ARGUMENTOS
Actualidad y vigencia de un centenario
Se conmemora este año el centenario de la publicación de "España invertebrada", de don José Ortega y Gasset, y de ello pretendo hablarles.
Texto de la conferencia pronunciada por Manuel Parra Celaya en la sede social de la asociación Acción Cultural Miguel de Cervantes, de Barcelona, el 18 de junio de 2022.
Actualidad y vigencia de un centenario
1. Se conmemora este año el centenario de la publicación de España Invertebrada, de don José Ortega y Gasset, y de ello pretendo hablarles.
El título de esta conferencia encierra, en apariencia, una contradicción en sus términos; en efecto, celebrar un centenario de la publicación de una obra es remontarse al pasado para glosar la calidad y la importancia de lo conmemorado en ese pasado tan lejano. ¿Cómo se puede aludir a una actualidad y a una vigencia de esa obra de cuya primera edición ya han transcurrido cien años?
Pero he dicho que esa contracción era aparente, pues entiendo que las teorías de Ortega y Gasset sobre los males que aquejaban a España pueden, en su mayor parte, servir de diagnóstico profundo de los que, hoy en día, en 2022, adolecemos.
No se trata de un esfuerzo de prestidigitación, de una maniobra forzada para tratar de demostrar esa actualidad y vigencia de sus afirmaciones, al modo oportunista y demagógico tan corriente en nuestros días.
Debemos empezar por la motivación que guio la mente y la pluma de Ortega en 1922, incluso antes y después de esa fecha; su hijo Miguel es rotundo al escribir una biografía familiar (Ortega y Gasset, mi padre, 1983): «El amor de mi padre a España fue la raíz más honda de su vida». ¿De cuántos de nuestros conciudadanos ⎼y no digamos políticos⎼ se podría hoy decir lo mismo?
Es triste decirlo, pero el concepto de España ocupa hoy un lugar bastante secundario entre las preocupaciones de las gentes; muchas veces queda reducido a un sentimiento borroso, acaso atávico, pero no se exterioriza más que determinadas ocasiones rodeadas de ligereza, de frivolidad o de folclore: un partido de la Selección Nacional de Fútbol o un digno tercer puesto en el Festival de Eurovisión…
En otras mentes bienintencionadas, ese concepto queda reducido a una exaltación histórica, para poner de relieve glorias pasadas, enterradas en las páginas de los libros de historia; como alguien dijo, hay preocupación solo en demostrar que el Apóstol Santiago anduvo dando mandobles en la batalla de Clavijo…, pero nada más.
Otras mentes, también bienintencionadas sin duda, asimilan con facilidad el concepto de España a unas instituciones, a un orden jurídico determinado, o a posturas políticas concretas de otros gobiernos o regímenes.
Pero reflexionar sobre ese concepto y analizar los males que aquejan a España, desde un amor profundo y crítico, al modo de Ortega, es privativo de muy pocos españoles.
Podríamos decir que ese desinterés o escasa querencia han sido hábilmente inducidos, y hasta pronunciar el nombre de España es, por lo menos, sospechoso.
Por supuesto, no se enseña en la escuela; como dice Gregorio Luri (Por una educación republicana. 2013),...
«En España no existe ninguna pedagogía del patriotismo. Esas cosas dan vergüenza a nuestros pedagogos. Está bien manifestarse orgullosamente español cuando ganamos alguna cosa en el deporte, pero en la vida cotidiana parece que llevamos esa condición con resignación. Algunos quisieran ser otra cosa, incluso cualquier otra cosa antes que españoles. Otros solo son españoles en la intimidad. La mayoría lo es, pero no ejerce. O ejerce solamente de manera depresiva».
No así Ortega, por supuesto, en cuyas páginas ⎼estemos o no de completo acuerdo con su contenido⎼ se destila el verdadero patriotismo: el de la inteligencia, el de la reflexión, el del amor crítico, que es la manera más sincera de amar.
2. España Invertebrada comenzó a salir en los folletones del diario El Sol en 1920, del mismo modo que ocurriría seis años más tarde con La rebelión de las masas. Parece que existió una primera edición como libro en 1921, según algunos, pero el propio Ortega, en el prólogo de la 2ª edición, nos dice que «este libro fue remitido a las librerías en mayo» y «necesita ahora, según dicen, nueva edición», todo ello fechado en octubre de 1922. Tomemos, pues, esa fecha canónica de 1922 para celebrar el centenario.
En ese mismo prólogo, el autor empieza anunciando que «se trata en lo que sigue de definir la grave enfermedad que España sufre» y que es necesario corregir «ese defecto ocular que impide al español medio la percepción acertada de las realidades colectivas»; pone en duda la tradicional idea de la decadencia, y trasciende el problema de España al de Europa, pues es «la ausencia de una ilusión hacia el mañana».
¿No suenan a actualidad estas palabras hoy en día cuando parece que todo el proyecto europeo ⎼y el español⎼ se resume en la economía y en buscar un enemigo común en el demonizado Putin, bajo el influjo de los Estados Unidos?
