El PSOE, el doctor Jekill y mister Hyde
El PSOE, el doctor Jekill y mister Hyde
Una de las obsesiones que tienen los líderes de cada momento en todo partido político, quizá la más importante, es la de que éste se mantenga ‘puro’, en el sentido de presentar un corpus ideológico uniformizado e inmune a cualquier heterodoxia.
De hecho, esta prevención no es exclusiva de las organizaciones llamadas ‘partidos políticos’, sino que es común a cualquier grupo asentado en una ideología y no en una praxis; de hecho, a ella no han escapado ni las más importantes instituciones políticas y sociales aparecidas y desaparecidas a lo largo de la Historia.
Otro fenómeno sociológico íntimamente concatenado con éste es el de la instauración, en el seno de las organizaciones, rígidos mecanismos de control sobre sus miembros o asociados, a fin de prevenir, y en su caso reprimir, cualquier atisbo de disidencia o desviación.
El control de estos mecanismos, aunque puede adoptar una apariencia democrática de decisiones consensuadas por órganos colectivos instaurados en el seno de las organizaciones, suele estar ejercido, a la postre, por un reducido núcleo de guardianes, y, en definitiva, la mayor parte de las veces, por un solo individuo: el líder.
Contradecir o poner en duda los dictados del líder, o tan sólo reclamar un debate abierto sobre los mismos o sobre los postulados, la táctica o la estrategia de la organización, supone siempre un peligro para quien lo hace, y no sólo intelectual o moral, sino material en sus más crudos términos.
No olvidemos que estas agrupaciones humanas, y sobre todo las que conocemos como partidos políticos, son también, ¡y muy principalmente!, agencias de colocación, un ‘modus vivendi’ que posibilita eso que se llama ‘ganarse la vida’.
Así, discrepar de lo que diga el ‘jefe’, de lo que piense el ‘jefe’, de lo que determine el ‘jefe’, no es sólo entregarse a un juego de razón y de voluntad, sino a una especie de previsible suicidio vital.
La reserva mental, la autocensura y el silencio son, por todo ello, las normas a que se atiene muchas veces el proceder del posible opinante, si quiere seguir con vida dentro del partido, aguardando quizá una ocasión propicia para presentar batalla; si es más audaz o más coherente, tal vez se arriesgue a crear una nueva oferta política, más acorde con sus convicciones, cosa a la que, por otra parte, será invitado con no excesiva cordialidad por su antiguo líder con la recurrente frase de ‘quien no esté de acuerdo, que se marche’.
Seguir la vida interna de los partidos políticos es un empeño apasionante desde la perspectiva del estudio del comportamiento. Las mareas y contramareas, los flujos y reflujos, los tsunamis y mar chicha que se suceden en aquellos, y de los que la sociedad se entera con cierta superficialidad, pues otra ley de hierro que los rige es la de la ‘omertá’ o silencio impuesto a autoimpuesto en su seno.
Los rasgos que, con todo, se conocen, permiten sin embargo hacer ciertas previsiones sobre la evolución prospectiva de los mismos. Son estas unas previsiones de espectro muy amplio, como no puede ser de otra manera, pero no por ello son menos interesantes.
En estos momentos, en España, la más ‘excitante’ de estas prospectivas es, sin duda alguna, la que se refiere al PSOE, partido que ha personalizado el más conspicuo cambio de piel desde la Transición hasta nuestros días. ¿Tiene algo que ver el PSOE-Jekill de los años ochenta del pasado siglo con el PSOE-Hyde de ahora?
Ciertos rasgos comunes muy etéreos y difusos (por ejemplo, el basamento histórico y el pretendidamente ideológico) puede que permanezcan, pero el armazón intelectual y moral del PSOE de hogaño nada tiene que ver con el de antaño, según pienso. Lo cual me autoriza a pensar que, a pesar de llevar el mismo nombre, son, en realidad, dos partidos distintos. El PSOE ha cambiado, y no para mejor.
Características del presente PSOE serían impensables en el análisis crítico del PSOE anterior, el que aparece en la Transición y llega hasta Rodríguez Zapatero. Con éste empieza un cambio de piel, que de momento ha desembocado en la forma de ejercer la política del nuevo mandatario, Pedro Sánchez Pérez-Castejón. En éste, el arribismo, el criterio evanescente, la doblez, el engaño, la falta de escrúpulos, la mentira, el oportunismo, el relativismo elevado a la máxima potencia… son ‘desvalores’ que nunca hubiéramos sospechado que fuéramos a ver no ya sólo en un socialista ‘clásico’, sino en cualquier político, fuera de la ideología que fuese.
Si la palabra ‘político’ ya estaba superdesacreditada en la opinión pública española, más lo estará en el futuro después de que este personaje que hoy nos gobierna haya dejado su impronta en el devenir de España. Evito traer ejemplos ‘ad hoc’ porque este artículo no puede sobrepasar ciertas dimensiones, y porque presumo que quienes lo lean saben perfectamente de qué hablo. Ello no obstante, es tanto el cúmulo de actuaciones nefastas de este hombre, y tal la velocidad con que las produce, que sin duda nos dará continuamente materia para análisis futuros.
Todo ello me lleva a considerar que el PSOE puede que tenga, contra todas las apariencias, sus días contados como partido político referente español. De seguir la deriva actual que le atenaza, será un partido residual de aquí a no mucho.
El pueblo español tiene tragaderas, inmensas tragaderas, pero, como dijo Lincoln: ‘Nadie tiene la memoria suficiente para mentir siempre con éxito. Podrás engañar a todos durante algún tiempo, podrás engañar a alguien siempre, pero no podrás engañar siempre a todos’.
O, como dice el refranero popular: ‘Si ajustas tu vida a la mentira, ella acabará destruyéndote’.