Lo que va del 'Misterio' a la magia
Se pretende sustituir la profundidad del Misterio de la Encarnación y el Nacimiento de Cristo por una magia, pletórica muchas veces de ñoñería.
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid (12/DIC/2023). Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Queda apenas unos días para la Navidad y, francamente, estoy saturado y aburrido. Entiéndaseme, no de la Navidad como tal –solo faltaría–, sino de todo el cortejo artificial –comercial, consumista y decididamente cursi– que ya viene precediéndola desde hace casi un mes y ocupa la atención majadera de los públicos. Los escaparates, por ejemplo, se apresuraron a cambiar sus reclamos para la memez del Halloween por papanoeles y guirnaldas que quieren evocar la próxima campaña.
Como suele ocurrir con tantas cosas, esta falsa derivación de la Navidad nos va llegando mayoritariamente de las factorías de Hollywood y de la nueva Disney; se trata de la falsificación del hecho histórico más importante para la Humanidad y, en concreto, para el mundo cristiano, sustituyéndolo por un espectáculo constante de magia; reconozcamos que no está carente de encanto infantil, pero que sirve para ocultar o tergiversar el Misterio, en el sentido más trascendente de la palabra.
No es un fenómeno novedoso; quizás nació de aquel delicioso y pedagógico cuento de Charles Dickens y su Cuento de Navidad, con sus espíritus empeñados en cambiar la mentalidad del explotador empresario, referente actual de Sumar y su conspicua líder; claro que este famoso cuento ha ocultado, en España, otros más cercanos y no menos maravillosos, dotados, eso sí, de explícito sentido cristiano, debidos a la pluma magistral de Sánchez-Silva, vetados a las nuevas generaciones.
Centrémonos en el espectáculo que va invadiendo los hogares europeos, no solo españoles, y que se pone de manifiesto, para empezar, en el anodino felices fiestas, para ocultar la palabra Navidad; comercialmente, las vacaciones de invierno son el trasunto de las próximas vacaciones de primavera, que silencian también lo de la Semana Santa; los colegios más progres ilusionan así a los escolares a disfrutar del asueto y vaciar temporalmente las aulas. Ahora en concreto, la figura del orondo Papá Noel, perdida cualquier referencia al primitivo san Nicolás y convertido en símbolo publicitario de la Coca-Cola, llega a aburrir a las imaginaciones más infantiloides; su acompañamiento de renos y de elfos y su promesa de regalos, vía chimenea, está sustituyendo la expectación de la llegada de los Reyes Magos en estos lares, y de santa Lucía, por ejemplo, en Italia; los panoramas de paisajes nórdicos, con figuritas amaneradas que se mueven al compás de cansinos carrillones reemplazan ya al belén en muchos hogares; las mismas iluminaciones de calles y establecimientos prescinden curiosamente de símbolos navideños, contribuyendo eficazmente a esta falsificación laica.
Es decir, se pretende sustituir la profundidad del Misterio de la Encarnación y el Nacimiento de Cristo por una magia, pletórica muchas veces de ñoñería. A todo esto contribuyen de buena gana algunas autoridades municipales, con sus supuestos belenes, además estéticamente horrorosos; claro que aún no han llegado a lo que se vivió en la España del Frente Popular, en la que se sustituyó por decreto la Navidad y los Reyes por aquella Semana del niño, según cuenta la historia no sujeta a memorias democráticas.
La palabra Misterio evoca, ante todo, lo secreto. En el Nuevo testamento, el término sirve para designar la iniciativa de Dios que se revela a los hombres y realiza su salvación; de ahí, su uso sirve para referirse a los grandes episodios de la vida de Jesús y, de forma más específica «para designar las tres grandes afirmaciones del Cristianismo: la Trinidad, la Encarnación y la Redención» (Bernad Sesboüé). Misterio va íntimamente relacionada con milagro, que es «para la mirada del hombre creyente y abierto al misterio de Dios, la configuración concreta de los acontecimientos como signos de la benevolencia de Dios para con los hombres» (K. Rahner).
Por el contrario, magia nos refiere al arte o ciencia oculta con que se pretende producir efectos extraordinarios, según dice la RAE. Los milagros para el cristiano son signos, mientras que la magia es truco, argucia maravillosa que solo puede calar en mentes infantiles o primitivas; los milagros de la vida de Jesús dan lugar a un acto libre de fe («Tú fe te ha salvado»), pero de ninguna forma fueron espectáculo para las gentes que rodeaban al Mesías.
Se me ocurre que, con todo, no es negativo que el ateo o el agnóstico de nuestros días acuda a esa evocación mágica de la Navidad que nos venden por doquier, siempre que conlleve el sentido auténtico del amor, de la caridad, de la mirada al otro, ya que se ve incapaz de alcanzar con su fe al Otro; algo parecido ocurre con la Declaración de los Derechos Humanos, que tienen su base en al mensaje cristiano, pero que nuestro mundo occidental oculta este origen y lo circunscribe a su versión más secularizada.
Lo perjudicial es que, entre los creyentes, vayan cobrando cuerpo estas imágenes falsas de la Navidad, almibaradas, sentimentaloides y cursis, como sucedáneo; que los hijos de estas familias creyentes sigan esperando que un trineo venido del Polo Norte se pose en su tejado y les traiga los juguetes, y, sobre todo, que desconozcan que, hace más de mil años, una familia de Nazareth, con la esposa embarazada, tuvo que soportar el parto en un pesebre de animales, porque no había sitio para ellos en la posada, como tantas y tantas familias de nuestros días que se ven sometidas a estrecheces para su vivienda o para la cesta de la compra; y que el Niño que nació, calentado por el vaho de los animales, era verdaderamente el Hijo de Dios.
Por mi parte, me apunto con el entusiasmo de siempre a la verdadera Navidad y su Misterio, pero dimito de todo corazón de la versión Disney.