Divagaciones sobre la pertinaz sequía
Me refiero a la aridez provocada por causas naturales, pues la sequía de inteligencia, sentido común y capacidad de servicio de los políticos no tiene remedio por el momento.
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (30/ENE/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Como advertencia previa, este título no es ninguna concesión a un recuerdo nostálgico del franquismo, sino que pertenece a un sintagma contenido literalmente en la Biblia, como aclararé más tarde; lo digo por los guardianes, siempre vigilantes, de la memoria democrática.
Dice un viejo refrán que nunca llueve a gusto de todos, y lo estamos comprobando a diario en estos días: fuertes borrascas que provocan inundaciones en localidades de Segovia, nevadas insospechadas en Zaragoza y otras ciudades y pertinaz sequía para los campos andaluces y en Cataluña. De este desbarajuste climatológico no es responsable Pedro Sánchez –aclaremos– , pero otra cosa es que recordemos cómo el PSOE de Zapatero, tras el criminal (y extraño, aun a estas alturas) atentado del 11M, echó al cubo de la basura de la demagogia el proyecto de un Plan Hidrológico Nacional que preveía trasvases de cuencas hidrográficas; la medida fue precedida de nutridas manifestaciones autonómicas en las que se reclamaba la propiedad absoluta del agua de los ríos para las modernas taifas.
También, sin necesidad de hacer funcionar mucho la memoria, sabemos que recientemente, ya iniciado el período de sequía, se han destruido o desmantelado cerca de doscientas cuarenta pantanos, ad maiorem gloriam de un supuesto ecologismo o por sus resonancias (ahora sí) del pasado Régimen. Rememoremos, de pasada, las protestas, en aquellos tiempos, de algunas poblaciones por su traslado forzoso para anegarlas y construir embalses, a cambio de crear nuevos emplazamientos, más modernos, habitables y salubres, en lugares cercanos; el tiempo le ha dado la razón a la previsión y a la ingeniería hidráulica.
Si me centro en Cataluña, leo que la sequía, que parece ser una constante del clima mediterráneo, se agravó a partir de los años 80 del siglo pasado y que, en concreto el período que estamos atravesando comenzó en 2020. Se esperan medidas urgentes, y, de momento, la administración autonómica ha instalado en las calles llamativos carteles con la frase «l'aigua no cau del cel» (El agua no cae del cielo), que nos lleva inexorablemente a contradecir la cita del Evangelio (san Lucas) en el recuerdo del Antiguo Testamento sobre Elías y la viuda de Sarepta, cuando el cielo estuvo cerrado durante tres años y seis meses; esperemos que no se refute en el futuro el anuncio de los carteles publicitarios con otra cita bíblica, esta vez de un nuevo Diluvio…
Lo cierto es que una espada de Damocles empieza a pender sobre la cabeza de los ciudadanos, con anuncio de implacables medidas restrictivas del consumo de agua; de momento, se han suprimido las duchas de los gimnasios, lo que origina un cierto problema de higiene en sus usuarios. Entre tanto, van resurgiendo tristemente venerables ruinas, como fantasmas, del fondo pantanoso de vacíos embalses. Veremos la actuación futura de la Agencia Catalana del Agua y, en ámbitos más amplios, qué contempla la Agenda 2030 sobre el problema del agua, que me temo lo relacionará in extremis con el cambio climático.
Hay quien sostiene que existe una especie de conspiración global para desertizar, no solo España, sino todo el sur de Europa, y que, tanto la ausencia de actuaciones lógicas, como los incendios –a los que me referiré más adelante– responden a una planificación económica; como no soy en absoluto conspiranoico, pongo en tela de juicio estas aseveraciones, por muy extendidas que estén.
Volvamos al realismo y, por nuestra parte, formulemos propuestas positivas. De entrada, si las medidas se limitan al buen hacer de las administraciones autonómicas, no van a ser muy eficaces, pues el problema sobrepasa con mucho a cada región o comarca; es necesaria una planificación de carácter nacional. Desconozco si goza de buena salud un Plan Hidrológico Nacional o si, de constar entre las atribuciones de algún ministerio, se está llevando a la práctica. Si es así, perdonen mi escepticismo y mi ignorancia al respecto. Como uno no está versado en estos aspectos técnicos, confío en la existencia de ingenieros agrónomos, forestales, etc. que estén trabajando en el tema, pues el asunto va mucho más allá de los vaivenes y caprichos de las nubes.
Apunto, desde esa carencia de conocimientos suficientes, algunas medidas que podrían, si no paliar la falta de lluvia, sí poner algunas bases para remediar los efectos, a la larga, de la falta de agua caída del cielo.
En primer lugar, una urgente campaña de repoblación forestal –similar a la que se acometió tras la posguerra y a la que se dedicaron voluntariamente muchachos del Frente de Juventudes en campamentos ad hoc–; la prevención de los incendios forestales que, seguro, quemarán montes en cuanto lleguen la primavera y el verano, presuntamente más secos que el caletre de algunos ministros, implica la limpieza a fondo de los bosques (¿sería mala idea proponerlo a quienes cobran del paro y no encuentran trabajo?), la vigilancia de los forestales y el endurecimiento de las penas a los pirómanos, cuyos nombres seguro nunca conoceremos por los medios, ni tampoco donde está la mano que mueve la cuna.
La segunda medida es el estudio de un plan de trasvase de nuestros ríos, sin aceptar –insisto– derechos de propiedad exclusiva por razones supuestamente históricas, geográficas o políticas; formaría parte, claro, esta decisión de un ambicioso Plan Hidrológico.
En tercer lugar, la rehabilitación o construcción ex novo de embalses y pantanos, sacrificando, si es preciso, el hábitat de especies autóctonas cuyos perjuicios lamentaríamos mucho. En orden a la agricultura y ganadería, para evitar esa visión dantesca de los terrones agrietados, se impone una racionalización de los tipos de cultivo, ya sean de regadío o de secano, así como de los terrenos específicos para pastos; también aportaría la sugerencia de aumentar las plantas de desalinización de las aguas marinas y de la reutilización de las aguas ya empleadas para regadío de parques y jardines.
Quizás estoy escribiendo a pluma de asno –permítanme la innovación del dicho–, pero se me ocurre que lo que he escrito forma parte de un posible plan para paliar la pertinaz sequía que padecemos; me estoy refiriendo, claro, a la aridez provocada por causas naturales, pues la sequía de inteligencia, sentido común y capacidad de servicio de los políticos no tiene remedio por el momento