Las incógnitas de una nueva época
1/07.- Una mirada inicial nos llevaría a la consideración de que es posible que se agudicen las sospechas y el descreimiento hacia las bondades del sistema democrático-capitalista, y que deriven hacia una contestación hacia los proyectos en curso del Nuevo Orden Mundial.
Publicado en el número 141 de Cuadernos de Encuentro, de verano de 2020. Revista editada por el Club de Opinión Encuentros.
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El autor del reportaje en que se inscribe esta entrevista cita también a la psicóloga Emmy Werner, al profesor Steven Southwick y al psiquiatra Dennis Charney en este estudio sobre la resiliencia y su posible entreno para que esta característica nos funcione en esta crisis. Echo mano a mi memoria lejana y recuerdo una antigua consigna de mis campamentos juveniles: Sé como el junco en la ribera, es decir, saber doblarse ante la adversidad o las dificultades sin quebrarse y poder recuperarse después, lo que prueba que no iba tan desencaminada la educación que recibí en mis años mozos en mis escuelas al aire libre.
La resiliencia de marras puede y debe aplicarse al individuo y al conjunto social; en el primero, los consejos de estos y de otros expertos son muy variados, y todos ellos útiles: ejercicio, meditación, evitación de una sobreinformación sobe el virus…, y añado de mi cosecha, acudiendo de nuevo a mi educación, no perder nuestra relación con Dios, factor insustituible y esencial para el creyente.
Pero, en cuanto a los colectivos, destaco unas palabras de Cyrulnik, que son las que dan lugar a estas líneas: Después de cada catástrofe hay una revolución cultural. Ya son muchas las voces que señalan que esta pandemia va a representar un punto y aparte en el relato histórico, y algunos afirman incluso un cambio de capítulo. ¿Hasta qué punto tienen razón estas opiniones? Pues, de momento, solo se trata de eso nada más, aunque estas opiniones vengan avaladas por sesudas analogías con otros momentos más o menos lejanos del pasado.
De entrada, sin dejar de reflexionar sobre ello, las prefiero situar en el mismo continente en que reposan las variadas y confusas teorías sobre el origen real de la pandemia; porque las hay de muchos pelajes, y unas más racionales que otras, como puede suponerse. Predominan en la vox pópuli las explicaciones conspiratorias, siempre en busca de culpables directos a modo de chivos expiatorios: ensayo de guerra bacteriológica entre potencias rivales, diseños neomalthusianos sobre las poblaciones, nuevo enfoque de la eterna pugna entre Oriente y Occidente…
Mi posición personal, como ciudadano de a pie sin acceso a ninguna revelación esotérica ni a la informaciones reservadas y privilegiadas, es de un completo escepticismo ante cualquiera de ellas, unido a un paciente (a ratos) atenerse a la realidad presente y a las esperanzas puestas en salir, con salud, del largo confinamiento. Creo que estas tres condiciones que me he impuesto van a incidir en el ejercicio positivo de la cualidad de resiliente en mi persona.
2.- Lo cierto y evidente es que esta pandemia del coronavirus está resultando un acontecimiento sorprendente y extraño, por increíble, en el siglo XXI y nunca sospechado; ni quienes, por su avanzada edad, vivieron situaciones de guerras recuerdan unas circunstancias tan insólitas; mucho menos los que, acostumbrados al paraguas protector del Estado-Providencia y a la placidez y frivolidad de una sociedad, solo crispada en dimensiones muy localizadas o en lo accesorio, advierten cómo ahora se les caen los palos del sombrajo de sus certidumbres más sólidas.
Se está resquebrajando el crédito que podía quedarle a la Ciencia, tal maltratada por la mentalidad posmoderna, con tanto o más estrépito que las seguridades puestas en la Tecnología, hijuela y suplantadora de aquella, reducida hoy a recurso para sobrellevar el distanciamiento personal exigido a familias y amistades y al inevitable teletrabajo.
Sin embargo, la era de la Modernidad (sólida antes y líquida ahora, en palabras de Bauman) ya ha tenido muchas experiencias traumáticas, de este o de otro jaez; para no remontarnos muy lejos, las dos guerras mundiales del pasado siglo, y, buscando más paralelismos, aquella pandemia que tuvo lugar al fina de la primera de ellas, la llamada Gran Guerra, con la injustamente llamada gripe española.
No cabe duda de que estos acontecimientos a que me refiero dieron lugar a profundos cambios sociales, políticos y económicos; si nos centramos en la 1ª GM, podemos mencionar la extensión de la revolución bolchevique a todo Occidente, la consiguiente revolución fascista y el crack del 29; si miramos el mundo surgido tras la 2ª, podemos hablar de un revival de fórmulas políticas que parecían periclitadas, de la demonización de otras que parecían novedosas, de la transformación del mundo capitalista dando lugar a los Estados del bienestar, de las guerras localizadas, de la partición del mundo en dos bloques…
No olvidemos, más reciente, el milenarismo de finales del XX, con transformaciones tan profundas como las que representaron la aparatosa implosión del socialismo real, el terrorismo como nueva forma bélica y la cuarta revolución industrial. Tampoco faltaron en cada una de estas situaciones las teorías conspiratorias y las profecías apocalípticas.
Debemos, pues, atenernos ahora a la realidad más concreta y verificable, sin dejar por ello de lado la certidumbre de que, efectivamente, algo va a cambiar en el mundo, pero que estos cambios, por profundos que sean, van a ser paulatinos y siempre tendrán como referentes los que ya se estaban incubando antes de que hiciera su aparición el coronavirus; queda, con todo, que se produzca cierta aceleración en el proceso, nada profetizable por otra parte.