Cuando Ortega prologa la 4ª edición, en 1934, el panorama de Europa presenta novedades que él había anunciado:
«Cuando hace diez años anuncié que en todas partes se pasaría por situaciones dictatoriales, que estas eran una irremediable enfermedad de la época y el castigo condigno de sus vicios, los lectores sintieron gran conmiseración por el estado de mi caletre».
Pero adentrémonos en el contenido de España Invertebrada con vocación de actualidad y de vigencia en su lectura; recordemos que se trata de un ensayo de tema histórico y no político; enmarquemos sus planteamientos en la teoría de la razón vital, que venía a sustituir a la razón pura del idealismo; por ello, la razón vital misma es historia y toda vida es un quehacer, aplicable tanto a la vida de los hombres como a la vida de los pueblos.
3. Hemos dicho que España invertebrada es un antecedente de La rebelión de las masas, y lo vamos a comprobar. El objeto de la celebración de este centenario se refiere al primero de estos libros, pero veremos que, en su segunda parte se contienen explícitamente los elementos que luego se ampliarán en el segundo libro.
Leamos con detenimiento esta primera parte de España Invertebrada, que se titula Particularismo y acción directa, para encontrar claves para entender los problemas de España.
Lo primero que llama la atención es su afirmación inicial: «La historia de toda nación (…) es un vasto sistema de incorporación», y no desde un núcleo central que se dilata y que se caracteriza por una raza o una sangre, sino que el proceso de nacionalización consiste en incorporar núcleos anteriores para formar una unidad superior nacional, sin que estos núcleos dejen de existir como elementos diferenciados. Descartamos, pues, de entrada, que la cohesión tenga fundamentos étnicos, geográficos o lingüísticos.
Si nacionalización es integración, decadencia equivale a desintegración.
Y aquí introduce Ortega un término hoy controvertido y satanizado: el de totalización, que es el opuesto a particularismo, que luego veremos. Totalización es energía unificadora. No hace falta recordar que, en nuestros días, desde el resultado de la 2ª GM, este término solo se usa en sentido peyorativo.
Permítanme ahora dar un salto de unos pocos años para explicar esta sorprendente terminología orteguiana, tan molesta como mal entendida en la actualidad; me refiero a las palabras escritas en París en 1937, cuando Ortega ha tenido que escapar del Frente Popular, y que se recogen en En torno al pacifismo…, incluidas en el Epílogo para ingleses de La rebelión de las masas.
Dirá Ortega en aquellos momentos críticos de España que...«vendrá una articulación de Europa en dos formas distintas de vida pública: la forma de un nuevo liberalismo y la que, con nombre impropio, se suele llamar ´totalitaria´. Los pueblos menores adoptarán figuras de transición e intermediarias. Esto salvará a Europa. Una vez más resultará patente que toda forma de vida ha menester de su antagonista. El ´totalitarismo ´salvará al ´liberalismo´, destiñendo sobre él, depurándolo, y gracias a ello veremos pronto a un nuevo liberalismo templar los regímenes autoritarios».
Esta predicción no se cumplió en la práctica, pues Ortega no podía saber que, dos años después, una segunda guerra mundial iba a estallar, rompiendo Europa, y de la que saldrían victoriosos el neoliberalismo y el comunismo.
Pero volvamos a la España Invertebrada de 1922 y a los conceptos más importantes contenidos en su primera parte.
Nos dirá allí que «en toda auténtica incorporación, la fuerza tiene un carácter adjetivo. La potencia verdaderamente sustantiva que impulsa y nutre el proceso es siempre un dogma nacional, un proyecto sugestivo de vida en común”; que las gentes “no conviven por estar juntos, sino para hacer algo juntos”; de este modo, las naciones “se forman y viven de tener un programa para mañana».
Pensemos que, si la España de 1922 carecía de ese proyecto que animara a convivir para hacer algo juntos, en la España de 2022 también está ausente esa tarea colectiva ilusionante; no es extraño, pues, que, según sus propias palabras, «surjan intereses particulares, caprichos, vilezas, pasiones y, más que todo ello, prejuicios colectivos instalados en al alma popular que va a aparecer como sometida»; cuando ocurre esto, «solo es eficaz el poder de la fuerza, la gran cirugía histórica». Aunque solo tenga ese «carácter adjetivo»…
Esta fuerza debe estar encarnada en la «ética del guerrero», no sometida a la «ética industrial»; la fuerza de las armas «no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual», pero para ello es preciso que «el pueblo advierta que el grado de perfección de su ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de moralidad y vitalidad nacionales».
Y en este punto volvemos a reflexionar en línea de actualidad: ¿no existe hoy un lamentable divorcio entre la llamada sociedad civil y los Ejércitos?, ¿no son vistos como realidades aparte?
