Galdós, don Benigno y el profesor Seco
Publicado en el número 298 de 'Desde la Puerta del Sol', 26 de abril de 2020. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.
Entre los innumerables personajes que don Benito Pérez Galdós creó y bautizó con nombres especialmente significativos quisiera hoy destacar a su don Benigno Cordero. Hay en éste un atractivo que parece muy cuidado por Galdós, quien lo muestra como ciudadano ejemplar y hasta, diría yo, como ideal modo de ser humano.
Así lo refleja, a mi ver, el texto que aquí voy a reproducir, pero también los inefables perfiles previos, su trayectoria vital posterior y el recuerdo que ulteriormente le prodiga Galdós, pues la gesta del siempre moderado, pacífico y bondadoso Don Benigno Cordero a que se refiere este texto no sólo es premiada por Galdós con la continuidad de su estirpe en posteriores Episodios Nacionales y en Fortunata y Jacinta, sino que su figura es siempre recordada con cariño.
Así, por ejemplo, en Fortunata y Jacinta se dice, entre otras cosas, que «la mayor» de las hijas de Isabel Cordero fue «llamada Benigna, en memoria de su abuelito el héroe de Boteros» (Ver, por ejemplo, Cap. V y VI).
Los hechos a que en este caso se refiere Galdós son los ocurridos en Madrid, el día 7 de julio de 1822, al sublevarse la Guardia Real, en connivencia con Fernando VII, contra el orden constitucional de 1812, que se había restablecido en 1820 tras jurar aquel rey que marcharía francamente, el primero, por aquella senda constitucional. Llegado el momento crítico de aquella lucha, Galdós remansa su relato y destaca la distancia que mediaba entre el quehacer ordinario de Don Benigno Cordero y el arranque épico militar realizado entonces:
El Comandante de la Milicia que mandaba en aquel punto a los cazadores [dice de él Galdós] sintió en su interior un estremecimiento terrible, una rápida sensación de frío, a que siguió súbito calor. Ideas ardorosas cruzaron por su mente; su corazón palpitaba con violencia, su nariz, pequeña, perdió el color; resbaláronsele por la nariz abajo los espejuelos de oro; apretó el sable en el puño; apretó los dientes, y alzándose sobre las puntas de los piececillos, hizo movimientos convulsivos semejantes a los de un pollo que va a cantar; tendiéronsele las cuerdas del pescuezo, púsose como un pimiento y gritó: ¡Viva la Constitución!... ¡Cazadores de la Milicia..., carguen!
Era el nuevo Leónidas [refiere Galdós, jugando con los nombres] don Benigno Cordero. Impetuoso y ardiente, se lanzó el primero, y tras él los cazadores atacaron a la bayoneta.
Antes de dar este paso heroico, verdaderamente heroico, ¡qué horrible crisis conmovió el alma del pacífico comerciante! Don Benigno no había matado nunca un mosquito; don Benigno no era intrépido, ni siquiera valiente, en la acepción que se da vulgarmente a estas palabras. Mas era un hombre de honradez pura, esclavo de su dignidad, ferviente devoto del deber hasta el martirio callado y frío; poseía convicciones profundas; creía en la Libertad, y en su triunfo y excelencias, como en Dios y sus atributos; era de los que preconizan la absoluta necesidad de los grandes sacrificios personales para que triunfen las grandes ideas, y viendo llegar el momento de ofrecer víctimas, sentíase capaz de ofre-cer su vida miserable. Era un alma fervorosa dentro de un cuerpo cobarde, pero obediente.
Cuando vio que los suyos vacilaban indecisos; cuando vio el fulgor del sable de Palarea y oyó el terrible grito del Brigadier guerrillero y médico, su alma pasó velozmente, y en el breve espacio de algunos segundos, de sensación a sensación, de terribles angustias a fogosos enardecimientos. Ante sus ojos cruzó una visión, ¡y qué visión, Dios Poderoso!... Pasó la tienda, aquel encantador templo de la subida de Santa Cruz; pasó la anaquelería, llena de encajes blancos y negros en elegantes cajas. Las puntillas de Almagro y de Valenciennes se desarrollaron como tejidos de araña, cuyos dibujos bailaban ante sus ojos; pasaron los cordones de oro, tan bien arreglados en rollos por tamaños y por precios; pasó escueta la vara de medir; pasaron los libros de cuentas, y el gato que se relamía sobre el mostrador; pasaron, en fin, la señora Cordero y los borreguitos, que eran tres, si no miente la Historia, todos tan lindos, graciosos y sabedores, que el buen hombre habría dejado el sable para comérselos a besos.
