Mochilas escolares
Los niños y jóvenes son casi siempre iguales y abiertos a lo mejor a lo largo de la historia, pero mucho van a depender sus actitudes, conductas y expectativas ante la vida de los adultos.
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 809 (10/OCT), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.
Cuando aún estaba en activo como profesor (¡ya hace diez años!), venía observando que los alumnos portaban sus mochilas escolares suspendidas sobre los riñones, sin tensar en absoluto las correas de los hombros. Un día, a la salida de las clases, se me ocurrió aconsejar a uno de ellos al respecto: a fuer de montañero, le dije que lo recomendable era que la carga se repartiera en la espalda, para que no sufriera la columna. La respuesta me dejó literalmente anonadado: «Es que todos la llevan así». Repetí el consejo a un par de alumnos más y la contestación fue idéntica: se trataba de no distinguirse, era un problema de moda, de mayorías.
En la actualidad, sigo viendo a chicos o chicas que van a su colegio o instituto con la mochila riñonera, por lo que, al parecer, los usos no han cambiado. Auguro un brillante porvenir a los traumatólogos y fisioterapeutas…
Sin embargo, me he dado en meditar, ya no solo en el disparate de cargar de este modo la mochila los alumnos actuales (despiadadamente, pienso que allá ellos…), sino en el contenido de esos macutos, concretamente en lo que atañe al bagaje cultural y axiológico de la educación que vayan a recibir en sus aulas. Lo malo es que, debido a este contenido, también muchos prefieran no distinguirse…
Que conste que soy incapaz de recurrir a los tópicos que todas las generaciones han formulado sobre la siguiente, por lo menos desde los tiempos clásicos; como muestra un botón, y dejo la palabra al maestro Sócrates: «La juventud de hoy ama el lujo. Es maleducada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores», etc. etc. Ídem de lienzo, Platón y Aristóteles, hasta llegar a nuestros días. Por el contrario, me reafirmo en que los niños y jóvenes son casi siempre iguales y abiertos a lo mejor a lo largo de la historia, pero mucho van a depender sus actitudes, conductas y expectativas ante la vida de los adultos, del contenido de su mochila escolar.
En primer lugar, en cuanto a la propia dimensión como personas: «Estamos formando la primera generación de seres humanos que, por no saber, no saben si son hombres o mujeres: Y no lo saben porque la sociedad en que viven les permite, impunemente, reducir la ontología a psicología» (Jesús G. Maestro). Que conste que hago merced al lector de otras muchas citas por el estilo…
Se les pone, además, desde los medios y el Sistema, una especie de muro delicuescente (no por ello menos impenetrable en muchas ocasiones) que les impide buscar y entender el sentido de la vida, empezando, por orden de importancia, por la ocultación de la perspectiva trascendente del ser humano; queda, así, cualquier orientación religiosa o la búsqueda del Absoluto relegada a una esfera íntima y espontánea, en el mejor de los casos, familiar o pastoral. Este muro poco o nada tiene que ver con el respeto a las propias creencias o a la libertad religiosa, pues, por su omisión sistemática o censura, solo queda posible una especie de iluminación, que, a Dios gracias, también puede darse en muchos casos, como se ha comprobado este verano en las jornadas de la JMJ.
Parece existir un a modo de existencialismo infantil y juvenil; ¿alguien se ha parado a pensar en las causas profundas del aumento de suicidios en niños y adolescentes, incluyendo el causado por el acoso escolar pero no solo por este fenómeno psicosociológico en aumento?
La gran consigna de la libertad queda solo como un regalo, algo dado por la sociedad y que no exige el menor esfuerzo de voluntad; como dice otro pedagogo, «quienes entienden la libertad sin lucha, fácilmente se hacen esclavos de sí mismos o de los demás» (Enrique Gervilla Castillo). Y aquí entramos en la tan cacareada educación en valores, que suele centrarse únicamente en la tolerancia, que suele degenerar fácilmente en relativismo, escepticismo y pasotismo, en lugar de enraizarse en la firmeza de unas convicciones propias y en el deseo de convencer, respetando por supuesto a los otros.
El peso de las mochilas escolares tampoco obedecerá –por lo menos, en España– al inmenso bagaje de una herencia cultural transmitida, que suele ser despreciada, silenciada, reducida a mínimos o tergiversada a capricho político. Dejemos ahora la palabra a Gregorio Luri: «Somos diacrónicamente parte de un relato nacional y sincrónicamente miembros de diferentes ámbitos de copertenencia», y, entre ellos, este educador señala «el de la patria y el de la familia, que enmarcan todos los demás». ¡Nada menos que patria y familia, los dos conceptos básicos que sufren la embestida de los poderes establecidos!
Pero no caigamos en un pesimismo atroz; cada generación –otra vez, gracias a Dios– ha sabido sacar fuerzas de flaqueza, en muchas ocasiones desoyendo y enfrentándose a quienes pretendían encerrarla en unos límites angostos. Porque, repito, niños y jóvenes siempre han atesorado en su fuero interno aspectos que no están previstos en las agendas 2030 del momento; entre ellos, la capacidad de desarrollar un fuerte sentido crítico y la inmensa bondad de la rebeldía ante las imposiciones.
Puede ser –¡será!– que el contenido de las mochilas escolares se nutra de valores reales en un futuro, desoyendo los constructos antropológicos, axiológicos, sociales y políticos que las pretenden llenar de pesados fardos llenos de vaciedades. Y, sea por el hastío, asqueamiento o cansancio de fórmulas reiteradas, se llene de esa capacidad de superación de uno mismo y, de este modo, a la de las comunidades históricas, tan precisas, ahora, de esa superación de sí mismas.
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