La generosidad con los bienes ajenos
Cuestiona el pensamiento pesimista sobre nuestra época tan criticada por carecer de valores, una virtud que va arraigando entre nosotros: la generosidad ejercitada con los bienes ajenos, virtud que supera en magnanimidad a la clásica y egoísta realizada con los bienes propios, lo que puede hacer cualquiera. Porque no hay generosidad más auténtica y difícil que la que se practica con los bienes de otros, dado que los propietarios suelen oponerse incomprensiblemente a tan noble acción.
Sin embargo, hay dos clases de bienes especialmente idóneos para ser objeto de esta virtud: los bienes públicos y los bienes inmateriales; mas siempre que intervengan unos sujetos singularmente capacitados para tan solidaria generosidad con lo ajeno: quienes buscan en la política su modus vivendi.
Cuando coinciden ambos tipos de bienes y sujetos, se abren posibilidades infinitas de asistir a profusas prácticas de la citada virtud, pero eso sí, bajo elevadísimas invocaciones como el interés de Estado, la salud y seguridad pública, los valores superiores del diálogo y la concordia, etcétera.
Incluso hay casos donde los políticos llegan a disponer en su favor de la justicia, la dignidad nacional y la soberanía de todo un pueblo; y hasta de la sangre vertida por numerosas generaciones en defensa de la unidad e integridad de su patria