Un cuento del Sur
Publicado en primicia en la sección opinión del digital Sevilla info (20/FEB/2024), posteriormente recogido por La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Allá por el Sur, existía un país tan antiguo que en tiempos llegó a ser imperio, pero que por su desidia y mala suerte con algunos de sus gobernantes fue quedando reducido a un turistizado apéndice para el disfrute de los pueblos de más al norte, si no más ricos, más adinerados. Salir adelante en la historia desde su singular ubicación de cruce de caminos y culturas, le había costado sangrientos enfrentamientos en defensa de su unidad e integridad, que no solo amenazaban los de fuera, sino también una parte traidora de los de dentro.
Padecía este viejo país la vecindad chantajista de otro ubicado aun más al Sur, que además de codiciar y reivindicar parte de sus tierras, le chuleaba de variadas maneras; entre ellas, facilitando el envío masivo de ciudadanos que cruzaban ilegalmente sus fronteras; algunos con la intención de ganarse la vida trabajando y otros, cada vez más, con la de vivir de las ayudas, pagas y subvenciones del país de nuestro relato, que se había vuelto muy generoso con determinadas causas y circunstancias. Esta avalancha de receptores de la sopa boba se aceptó con tan extraña normalidad, que el país de más al Sur se animó a enviarles también a sus niños y jóvenes para que se los criaran como si fuesen huérfanos, pero sin serlo; consiguiendo además que quien osase cuestionar este regalito de menores sin compaña fuera tenido por un terrible y egoísta monstruo inhumano y sin entrañas, pese al comprobado grado de delincuencia que adornaba a muchos de estos angelitos y que ejercitaban especialmente con las féminas.
Además de la vecindad del chantajista país citado, sufría el país de nuestro relato una colonia por parte de otro, supuesto amigo ubicado en las aguas del Norte, que le había okupado una parte preciada de su territorio bajo la excusa de que acudía a ayudarle en un conflicto bélico interno. Los habitantes de esta colonia habían ido montando tropecientos chiringuitos pestilentes que explotaban tropecientas operaciones de dudosa legalidad, y como el territorio de la colonia se les había quedado pequeño, disfrutaban de excelentes posesiones en lugares muy selectos del país parasitado.
Total: que entre los del país más al Sur, los de la colonia pestilente y los miserables del propio país que nunca faltan, se había ido formando una túrbida área de operaciones que se aprovechaban del país mediante toda clase de actividades que bordeaban la legalidad o que claramente la infringían. Entre estas destacaba el narcotráfico, pues el cultivo de ciertas drogas se había convertido en boyante industria del país de más al Sur, y para su distribución era vital el paso hacia el país de nuestro relato, que se convirtió así en un fundamental canal de entrada de toneladas de drogas, provocando a su vez que la zona se transformase en un lugar de especial consumo y trapicheo, con la consecuente degradación de parte de su población. No eran pocas las familias y clanes que vivían de tan delictivo comercio y que, para mayor escarnio, como este tipo de ingresos lo eran en dinero negro (con perdón) aparecían ante el fisco como gente paupérrima y muy vulnerable, con todo lo que esto les suponía en ventajas y ayudas, facilitándoles el acceso a prestaciones imposibles para otros.
Pero sucedió que un día, para mayor desgracia, agentes del país chantajista de más al Sur, ayudándose al parecer de sofisticadas técnicas, se apoderaron de secretos del gobernante del país de nuestro relato, y a partir de ahí comenzaron a producirse sucesos más graves aún de los ya conocidos. Como fue la supresión de un operativo policial que funcionaba con positivos resultados contra la distribución de droga procedente del chantajista país de más al Sur, obstaculizando la floreciente industria de producción de su droga. Desarmado y desmontado dicho operativo, los narcotraficantes fueron creciéndose en sus impunes labores hasta el punto de, en vez de huir de los mermados agentes de la autoridad, hacerles frente y asesinarlos, siendo jaleados por los muchos miserables que se lucraban con tan criminal negocio.
El alto precio en dignidad nacional, y también en sangre, que le estaba costando al país de nuestro relato la sustracción de los secretos de su gobernante, disparaba la imaginación sobre cómo serían de terribles e inconfesables aquellos robados secretos…