apañen y vivan con lo que reciben del dinero de todos. En la mayoría de los países de la UE quien no acepta un empleo deja de cobrar por no hacer nada. Aquí elegir no trabajar se premia.
A Sánchez le ha salido en mal momento el grano de la chulería de Otegui. Preguntado en Washington contestó que lo de incluir terroristas en las listas de Bildu «será legal pero es indecente». Ni siquiera, a mi modesto juicio, es legal de acuerdo con la Ley de Partidos. Lo estudia la Fiscalía, aunque Sánchez ya nos dijo de quién es la Fiscalía. Uno, acaso ingenuo, cree aún en la Justicia, en la balanza, la venda sobre los ojos y todo ese acompañamiento simbólico. Pero, desde luego, es indecente. Una indecencia creada y avivada por Sánchez al hacer de Bildu un socio preferente. El nuevo Marlasca, no el juez antiguo sino el ministro actual, pidió que «no se utilice el terrorismo en elecciones», pero nada dijo de utilizar a partidos con terroristas nada menos que en la gobernación del Estado dando preferencia a Bildu en la aprobación de los Presupuestos, en la supresión de la sedición, o en la mal llamada Ley de Memoria Democrática que llega a 1983 porque así lo quiso Bildu.
Y, mientras, Page, Lambán y –menos– Vara jugando a discrepantes de Sánchez con la boca pequeña. Es el miedo a las urnas. Más mentiras. Sus diputados en el Congreso aplauden en cada Pleno hasta con las orejas.
Esperemos que en las elecciones generales, pese a las trampas para elefantes del Gobierno, Sánchez salga de la Moncloa y las próximas urnas del día 28 sean como una primera vuelta. El dilema es serio: España o Sánchez. Acaso la última oportunidad para que España no llegue a ser, para peor, muy distinta a como la conocemos. Entonces, ya 2024, ha de ser el año de la reconstrucción. El nuevo Gobierno tendrá que afrontar con tanta urgencia como rigor lo que Feijóo llamó «derogación del sanchismo». Es necesario derogar o cambiar en profundidad, por salud democrática, las leyes ideológicas que responden a minorías, ni siquiera unánimes, y a enfrentamientos. Leyes como la del sí es sí, la trans, la de vivienda, y otras. Y, desde luego, la mal llamada ley de Memoria Democrática. La Historia, con mayúscula, no la ordenan unos políticos desde el odio y la venganza anacrónica sino que la investigan los historiadores desde la objetividad documental.
Feijóo tiene la responsabilidad de cumplir su palabra y derogar el sanchismo. No pocos estamos escamados porque la anterior ley de Memoria Histórica no se derogó. Figuré en la ponencia del Senado. Al otro ponente, el admirado profesor Alejandro Muñoz Alonso, y a mí, se nos aseguró por quién podía hacerlo, que sería la primera ley que se derogaría al llegar al Gobierno. No ocurrió. Ahora la situación es mucho más grave. No está el horno para buenismos ni blandenguerías.
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