Falange y Estado
28/06.- José Antonio dejó meridianamente claro que la (por otra parte inacabada) doctrina nacionalsindicalista giraría en todo momento alrededor del hombre, no del Estado.
A menudo se ha dicho que Falange defendía un Estado de corte totalitario, algo basado en la utilización del adjetivo "totalitario" por no pocos falangistas precisamente durante los años de mayor amistad española con las potencias del Eje (1939-1943).
Lo primero, desde luego, sería definir qué es "Estado totalitario", el cuál bien podría ser identificado con una especie de "super Estado Leviatán", es decir, con uno de esos "monstruos" que vienen a absorber totalmente al hombre anulando los derechos y libertades que le son inherentes.
Sin embargo, ya José Antonio dejó meridianamente claro que la (por otra parte inacabada) doctrina nacionalsindicalista giraría en todo momento alrededor del hombre, no del Estado.
En ese sentido, Falange es un movimiento eminentemente humanista, de honda naturaleza cristiana, el cual considera al hombre como imagen y semejanza de Dios, en ningún caso desvinculado de éste como hacen los movimientos de naturaleza antropocéntrica.
Al formular dicha idea, José Antonio de algún modo trataba de recuperar la antaño unidad tradicional e íntima del hombre con el Sumo Hacedor, rota desde el momento en que Razón y Fe comenzaron a tomar rumbos separados en la Edad Moderna.
Así las cosas, Falange rechaza por igual la idea liberal del Estado como "mal necesario" al que hay que reducir al mínimo porque ello acentúa el individualismo y la idea hegeliana del Estado como la expresión de la conciencia histórica de una nación (enarbolada por el fascismo), de una raza (exaltada por el nazismo) o de una clase social (defendida por el comunismo) porque tales diluyen al individuo en la colectividad.
En contraposición, Falange aboga por la armonización del hombre "portador de valores eternos" con un Estado convertido en instrumento para alcanzar su destino eterno de ser humano y su destino contingente de ser español, ambos subordinados (hombre y Estado) a principios superiores de moral y justicia.
Un Estado, pues, al servicio del bien común, ni un ente inevitable a la manera de los pensadores liberales ni tampoco un fin en sí mismo que dice Hegel. por el contrario, un Estado de todos, para todos y al servicio de todos, no de unos pocos privilegiados económicos como ocurre en las plutocracias capitalistas o de unos pocos privilegiados jerarcas como pasa en los totalitarismos más burocratizados.
He aquí la principal aportación falangista a la concepción estatal y el verdadero significado que para el nacionalsindicalismo tuvo en su día el término "totalitario".