Para envidia de otras naciones, en España contamos con unos gobernantes que constituyen un magnífico ejemplo de tolerancia religiosa.

Da igual que pertenezcan a partidos que directamente nos imponen o no se oponen al aborto, el matrimonio entre homosexuales y su derecho a la adopción, la legalización de la eutanasia, la eliminación de la asignatura de religión y de los símbolos religiosos cristianos en las escuelas, y, en definitiva, por intentar erradicar de nuestra sociedad los fundamentos del catolicismo, para reducirlo al interior de las iglesias o a la intimidad de los hogares.

¡Da igual todo! Porque al llegar la Semana Santa, esos mismos gobernantes son capaces de sacrificar sus más laicistas convicciones apareciendo en las primeras filas de los mayores fastos religiosos, en los encumbrados palcos de autoridades y hasta presidiendo cofradías con caritas de inocentes angelotes.

Por un extraño fenómeno, la pequeña imagen del Crucificado que han desterrado de las aulas y centros públicos, adquiere un significado tan distinto cuando sale en tamaño imponente procesionando por las calles de sus ciudades, que alguno de estos mandamases es capaz de arrancarse con encendidas saetas de carácter cívico solidario en demostración de su devota veneración.

Según rigurosos estudios realizados en las más prestigiosas universidades, tan magnífica y sorprendente mutación, que transforma durante unos pocos días un laicismo de combate en un fervoroso catolicismo procesional, se debe al siguiente principio político científico:

«Cualquier procesión, festejo o romería de carácter religioso, cuya restricción o supresión pudiera traducirse en una considerable pérdida de votos o en una mayoritaria indisposición popular hacia los gobernantes que lo restringen o suprimen, no sólo deberá ser tolerada, protegida, jaleada y fomentada, sino también participada activamente por esos mismos gobernantes».

Maravillas de la coherencia laicista político festiva.

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