La Patria, el patriotismo.
Los acólitos del mundialismo nos dicen hoy (al igual que antaño nos decían los apóstoles del marxismo) que la Patria es cosa del pasado y que el patriotismo es algo caduco en esta aldea global en la que nos encontramos inmersos.
Falso de toda falsedad.
La Patria no sólo forma parte de nuestra propia existencia sino que deviene necesaria, imprescindible, antes para los humildes ⎼mucho más apegados al pedazo de superficie que les sirve de soporte y sustento vital⎼ que para los poderosos (de tendencias cosmopolitas, por no decir apátridas), como bien apuntó en su día un muy lúcido Ramiro Ledesma Ramos.
Lo que, desde luego, no resulta lícito es el patriotismo a la carta, uno para ricos y otro para pobres, uno para los de tal y otros para los de cual región; el patriotismo ha de ser uno e indivisible, en tanto en cuanto la auténtica Patria debe ser entera y no partida, generosa y no mezquina, conciliadora y no sectaria, dentro de la cuál la totalidad de sus integrantes se sientan confortados.
Es la Patria identificada con una empresa común, con esa unidad de destino de la que nos hablaba José Antonio, independientemente de la procedencia, clase social, oficio, etc., de los compatriotas.
Una Patria a la que se ame con la modestia, la abnegación y la generosidad propias que exigen la vocación de servicio y el espíritu de sacrificio, nunca con la vanidad que propugna el patriotero orgullo mal entendido.
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