Si yo fuera rico aplaudiría las reformas progresistas en el sistema educativo, eliminando calificaciones y suspensos, igualando por abajo a todos y todas que irán pasando de curso sin acreditar indispensables conocimientos.

Si yo fuera rico alabaría la imposición de las matemáticas socioafectivas (?), la supresión de la filosofía y de la cronología en el estudio de la historia, la proscripción del ejercicio de la memoria y la obligatoriedad de la enseñanza en catalán, euskera o gallego a costa del castellano o español (con perdón). Y por supuesto, una enseñanza que infravalore el esfuerzo, el mérito y la capacidad.

Si yo fuera rico disfrutaría con lo anterior, porque mientras todo ello hace más ignorantes al resto, mis hijos gozarían del privilegiado escape que supone una enseñanza en selectos centros que sólo podemos permitirnos algunos.

Centros en los que hay que memorizar, estudiar y currarse los aprobados y cuyos títulos son más valorados que los del sistema educativo igualitarista. Centros que garantizan la preparación de mis hijos y su mejor acceso al mercado laboral, mientras que los demás se irán quedando al margen.

Mis privilegiados hijos... y los hijos de los progresistas que imponen todos estos «avances» y que pueden permitirse colocar a sus hijos en estos centros. Pero es que éstos, sobra decirlo, también son ricos.