¿Extrema derecha o nueva derecha?
Para las nuevas realidades sociales nos hacen falta nuevos conceptos y nuevos nombres.
Desde fines del XVIII la política de Occidente se polariza en dos términos, que han recibido distintos nombres: progresistas / conservadores, revolucionarios / legitimistas, izquierda / derecha. No es fácil diferenciar y definir teóricamente estos conceptos. Hay autores que lo han intentado. El libro de Noberto Bobbio Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción histórica (traducción española en Taurus, 1995) es un buen ejemplo. Aconsejo un breve ⎼pero lleno de agudeza, rigor y humor⎼ opúsculo de Alejo Vidal-Quadras titulado ¿Qué es la derecha? (Destino, 1997).
Después de la Segunda Guerra Mundial, a partir de los años 50 del siglo XX, se establece como canónico el sistema democrático en uno de los bloques (el de influencia americana). En estos países se configuran como principales partidos de centro-derecha y centro-izquierda (democracia cristiana o liberal conservador frente a socialdemócratas o laboristas). Con la alternancia de estas dos opciones, el sistema funciona con estabilidad, sin que en ningún momento ninguno de los partidos ponga en entredicho las grandes líneas de dicho sistema (respeto a las normas democráticas, economía de mercado, protección social, atlantismo y europeísmo en política exterior).
Lo que está claro que esta dicotomía relativamente esquemática, a partir de cierto momento, se hace más compleja, por la aparición de nuevos elementos y nuevas circunstancias. ¿Cuándo este sistema comienza a hacerse viejo? No puede ponerse una fecha exacta. Digamos, grosso modo, que con el nuevo siglo.
¿Qué ha ocurrido para que se vaya generando esta nueva configuración en el mundo ideológico? Intento, a grandes líneas, exponer mi hipótesis, a sabiendas de que hablo de un tema donde la bibliografía es enorme y las tesis son diversas y complejas.
La izquierda pierde el norte de su idea más querida, de su bandera más propia: crear una alternativa a la economía de mercado, a lo que ellos llaman el capitalismo. La caída del muro del Berlín (1989) y la descomposición de la URRSS (1990-1991) vienen a dar la razón a los que han sostenido (la Iglesia católica suele adelantarse en estos diagnósticos: véase la encíclica Pío XI Divini Redemptoris del año 1937) que el comunismo es intrínsecamente ineficaz e injusto. Uno de los extremos puede justificar al otro, pero si se dan los dos juntos, la fórmula es insostenible. La izquierda, entonces, con esa magnífica capacidad de mutación que le ha caracterizado, hace suyas nuevas causas que tradicionalmente les habían sido ajenas (defensa de la mujer, de la diversidad sexual, ecologismo, pacifismo, etc.) y mueve sus fichas más el campo moral (aborto, eutanasia, ideología de género) que en el económico.
En el otro lado, la derecha sufre un proceso curioso, que la descoloca. La izquierda ha asumido lo fundamental de sus propuestas económicas. Y, por otro lado, ellos asumen los valores morales de la izquierda, que pasan a convertirse prácticamente en valores universales. ¿Qué les queda? La gestión, la organización de los recursos. Ellos no vienen a cambiar la sociedad, sino a gestionarla mejor.
Se crea así una especie de supra-ideología a la que vamos a llamar “progresista”, totalmente hegemónica, dueña de los medios de comunicación, de los recursos culturales y educativos y con todo un sistema de resortes y controles que impide y castiga cualquier desviación o disidencia.
Y no se olviden los medios económicos, como un factor básico de todo este sistema. Los dirigentes que deciden en la economía se suben a este carro, que a fin de cuentas, les es muy rentable. Un ejemplo para que se me entienda: los postulados de la ecología son, en un principio, alternativos y contrarios a la producción industrial, al capital, a lo que llamaríamos el sistema. Pero el sistema económico hace suyo este discurso: los productos son ahora “verdes”, la producción es “sostenible”; lo que era un elemento crítico se vuelve un recurso de marketing. Hay, pues, una simbiosis de elementos contrarios, que crea un espacio ideológico casi universal, fuera del cual queda pocos.
En este contexto hay que entender lo que se ha llamado la “nueva derecha”. Es un fenómeno se da en USA y en países europeos; un fenómeno diverso, pero que tiene unas líneas maestras comunes. Defensa de la identidad nacional frente a la globalización; vindicación de los valores culturales tradicionales, sin caer en el confesionalismo; preeminencia de la propiedad privada como garantía de libertad y prosperidad; y, sobre todo, actitud beligerante y sin complejos ante esa supra-ideología progresista que parece dominarlo todo.
Estos partidos y políticos reciben en nombre de “ultraderecha” en muchos medios y en el discurso de muchos políticos. Y frecuentemente se les asocia con el fascismo. ¿Es riguroso este calificativo? El fascismo, e ideologías afines, surge en los años 30, en un momento de crisis del sistema parlamentario y ante la amenaza de una revolución comunista expansiva. Rechazan el formalismo del sistema parlamentario; identifican partido (único) y Estado (totalitario). Sus postulados económicos son más socialistas que liberales. Estamos hablando de hechos y conceptos que tienen casi un siglo de antigüedad y desde una situación radicalmente nueva. Cualquier parecido con aquella derecha y ésta es pura coincidencia.
Hay, además, un rasgo que los diferencia claramente: los partidos de esta nueva derecha, sin excepción, se insertan en el sistema democrático y aceptan plenamente sus reglas de juego. Quieren mejorar los mecanismos de la democracia parlamentaria, nunca destruirla.
Cualquier persona con sensibilidad histórica se dará cuenta de que, en las aguas de la democracia, se están moviendo corrientes subterráneas que, hasta ahora, nos eran desconocidas. Para las nuevas realidades sociales nos hacen falta nuevos conceptos y nuevos nombres.
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