En memoria de un gran pensador

Si se repasan aquellos magistrales artículos de Julián Marías se observará que no marró ni en sus argumentos ni en sus predicciones: «La Constitución tiene que ser inequívoca».


​​Publicado en la revista El Mentidero de la Villa de Madrid (25/JUN/2024). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

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En memoria de un gran pensador
Se acaba de cumplir el aniversario del nacimiento de Julián Marías (17 de junio de 1914-15 de diciembre de 2005) y escasos medios se han acordado de su figura, como no fuera solo para resaltar su posicionamiento antifranquista; que yo conozca, solo uno (ABC) recordaba que, además, fue rechazado por la izquierda por su indeleble sello católico, lo que llevó, por ejemplo, a asistir como invitado a algunas sesiones del Concilio o a ser designado por Juan Pablo II miembro de la Academia Pontificia de Cultura.

Además de la enemiga de la izquierda, tuvo el honor de tenerla de los nacionalismos separatistas; esta hostilidad venía, acaso, de aquellos excelentes artículos, entre enero y mayo de 1978, en contra de la inclusión del término nacionalidades en el texto constitucional; aparecieron en la tercera del mencionado diario y reproducidos en La Vanguardia de Barcelona; pero esta demoró intencionadamente su publicación porque «el tema es delicado y no todo el mundo estará de acuerdo con los elementos en que se apoya don Julián Marías» (sic); por ello, se avino a su inclusión una vez solicitado que «ampliaran la visión del problema» nada menos que Maurici Serrahima y Miquel Coll i Alerton; curiosa manera de poner la venda antes que la herida, y es que La Vanguardia ya prometía entonces…

Si se repasan aquellos magistrales artículos de Julián Marías se observará que no marró ni en sus argumentos ni en sus predicciones: «La Constitución tiene que ser inequívoca: un instrumento para resolver dificultades, no para crearlas»; y en esas dificultades estamos, cuarenta y seis años después. Fue acusado por Xavier Rubert de «mentalidad totalitaria», cuando si algo caracterizaba a nuestro gran pensador era su definición de liberal, pero en el sentido que había dado el Dr. Marañón: «Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primera, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y, segunda, no admitir jamás que el fin justifica los medios…». Por ello, añadía Marías: «Es bien notorio que cuando se ha creído que se puede ser liberal solo en política, se ha dejado de ser liberal en ella».

Julián Marías fue uno de los más insignes discípulos de Ortega y Gasset, y, en el ámbito del catolicismo, de Xavier Zubiri; sus numerosos textos y artículos de filosofía y de teología lo sitúan entre los más grandes del pensamiento español del siglo xx y principios del xxi.

Mis relaciones iniciales con la clara inteligencia de Marías datan de su Historia de la Filosofía, en mis primeros años de Facultad, pero antes había caído en mis manos su Consideración de Cataluña, que había leído con apasionamiento de catalán y, por tanto, de español; vendría luego su España inteligible, Los españoles, Literatura y generaciones… Recuerdo que salí en una cerrada defensa de sus ideas cuando, siendo director de Instituto, me encontré con un representante institucional en el Consejo Escolar que lo menospreciaba, claro, sin haberlo leído…

Leer a Julián Marías, como a Ortega, obliga a reflexionar; a subrayar y a hacer anotaciones y comentarios al margen; tampoco obliga, por supuesto, a estar de acuerdo en todo con sus tesis, ni hace falta: los grandes del pensamiento no son gurús, sino maestros, y los discípulos pueden discrepar, no seguir la letra de sus clases magistrales, sino el espíritu que las ha inspirado; impera nuestra circunstancia y el propio discurrir; me vienen a la memoria aquellas palabras de Indalecio Prieto –que me gustaría pensar que fueron sinceras–: «Acaso en España no hemos confrontado con serenidad las respectivas ideologías para descubrir las coincidencias, que quizás fueran fundamentales, y mediar las divergencias, probablemente secundarias, a fin de apreciar si estas valían la pena de ventilarse en el campo de batalla».

Hay, por supuesto, ideas básicas de las que partiremos en nuestro propio pensamiento, y, en caso de Julián Marías, una de ellas es la de España, que, según sus propias palabras, es lo importante, «lo que de verdad importa, no lo que se decreta así, lo “actual”o lo que “se lleva”». Porque España fue la gran pasión de su vida.

Y Europa, cuyo problema es «la ausencia de proyecto», y que «tendrá que ser un proceso de incorporación», como «empresa histórica»; e Hispanoamérica, de la que España debe ser su «Plaza Mayor», anotando que «las expresiones “Latinoamérica” o “América Latina” son igualmente deliberadas, tendenciosas y, por añadidura, absurdas».

Cuando en la Transición («Toda la historia lo es», decía), algunos mentecatos repetían el tópico del páramo cultual durante el franquismo, Julián Marías demostró todo lo contrario: «Existe una floreciente vida intelectual», durante aquel Régimen con el que él no estuvo de acuerdo en lo político; mostró una larga lista de pensadores, críticos, novelistas, poetas y ensayistas de diversas disciplinas, llegando a la conclusión de que «la tradición intelectual de España en el siglo actual –lo escribía en 1959– no se ha interrumpido».

Tampoco ahorró críticas a lo español, fustigando los defectos que nos impiden avanzar, como el «adanismo», que nos impide «venerar a nuestros antepasados en vez de serlos otra vez». ¿Qué diría hoy don Julián Marías ante las leyes de memoria que decretan cómo fue la historia?

Termino con el recuerdo de una conversación con el añorado Jaime Suárez, en el seno de Plataforma 2003, al conmemorar el nacimiento de José Antonio Primo de Rivera; al ponderar ambos los textos del filósofo que ahora evocamos, Suárez me reconoció: «Julián Marías fue un joseantoniano malgré lui»…