¡Bienvenidos, turistas!

Quiero levantar mi campaña personal a favor de la llegada, más o menos masiva, de turistas a mi Barcelona y a todos los lugares de nuestra piel de toro...


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 754 (23/MAY/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.​

¡Bienvenidos, turistas!

Junto al Parque Güell de Barcelona, leo una pintada más sobre el turismo: «Deja que los guiris se duchen dos veces al día»; evidentemente, quien lo ha escrito pretende concienciar a la ciudadanía del problema de la sequía que nos agobia y, sobre todo, cargar contra el turismo que, conforme se acerca el verano, forma colas para visitar aquel monumento (previo onerosa entrada al Ayuntamiento), va llenando mi ciudad y supongo que todos los rincones de España. La frasecita de marras es original y sustituye a la manida de «tourists, go home», abundante también en aquellos y en otros parajes.

Crecen las campañas contra el turismo. Unas son institucionales, pues el Consistorio que preside la señora Ada Colau no cesa en el empeño de poner trabas a los visitantes; la ha tomado, por ejemplo, contra los cruceristas que llegan a puerto, también acusados de dispendios de energía y de agua (¿), o con la oposición a la ampliación del aeropuerto de El Prat. Otras corren a cargo de sus amigos, aliados o protegidos, como los okupas o los autores de la pintada que abre estas líneas (que, seguro, no acostumbran a ducharse, para ahorrar agua).

No sé qué ocurre en otras ciudades, pero me da en la nariz que al progresismo, tan abierto a lo de papeles para todos, no le cae nada bien que calles y plazas se abarroten de rubicundos paseantes o de señores bajitos de ojos rasgados; dicen –bonito y demagógico eslogan– que «el turismo mata los barrios», cuando, en realidad, estos cobran vida, aunque sea algo masificada en ocasiones y rompa cierta inercia ciudadana.

Pues bien, quiero levantar mi campaña personal a favor de la llegada, más o menos masiva, de turistas a mi Barcelona y a todos los lugares de nuestra piel de toro, donde hay tanto que conocer y admirar; claro que, en ocasiones, me sorprendo de que lleven su fascinación por nuestras costumbres hasta el extremo de saborear paella al anochecer, bañada, para más inri, con coca-cola, pero se les puede perdonar. Y este voto favorable al turismo no es solamente por razones económicas, que también nos vienen al pelo dado el estado de la nación, ni por aquello de que el turismo es cultura, que todos saben menos la señora Colau, sino que hay otros motivos que me invitan a darles la bienvenida.

El primero y principal es mi rechazo rotundo al catetismo (piadosamente, provincialismo) que se ha adueñado de una Barcelona que, antes, era una ciudad alegre y abierta; no sé qué opinarán en otros lugares al respecto, pero me imagino que, para la mayoría, los beneficios de los turistas son más que las inevitables molestias que puedan causar, claro que con la excepción de cierta invasión de gamberros y beodos sin control –de clara procedencia inglesa, todo hay que decirlo– que van sufriendo las Baleares y otros lugares semejantes.

Descontados esos casos –que se unen al aumento de la delincuencia y de la mugre a que nos han condenado ciertas leyes–, lo cierto es que, en mi ciudad en concreto, se va advirtiendo una progresiva cerrazón de las gentes, que quisieran acaso que se restauraran las murallas medievales y los fielatos. En otras localidades catalanas, fuera de la capital, esta cerrazón es aún mayor, y tiene su origen –explícito en unos casos, implícito en otros– la extensión del nacionalismo identitario, separatista, que se acrecienta con cada irresponsable concesión del Gobierno central, al ser un excelente compañero de viaje para sus mayorías parlamentarias.




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