Harto e indignado
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 408, de 26 de enero de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.
Confieso que estoy harto e indignado, con este tema del cobid-19.
Pero no por lo que podría pensarse al leer este título, ya que en este caso mi hartura e indignación no es producida por la lastimosa gestión del gobierno, ni por la patética escena diaria en la televisión de ese dúo de marionetas –Illa y Simón– nuevos Mortadelo y Filemón, con los que cubre sus torpes mentiras.
Tampoco por la irresponsable actitud de una minoría de jóvenes y no tan jóvenes, que ponen en riesgo su salud y la de sus familiares por unas horas de botellón. Ni por esa increíble ignorancia o despreocupación con la que muchos españoles reciben a familiares y amigos sin guardar las debidas precauciones.
No, En este caso me refiero a la lectura de dos artículos. Uno firmado por Enrique del Pino en este mismo medio, Desde la Puerta del Sol, al que me siento tan cercano y a otro más reciente de Manuel de Prada en el ABC del lunes 18 de este mes. Ambos, haciendo referencia a la vacuna Pfizer, que se está administrando en Europa y en nuestro País.
En el primer caso haciendo junto a otras consideraciones, una descalificación total de las vacunas en general. Incluso recurriendo al tópico ya conocido de que en definitiva, son la administración de un veneno o de un virus que antes la persona que lo recibe no tenía.
Y es cierto, pero que es algo que no se puede sostener con rigor a estas alturas.
Las vacunas, como muchas medicinas, son el resultado de muchos años de estudios y desvelos de investigadores, médicos y científicos y a las que hay que agradecer, a las vacunas y a sus descubridores, el que hayan atenuado o erradicado, entre otras muchas, enfermedades y epidemias el sarampión, el tifus, la malaria o el dengue, así como las infecciones en general a través de la penicilina, sea cual sea el origen de sus componentes.
El mismo «sintrón» tan habitual y eficaz en la actualidad en los procesos cardiovasculares, se podría también rechazar o llamar despectivamente veneno por ser un matarratas, porque efectivamente lo es.
Por todo esto no me parece de recibo, fomentar con esa alegría, la opinión de que no debemos vacunarnos, mejor dicho, sin alegría ninguna, porque estamos hablando de un tema muy grave que está causando mucho dolor y mucho luto.
El segundo caso es peor, porque Juan Manuel de Prada al que ya he criticado en alguna otra ocasión, sin perjuicio de reconocer y respetar su erudición y su acierto en muchos otros temas por su forma de expresarse con vocablos de muy mal gusto, en este artículo insiste también en sus conocidas descalificaciones del sistema democrático y los partidos políticos, cosa en la que por otra parte en muchas cosas coincido.
Y es que me tiene harto, porque tanto él, como otras personas que le secundan en otros medios, nunca aportan ni una sola idea ni una propuesta concreta como alternativa viable a la que pudiéramos adherirnos como pobres mortales felices y agradecidos, y en cambio se permitan tratarnos a los demás como «borregos, masa corrompida, miembros de una charca mal oliente, o de una sociedad podrida» y también como felices e ignorantes en el «pudridero europeo» (sic).
Pero en este caso lo que me causa indignación, viene especialmente por lo que escribe a continuación.
Dice el señor Prada y tiene perfecto derecho, que «la empresa Pfizer ya es conocida por su historial escalofriante de fraudes y sobornos, a médicos y funcionarios». Que seguramente es cierto, porque de esas multinacionales farmacéuticas siempre se han oído cosas así. Aunque tal vez para darle mayor credibilidad a esa afirmación, hubiera estado bien detallar de qué tipo fueron esos fraudes y episodios, en qué países, y cuáles fueron, si los hubo, las consecuencias penales de las mismos.
Pero a continuación entre párrafos reiterados o parecidos, califica a su vacuna como «pufo y estafa que en el mejor de los casos no sería más que un placebo». «Que no se le ocurre ni al que asó la manteca». «Que esa empresa es especialista en mejunjes y crece pelos», etc., lo que también significa una clarísima invitación a que no nos vacunemos para dejarnos engañar ni estafar por desaprensivos.
Y esto me parece una grave irresponsabilidad y se me amontonan las preguntas:
Porque si los que de buena fe dieran por buena su contundente versión y no se vacunan, y resulta que cogen el virus, enferman y mueren, ¿quién sería el responsable?
Y en otro aspecto, ¿En qué lugar deja, no a algunos políticos o gobiernos que pudieran quedar bajo sospecha, no, sino a las organizaciones internacionales y nacionales de Salud, a los colegios de médicos, a los miles de investigadores, epidemiólogos, y científicos nacionales y extranjeros, a los médicos de todos los niveles en hospitales, etc. que están dando por buena esta vacuna y las otras que vayan viniendo, aunque en algunos casos con las naturales reservas o cautelas lógicas a productos nuevos que se están probando por primera vez masivamente, aunque vengan avalados por miles de pruebas realizadas en voluntarios?
¿Son todos unos ignorantes o unos ineptos? ¿Es que están todos confabulados o sobornados por intereses económicos o por otros «más confusos», como parece insinuar el señor de Prada que habla de un placebo o «de algo peor», dejando lo de «peor» como siempre en el aire y sin concretar, pero abonando cualquier oscura maniobra?
En mi caso, que con mi mujer estamos incluidos en los llamados grupos de riesgo, de igual modo que los miles de ancianos de las residencias, o los médicos, enfermeras y sanitarios que confían en que estas vacunas puedan inmunizar o al menos paliar esta pandemia, ¿debemos hacer caso al señor Pino y al señor de Prada?
¿No sería lo más humanitario, que si ambos y aquellos otros, que parecen tener información rigurosa, creíble y fehaciente de que todo esto de las vacunas es un montaje urdido por quien sea, lo divulgue públicamente y lo ponga a disposición de los Tribunales de Justicia, (si es que no desconfían de que sus titulares, pudieran estar también sobornados o contaminados), con lo que se podrían salvar miles vidas?
Y si esto no lo consideraran necesario o posible, ¿no sería lo más honesto por lo menos para evitarnos la duda y la zozobra en la que nos dejan y aunque podamos ser tildados de «pobre gente ignorante» dejar que confiemos en nuestros médicos y al final como siempre en la Divina Providencia?