La pirámide invertida.
Publicado en la revista 'Desde la Puerta del Sol', núm 377, de 17 de noviembre de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Abraham Maslow desarrolló, allá por los años 40 del pasado siglo, una teoría psicológica sobre las necesidades humanas que, posteriormente, ha sido muy aplicada a los ámbitos de la empresa, del márquetin y de la publicidad.
Esta pirámide de Maslow partía de las necesidades más elementales o fisiológicas (respirar, alimentarse, descansar, tener una vivienda…), ascendía a las de seguridad (física, de empleo, de recursos, de relaciones familiares…), a las de tipo social (amistad, afecto, intimidad…) y llegaba a un penúltimo escalón considerado como de estima y reconocimiento, donde se situaban el éxito social, la confianza de los demás en uno y el respeto de todos; la cúspide de la pirámide se titulaba de autorrealización, y esta descansaba en la creatividad, la espontaneidad, la falta de prejuicios y la capacidad probada para resolver problemas.
Me imagino que esta teoría era conocida por la mayoría de los lectores, pero, de acuerdo con el nunca te acostarás sin saber una cosa más, una veterana y fiable profesora (que, además, es mi esposa casualmente) me ha hecho ver otra teoría interesante, sustentada por su práctica docente y su capacidad de observación, y fácilmente aplicable a la educación actual, a la sociología y, también, a la política.
Ella la llama la pirámide invertida y no he tenido más remedio que asumirla por su agudeza.
Resulta que, en nuestros días, el primer objetivo a cubrir que se ofrece, ya desde las aulas y los medios, al ciudadano, es que se autorrealice, y ello por las vías de la creatividad personal, desarrollando su creatividad sin cortapisas ni coacciones externas y sus instintos que le libren de prejuicios; así le será dado, sin duda alguna, resolver cualquier problema de la vida.
Convencido de esta forma de estar autorrealizado, buscará rápidamente el éxito sin esfuerzo y el reconocimiento social –tan propicio en esta sociedad de la comunicación-–,que le proporcionarán mucho dinero en poco tiempo; las figuras del youtuber o del influencer son paradigmáticas en este aspecto. Claro que no suele tener en cuenta que la competencia actúa de forma rapidísima y que el éxito así logrado tiene fecha de caducidad.
En consecuencia, el siguiente escalón de esta pirámide invertida, el del afecto y la amistad, también suele prescribir velozmente; y, al llegar a este punto, las teorías de mi profesora se aúnan con las de la liquidez de Bauman: la economía, las relaciones sociales, la posible familia, las ideas, el amor…son líquidos, nunca sólidos.
Ascendiendo (o descendiendo, según se mire) el escalón de la seguridad (tanto afectiva o moral, como de recursos y de empleo) se tambalea peligrosamente y puede llegar al derrumbamiento más completo; y lo que sería la satisfacción de las necesidades más básicas y elementales puede verse muy afectada, obligando a empezar de cero o, más trágicamente, a buscar alivio artificial en la drogadicción u otras formas de escapismo, cuando no, de forma desdichada, convertirse en un sin techo o vivir de exiguas prestaciones sociales.
Llegados a este punto, me dirán ustedes si esta teoría de la pirámide invertida puede ser aplicada al mundo político, a lo que se ha llamado (hasta hace poco) la casta. Pues sí, y aquí me atrevo a completar la teoría de la sagaz profesora. Fíjense en la gran cantidad de políticos que, sin haber ejercido laboralmente a lo largo de su vida, en ocasiones sin haber pasado de los estudios elementales o incluso sin ellos, se han autorrealizado en el seno de su partido y han sido elegidos o designados para un determinado cargo, a base de haber demostrado unas cualidades espontáneas y creativas que les han encumbrado al éxito fácil, al reconocimiento de sus líderes de turno y a la popularidad.
Pero es evidente que la fama es mutable y, con ella, todas las relaciones afectivas de amistad, de parentesco y de compañerismo que supuestamente han ido atesorando; basta que hayan demostrado con creces su incapacidad para afrontar problemas serios, o que hayan sido víctima de una competencia feroz e inmisericorde a base de codazos, para que puedan perder la celebridad momentánea y el aplauso de sus votantes o el favor de sus jefecillos y benefactores.
En ese momento, sus ocasionales y líquidas relaciones, sus prepotentes cargos y empleos, se vienen abajo; un peligro es que incluso sus necesidades elementales queden al descubierto; claro que aquí entra una salvedad cuyo alcance no afecta a otros en su situación: un sueldo vitalicio por los servicios prestados o el recurso tan habitual de las puertas giratorias, que los llevarán a perseverar en su inutilidad sin apenas ruido.
El castigo suele ser que no volverán a brillar y, en su frustración, serán incapaces de llevar una vida normal, esa que procuramos seguir la mayoría de ciudadanos de a pie.
Evidentemente, mi profesora tiene mucha razón, y el amigo Maslow también la tenía cuando culminaba su teoría en una verdadera autorrealización de la persona que ha sido capaz de subir con paciencia los escalones, sólidos y no líquidos, de su pirámide.