Colusión: pacto ilícito en perjuicio de tercero (D.R.A.E.)

A la vista de la barriobajera reyerta en que andan involucrados los mandarines del Partido Popular, se alzan voces horrorizadas ante el gravísimo peligro de que el partido hegemónico de la derecha se precipite en el abismo de la nada, no sea que el sistema se quede cojo.

El enemigo a la izquierda del PP, el PSOE, pone cara de bueno, lo lamenta y dice que estas peleas en el seno de los partidos no son buenas para España, como si el bien de España dependiera de la apacible convivencia interna en las diferentes facciones partidocráticas. Ni que decir tiene que lo dice con la boca pequeña, pues el espectáculo, en realidad, le encanta.

Ante la posibilidad de que uno de los dos partidos que, con la inestimable ayuda de separatistas de toda laya, han venido turnándose en el poder y, lo que es peor, ante la irrupción en el ring de alguno cuyas intenciones meten miedo –que no es para tanto-, se va abriendo paso, más o menos explícita una idea: por qué no montar una gran coalición entre los dos grandes de la derecha y la izquierda.

Pues –¡Dios nos pille confesados!–, porque el asunto no implicaría tanta dificultad como pudiera parecer. Si desde hace tiempo muchos venimos diciendo que las diferencias entre izquierda y derecha son imperceptibles en la práctica, tales diferencias quedan definitivamente en nada si ambas opciones se amparan bajo el emblema multicolor de la de la Agenda 2030, dictada por el Foro Económico Mundial.

No estaríamos, pues, ante una gran coalición de dos opciones políticas que, buscando el bien de la Nación, cedieran en algunos de sus postulados y admitieran algunos del contrario, sino ante una gran colusión contra los intereses y la esencia de España y su pueblo perpetrada por elementos que, obedeciendo dictados impuestos por fuerzas externas, ya ni siquiera tendrían que molestarse en seguir escenificando su enfrentamiento.