Falangismo y anarquismo
Seguramente sobredimensionados por algunos, miopemente despreciados por la mayoría, lo cierto es que los contactos entre falangistas y anarquistas en aquellos convulsos años previos al estallido de nuestra Guerra Civil se produjeron, con independencia de que los mismos no se materializaran en nada salvo una entrevista entre el propio José Antonio y Ángel Pestaña, además de un pequeño trasvase de militantes libertarios hacia las filas de Falange.
Unos contactos que, desde luego, resultan (al menos, a priori) sorprendentes, por no decir increíbles, máxime cuando estamos hablando de dos movimientos políticos de naturaleza antitética.
Sin embargo, existió entre ellos una (muy) soterrada amén de (muy) esquiva empatía, bien es verdad que profesada más por parte de determinado sector del falangismo que viceversa (al respecto, las declaraciones atribuidas a Buenaventura Durruti recién enterado de la condena a muerte de José Antonio o lo escrito sobre dicho episodio en sus memorias de guerra por Diego Abad de Santillán serían una excepción), como reflejan algunas obras de Ramiro Ledesma Ramos o, a modo de ejemplo, estas palabras de Ernesto Giménez Caballero: «Los pistoleros anarquistas no son criminales vulgares. Quienes sienten respeto por lo verdaderamente hispánico, veneran a esos pistoleros».
Porque, en el fondo (insisto: en el fondo) el fascismo genérico (del que el nacionalsindicalismo, con todas sus atributos diferenciales, no deja de ser una versión española) y el anarquismo compartieron la "mística" del hecho de "ser joven", lo que se tradujo en una clara preferencia por la acción antes que por la reflexión, por el avanzar sin ninguna prudencia ni miedo a la muerte.
Todo lo contrario que los comunistas, los cuales tenían (y tienen) en común con los liberales el hecho de que parecen estar siempre deliberando y/o sopesando acerca de lo que hay que hacer (o dejar de hacer) antes que actuando.
No en vano el heroísmo anarquista estribaba en la búsqueda del triunfo aún en la derrota, aspecto éste que impregnó al primigenio fascismo legionario y de corte anarco-futurista encabezado por Gabrielle D'Anunnzio en la Italia de los primeros años del período de entreguerras.
Aquí entrará en escena otra característica compartida entre fascistas (y por ende, falangistas) y anarquistas: su marcado espíritu anti burgués, con ese sincero desprecio para con lo material que ambos profesaron, algo que no ha ocurrido con el hipócrita comunismo (nomenklatura mediante, predicando una cosa y haciendo otra).
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