Pero aquel hombre pequeño estaba decidido a ser grande por la fuerza de su fe y de sus convicciones; borró de su mente la pérfida imagen doméstica que le desvanecía, y no pensó más que en su puesto, en su deber, en su grado, en la individualidad militar y política que estaba metida dentro del don Benigno Cordero de la subida a Santa Cruz. Entonces el hombre pequeño se transfiguró. Una idea, un arranque de la voluntad, una firme aplicación del sentído moral bastaron para hacer del cordero un león, del honrado y pacífico comerciante de encajes un Leónidas de Esparta. Si hoy hubiera leyenda, si hoy tuviéramos escultura y don Benigno se pareciese a una estatua, ¡qué admirable figura la suya elevada sobre un pedestal en que se leyese: «Cordero en el paso de Boteros!» (Episodio Nacional titulado 7 de Julio, Cap. XIX).
Parece conveniente señalar que Galdós, autor del texto, es un ciudadano también civil, pero hijo de padre militar. Esta filiación militar pudo contribuir a su personal valoración del honor y al profundo sentimiento patriótico que alienta constantemente en su obra; y quizás también a que esa galdosiana visión del honorable heroísmo se siga haciendo especialmente notable en la acción militar, aunque quien actúa y accede a él es un honorable paisano, un ciudadano civil, como lo era el propio Galdós.
Pero, por otra parte, ha de tenerse muy en cuenta que Galdós preconizaba, con anticipación genial, que en los libros de Historia se superase la anterior limitación a las cosas de reyes y de grandes batallas y se incluyera la vida cotidiana y sencilla de todas las gentes, las pequeñas cosas al lado de las grandes, como se dan en la vida. Galdós aspiraba a esa historia total que es hoy día una aspiración generalizada, aunque nunca cumplida. De ahí su manifiesta complacencia en destacar que aquel bondadoso, pacífico y honrado tendero de mercería, habituado al silencioso honor propio de quien cumple sus deberes consumiendo lenta-mente su vida en las pequeñas acciones cotidianas, era capaz también de jugarse la vida entera de una vez, en aras de su deber y de su honor, cuando la ocasión lo requería.
Se trata de un texto que, naturalmente, contiene muchos otros valores y puede ser analizado desde muy distintos puntos de vista. Así puede verse, sin ir más lejos, en mi Tesis doctoral sobre El Trienio Constitucional en la obra de Pérez Galdós (accesible en eprints.ucm.es/2409, especialmente pp. 716-726, en que lo reproduzco y comento).
Tesis, quiero recordar hoy, que elaboré con la dirección de don Carlos Seco Serrano, eminente académico y profesor de Historia, tristemente fallecido el pasado día 12 del actual mes de abril, a sus 96 años de edad, afectado, según dice la prensa, por el coronavirus. Quiero, también, en este breve escrito desearle que descanse en paz en el Cielo y darle mi agradecido adiós por sus muchas atenciones. Por este motivo lo he incluido en el título, aunque hay varios otros para citarlo aquí.
Ocurre que el profesor Seco Serrano, civil también e hijo de militar como Galdós, era un gran galdosista (de ahí mi cumplido deseo de que dirigiera mi Tesis), y en su obra titulada Militarismo y civilismo en la España contemporánea reproduce, antes que yo, gran parte del texto que aquí he citado (Ed. del Instituto de Estudios Económicos, 1984, p 59-60).
Ese título recoge la doble dimensión, civil y militar, del quehacer humano. Esa doble dimensión que Galdós muestra honrosamente ejercida en Don Benigno. Doble dimensión que el profesor Seco destaca también en la portada de dicha obra, ilustrada con una imagen vestida mitad de uniforme militar y mitad de paisano. Es la doble dimensión que se manifiesta, por ejemplo, cuando los militares asumen funciones consideradas civiles, como se hace patente en muchos de sus servicios de nuestros días, o, en otro sentido, cuando varios jefes del ejército español gobernaron directamente, en el llamado régimen de los generales, durante el segundo tercio del siglo xix.
Doble dimensión humana que se manifiesta asimismo cuando muchos españoles civiles de 1808 combinaron reiteradamente su quehacer cotidiano con el de guerrillero o militar. Y esto no sólo en la Guerra de la Independencia contra Francia, sino así mismo en los avatares propios de la guerra y revolución internas que entonces, como casi siempre, se produjeron simultáneamente.
Éste es el concreto caso del texto aquí recogido, y así lo viene a mostrar el profesor Seco en su aludida obra al referirse a la lucha de la burguesía, representada especialmente en Don Benigno, por sustituir el Antiguo Régimen y su estamentalista estructura social. Y, en esa referencia, el profesor Seco afirma (p 59 de su citada obra) que el citado texto de Galdós es «una página de antología (...); una página que evoca la transfiguración del menestral –prototipo del personaje antiheróico– en héroe de la Libertad».
Sirva, pues, de adiós este breve escrito portador de esa antológica página galdosiana de su agrado.