El círculo vicioso de la identidad
El círculo vicioso de la identidad
A aquel europeísmo triunfalista de principios de esta centuria le han sucedido los euroescepticismos, las eurofobias y los bréxit.
En paralelo, a esta España miembro de la UE le crecen los enanos, y, además de los machacones separatismos vasco y catalán –ya expandidos de forma imperialista en Navarra y Valencia y Baleares, respectivamente– se van produciendo otras formas de particularismo territorial, que van desde la querella medievalista de León y Castilla hasta no sé que población andaluza que propone un referéndum a sus paisanos para separarse de su Comunidad.
Como alguien dijo, el mito de Babel no es el de la variedad de lenguas, sino el de la incomunicación entre los pueblos y su diáspora; traducido a lo político, esto es simplemente nacionalismo.
¿De dónde provienen las tendencias nacionalistas actuales?
A estas alturas y con estos alcances, no me basta la alternancia orsiana de eones en torno a la unidad y a la dispersión, porque relaciono la pregunta con otra: ¿Quién impulsa la moda de los nacionalismos? Y en este punto debemos hilar muy fino, para no caer, por una parte, en un conspiracionismo reduccionista y pueril, pero, por la otra, tampoco en una ingenuidad no menos infantiloide. Lo cierto es que hay manos que mueven las cunas…
Ya en la lejana fecha de 1974, Richard Gardner, que fue fundador de la Trilateral, dejó escrito que llegaremos a poner fin a las soberanías nacionales, corroyéndolas pedazo a pedazo, secundado por Guy de Rothschild, cuando amenazó con hay que terminar con el concepto de nación por anacrónico; de forma que la cosa viene de lejos, y quizás haya que remontarse a interpretaciones de Karl Popper y su La sociedad abierta y sus enemigos, dicen, por cierto, que libro de cabecera de George Soros.
Lo cierto es que, contra toda duda, existe una previsión de debilitar y anular los Estados nacionales para institucionalizar lo que llaman un nuevo orden mundial, globalizado por definición, con un Mercado Único omnipotente y, en su superestructura (como diría un marxista de verdad), un Pensamiento también Único y dogmático.
Frente a este propósito, más o menos definido y explicito, se propone la bandera de la identidad, que se pone en práctica con un repliegue interior o huida hacia adentro.
Nos apresuramos a opinar que ese aferramiento identitario desembocará –paradójicamente– en un más fiel cumplimiento de las previsiones mundialistas, pues, además de socavar los Estados nacionales desde su exterior –ya saben, cesiones de soberanía y cosas así– los hará implosionar desde su interior, porque las identidades irán proliferando en su seno en forma de nacionalismos separatistas.
Si queda algún europeísta honesto entre quienes les bailan el agua a Puigdemont y a Junqueras, con ese tira y afloja de jurisdicciones y argumentos leguleyos, solo cabe repetirle aquello que se canta en la jota chusca: ...que puede que en tu familia las haya habido peores, pues de estas implosiones de los Estados-Nación europeos no se libra ninguno, como esa Bélgica escindida en dos mitades irreconciliables, una Francia con sacudidas territoriales periódicas que el Estado francés debe reprimir consecuentemente, o una Alemania que tiene que controlar las veleidades federalistas de sus landers.
Por cierto, aquel mapa de la Europa de los Pueblos que propuso el grupo Alianza Libre Europa-Los Verdes años ha, y en la que estaban PNV, EA, ERC y BNG, se parecía, como un huevo a otro, al proyecto del mapa racial de la futura Europa de Hitler. ¿Cómo salir del círculo vicioso de los identitarismos que derivan en separatismos pequeños o grande?
Echo mano de las teorías del Dr. Luis Buceta –uno de mis maestros– y sostengo que la identidad debe buscarse con los factores que unen en la mayor extensión, no a través de los hechos diferenciales que separan; de este modo, como catalán que soy me identifico en identidad con todos y cada uno de los españoles de cualquier territorio español, y, como español, deseo identificarme en identidad con todos los europeos.
Porque la historia camina formando círculos concéntricos, en una figura en que cada uno de otros círculos tiene elementos específicos de identidad, que, sin embargo, no estorban la integración en el siguiente círculo. Identidad e integración, unidad y variedad, forman un todo armónico.
Cuando el identitarismo lo es a ultranza, con la cabeza provista de orejeras, lo mismo puede aplicarse a un Estado-Nación que se cierra en sí mismo o a una parte de ese Estado, que hace lo propio, subvirtiendo su unidad e integridad; en ambos casos se favorecen los planes del Mundialismo antinacional.
Hace falta volver a repetir con Eugenio d´Ors aquello de todo nacionalismo es un separatismo; la extensión no importa.