3.- Una mirada inicial nos llevaría a la consideración de que es posible que se agudicen las sospechas y el descreimiento hacia las bondades del sistema democrático-capitalista, y que deriven hacia una contestación hacia los proyectos en curso del Nuevo Orden Mundial.
Hasta la fecha, los llamados movimientos identitarios han sido a punta de lanza de esta contestación, pero obsérvese que ninguno de ellos se ha definido como coadyuvante de aquella sospecha indicada hacia los principios básicos del Sistema; todo lo más, han opuesto reivindicaciones localistas al proyecto mundialista, reinventando formas de nacionalismo añejo.
Lo que sí ha quedado en tela de juicio es la confluencia del marxismo cultural o nueva izquierda con el neoliberalismo; pero este recelo se ha centrado más en los efectos y consecuencias (dogmatismo de lo políticamente correcto, destrucción de las clases medias, antropologías extrañas, ideologías y bioideologías…) que en aquellos fundamentos del Sistema establecido, donde estriban las causas.
Si nos atenemos al panorama español, lo que está en juego, paralelamente a la diletante gestión de la crisis sanitaria y sin perder comba por ella, es el pase traumático de la Primera Transición a la Segunda; el riesgo, constatado por los hechos, es que el estado de alarma puede degenerar en una patente de corso para esta maniobra política, con limitación de las libertades políticas y personales de cara al futuro y, sobre todo, para influir en el remonte el desastre económico que ya tenemos encima.
De momento, podemos observar con nitidez el aprovechamiento y manipulación de la calamidad; todas las fuerzas políticas, sin excepción, lo están haciendo así, empezando, claro, por las gubernamentales. Ahí radica el miedo de los sectores conservadores, que no sabemos si es más acusado por la amputación de libertades y la maniobra política transaccional o por el presentimiento de las tendencias socializantes en lo económico que aceleran los socios de Sánchez.
Con respecto a lo primero, la derecha no duda en resaltar ese rasgo de la tentación totalitaria de la izquierda española; da la impresión de que, en sus filas, vuelve a reproducirse la pugna entre Besteiro y Largo Caballero, pero ahora ocupando los papeles respectivos, la vieja guardia del PSOE y los zapateristas, aliados a Podemos: nihil nuevo sub sole.
En relación a lo segundo –los planteamientos económicos–, se teme la mano de Iglesias, con sus periclitados dogmas marxistas; lo del ingreso mínimo vital, por ejemplo, que no es más que un PER ampliado a toda la nación; a uno se le ocurre que sería más adecuada, por ejemplo, una planificación de servicios o prestaciones sociales necesarias, remuneradas con justicia, en las que se podían inscribir todas aquellas personas en situación de paro o de dificultades económicas graves, con lo que se evitaría el riesgo de tener una sociedad subvencionada y clientelizada
No radica únicamente en lo económico mi preocupación esencial, con todo y temer las medidas propias de aprendices de brujo y no de expertos en la materia; creo en la armonización de tres elementos básicos para toda previsión en este campo: justicia, eficacia productiva e iniciativa personal.
La primera de ellas debe acometerla el Estado, y no descarto que el interés nacional –no el de partido o secta ideológica– deba optar por algunas nacionalizaciones; la segunda y la tercera corresponden a los llamados hoy agentes sociales, eufemismo que, como sabemos, sustituye al de productores de otras épocas de la historia.
Mis inquietudes de fondo se centran en si los cambios que necesariamente se van a producir, ya sea en punto y aparte o ya en nuevo capítulo de la historia, van a incidir en los valores y formas sociales que merecen sobrevivir a esta y a todas las crisis, porque pertenecen al ámbito de las categorías permanentes de razón.
Si la persona va a ser verdaderamente reconocida en su dignidad, en su libertad y en su integridad, como tendente, no solo a unas necesidades inmanentes sino también a unas de carácter trascendente. Si la institución de la familia va a salir reforzada, casi superviviente, no de un confinamiento sanitario, sino de la enemiga que sufre desde los herederos de Gramsci. Si la empresa va a derivar en formas de tipo más social, no meramente de rostro humano, abiertas a la participación del factor trabajo en sus beneficios y gestión. Si se va a superar el viejo dilema entre la libertad intangible del ser humano y la necesaria autoridad que garantice la justicia, la equidad y la seguridad de todos.
Si las patrias europeas –entre ellas, la nuestra– van a ser verdaderos proyectos sugestivos de vida colectiva, con una misión común llamada Europa, que retorne desde la burocracia ineficaz y desde el sesgo sectario actual hasta sus auténticas raíces culturales, históricas y religiosas. Si, en consonancia con esto último, va a salvaguardarse lo esencial, empezando por un profundo respeto a la vida humana. Si el concepto de universalidad va a desplazar el de mundialización… En suma, si van a salvarse y predominar los valores del espíritu frente al relativismo nihilista de la etapa que se cierra con esta pandemia.
Ahora no cabe resucitar las teorías de Spengler, pues el maldito virus no constituye ninguna invasión de los bárbaros; es, eso sí, una oportunidad histórica para una profunda revisión del camino que llevábamos.
¿Cómo nos van a asustar los cambios que, en lo exclusivamente material, puedan producirse? A mí, por de pronto, no me amedrentan los anuncios de alternativas que sean, a la vez, realistas, sinceramente revolucionarias y respetuosas con lo que hay que mantener y mejorar.
Nada de esto, como he dicho, puede ser objeto de predicciones, pero sí de deseos personales, acompañados inexcusablemente, de esfuerzos; un avezado lector podrá reconocer en ellos la plasmación de muchas de mis queridas utopías no arriadas.
Por lo menos, confiemos en que los hombres hayamos aprendido algo de esta terrible pandemia y que los cambios positivos nazcan de este duro aprendizaje.