Al filo del 6 de octubre
En esa fecha el Partido Socialista perpetró un golpe de Estado contra la legalidad de la Segunda República.
Publicado en la revistas Gaceta Fundación J. A. (OCT/2023) y El mentidero de la Villa de Madrid (3/OCT). Ver portadas de Gaceta FJA y El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Ya es lugar común recordar que la historia nunca se repite, y parce ser muy cierto; la fabulación de las ucronías queda como mero divertimento de café, pues los hechos del pasado son tozudos y están enclavados en unos contextos concretos y, en todo caso, con escasa similitud con los actuales.
Por otra parte, reinventar la historia o tergiversarla obedece, como sabemos, a taimadas estrategias tendentes a controlar el presente y, si es posible, el futuro; tenemos suficientes ejemplos en la España actual, desde una perspectiva de aula escolar hasta la de los reportajes que nos ofrecen los medios adictos.
No obstante todo esto, a menudo se nos presentan curiosos paralelismos históricos, con otros personajes y en circunstancias bien distintas, que nos hacen casi dudar del aserto del principio o, por lo menos, plantearnos si aquellos eones del maestro Eugenio d'Ors pueden aplicarse de forma más amplia.
Es innecesario para los lectores de estas líneas recordar qué ocurrió el 6 de octubre de 1934, hace ochenta y nueve años, y basta con citar de pasada que en esa fecha el Partido Socialista perpetró un golpe de Estado contra la legalidad de la Segunda República; la excusa de que el detonante fue la entrada de dos ministros de la CEDA en el gobierno Lerroux ha quedado desmentida pronto, y está probado que la insurrección golpista estaba prevista bastantes meses antes. El discurso de Indalecio Prieto, durante su exilio mexicano, en el Círculo Cultural Pablo Iglesias el 1 de mayo de 1942 fue muy taxativo:
«Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado, no como gloria».
Por su parte, Largo Caballero había dicho en Don Benito ya el 8 de noviembre de 1933:
«Mucho dudo que se pueda conseguir el triunfo dentro de la legalidad. Y en tal caso, camaradas, habrá que obtenerlo por la violencia».
Así pues, el Partido Socialista fue golpista sin duda alguna en aquellos momentos, y no hay que rasgarse las vestiduras porque un despechado señor Trías haga uso de su memoria democrática personal para traspasar esta mentalidad insurreccional a tiempos mucho más cercanos. Dadas las circunstancias actuales, nos vamos a permitir sospechar si en el inconsciente colectivo de alguno de los dirigentes de ese partido no siguen existiendo gérmenes de ese morbo golpista; creo que la referencia a aquel libro llamado La tentación totalitaria es bastante significativa.
En todo caso, si no como actor principal –que también en muchos casos– sí como facilitador o gestor, especialmente en lo tocante a la integridad de la nación española y de su ordenamiento constitucional vigente, por este orden en cuanto a su trascendencia.
Aquel 6 de octubre de 1934 fue especialmente espeluznante en Asturias, hasta el punto de que bastantes historiadores fijan esa fecha como un verdadero inicio de la guerra civil que vendría más tarde. Si nos adentramos en aquel momento histórico, el PSOE, coaligado con otras fuerzas de izquierdas, intentó su revolución social, que halló eco especialmente en la cuenca asturiana; no es ahora el caso, porque el socialismo sanchista, aliado al marxismo cultural, tan confluente con las tesis globalizadoras del neocapitalismo financiero, ha trasladado su punto de mira a esas minorías irredentas y sus lovis, dejando en la estacada, por cierto, lo que otrora se llamaba cuestión social.
Pero no olvidemos la especial coyuntura que se vivió en Cataluña aquel 6 de octubre de la época republicana. Companys se sublevó, proclamando un «Estado catalán dentro de la República Federal española», entidad inexistente en tanto que la República se configuró como un Estado unitario. Traducido al presente, viene a ser ese federalismo asimétrico de Zapatero y de Sánchez, en realidad verdadero confederalismo puro y duro, que no tendrá cortapisas para inaugurar secesiones de territorios españoles mediante los referéndums de autodeterminación, paso siguiente a la concesión de la amnistía para los condenados por el otro golpe de Estado de 2017, a la adjudicación a la Generalidad de los impuestos, la Seguridad Social y Dios sabe cuántas cosas más.
Companys fue amnistiado por el Frente Popular de 1936 y volvió en triunfo a las calles de Cataluña; ahora, Puigdemont ya está haciendo las maletas desde Waterloo para hacer otro tanto y presidir la comitiva indepe de todos sus adláteres, que seguro será aclamada con júbilo por esa parte de los catalanes y estómagos agradecidos procedentes de otros lugares de España y de ámbitos algo más lejanos que siguen creyendo en la república catalana.
Todo ello, a cambio de unos miserables votos que el presidente Sánchez precisa para volver a sumir a España entera en otro horroroso cuatrienio.
En la jornada golpista de hace ochenta y nueve años, el amnistiado Companys invocó el recuerdo de su antecesor en la tarea separatista: «El espíritu del presidente Macià, restaurador de la Generalidad, nos acompaña»; y no es extraña esta evocación, pues son conocidas las veleidades espiritistas de El Pajarito, como se le denominaba popularmente… Ahora, Puigdemont acaso invoque a otro espectro llamado Jordi Pujol, que, por cierto, es el verdadero patrón de la criatura separatista de ahora (aquella Agenda 2000 que se ha ido cumpliendo inexorablemente, con la complicidad de todos los gobiernos españoles, por cierto), y que, según sabemos, se ha librado de cualquier tipo de enjuiciamiento y, por consiguiente, no precisa de ninguna amnistía de Sánchez.
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