Se me podrá objetar el éxito de público de las recientes juras de paisanos ante la bandera, pero cuantitativamente, este éxito es minúsculo, comparado con el hecho, por ejemplo, de que España sea uno de los pocos países de Europa en que está prohibido que los soldados se muestren de uniforme en las calles…
Sigamos. Es especialmente importante para nosotros, catalanes o que vivimos en Cataluña, el capítulo que titula Ortega ¿Por qué hay separatismo?, ya que su diagnóstico y análisis nos llevará de forma inmediata a reflexionar sobre la persistencia de este fenómeno en nuestros días.
De entrada, nos suenan estas palabras: «Para la mayor parte de la gente, el nacionalismo catalán y vasco es un movimiento artificioso que, extraído de la nada, sin causas ni motivos profundos, empieza de pronto».
¡Cuántos españoles razonan así! ¿No hemos oído explicaciones semejantes en personas que viven fuera o dentro de Cataluña en las fechas aciagas de 2017, 2018 y 2019? ¿No nos ha extrañado tanta simpleza en nuestros compatriotas?
Del mismo modo, esas personas suponen que una solución definitiva está en «ahogarlos por directas estrangulaciones: persiguiendo sus ideas, sus organizaciones y sus hombres»; y, también, que el poder central debería, como solución, prestar ayuda a los unionistas (hoy llamados constitucionalistas). Ortega diagnostica que esas posturas son, en realidad, otras formas de separatismo y de particularismo «bien que de signo contrario».
Permítanme que dé un nuevo salto en el tiempo, para evocar unas palabras del mismo Ortega en su discurso del 13 de mayo de 1932 en el Parlamento republicano:
«El nacionalismo requiere un alto tratamiento histórico; los nacionalismos solo pueden deprimirse cuando se envuelvan en un gran movimiento ascensional de todo un país, cuando se crea un gran Estado en el que van bien las cosas, en el que ilusiona embarcarse, porque le fortuna sopla en sus velas. Un Estado en decadencia fomenta los nacionalismos: un Estado en buena ventura los desnutre y los reabsorbe».
En España Invertebrada, repasa Ortega la historia de la integración española y la atribuye a la conjunción de las dos políticas internacionales de Castilla y de Aragón, bajo la mente lúcida de Fernando el Católico, porque...
«La idea de grandes cosas por hacer engendra la unificación nacional»; «mientras España tuvo empresas en que dar cima y se cernía un sentido de vida en común sobre la convivencia peninsular, la incorporación nacional fue aumentando y no sufrió quebranto».
El particularismo derivó en separatismo precisamente por faltar esas empresas comunes:
«El proceso incorporativo consistía en una fuerza de totalización (…). La desintegración es el suceso inverso: las partes del todo -al faltar esa empresa- comienzan a vivir como todas aparte».
Los nacionalismos vasco y catalán «no son otra cosa que la manifestación más acusada del estado de descomposición en que ha caído nuestro pueblo»; se manifiestan a través de una «mecánica de masas», y se guían por aspectos simbólicos que encierran «emociones, inefables y oscuras».
Los particularismos existen, no obstante, en toda España ⎼la de entonces y la de hoy⎼ «bien que modulados según las condiciones de cada región». Y en el Estado de las autonomías en vigor, junto a los nacionalismos agresivos, se observa, en palabras de Ortega, un nihilismo nacional, que le causa pavor; él lo ejemplariza en Galicia o en Sevilla, pero hoy podemos constatarlo en cada territorio, con ausencia mayoritaria de un patriotismo sólido.
También fue particularista el poder central, y por ello Ortega, en frase redonda pero algo injusta, afirma que «Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho»; quiere decir que el impulso que nació del centro «ya no se preocupó de potenciar la vida de las demás regiones», las abandonó a sí mismas.
Todas las fuerzas que operaban en España a favor de esa tarea de totalización se hicieron, a su vez, particularistas: la Monarquía, el Ejército, la Iglesia y, de hecho, todos los grupos sociales.
«El mundo militar, el mundo político, el mundo industrial, el mundo científico y artístico, el mundo obrero, etc.» Se convirtieron en «compartimientos estancos», y España dejó de ser una nación integradora.
Por ello, no es conveniente disociar completamente el hecho de los particularismos regionales del de los particularismos de clase o el de los políticos.
Y aquí no puedo menos que traer a colación a un orteguiano confeso, José Antonio Primo de Rivera, quien, recogiendo las ideas de su maestro, dice ⎼en la única película que se conserva de él⎼ que...
«España ha venido a menos por una triple división: la de los separatismos locales, la de las clases sociales y la de los partidos políticos. El día que España encuentre una empresa colectiva que supere todas estas diferencias, España volverá a ser grande como en sus mejores tiempos».
Todo particularismo, sigue afirmando Ortega, lleva inexorablemente a la acción directa y al pronunciamiento.
La primera es una táctica que se fundamenta en el hecho de «no querer contar con los demás”; es «la imposición inmediata de la señera voluntad”. De ahí que cada grupo, empezando por el militar en el siglo XIX, acuda a «pronunciarse», es decir, no a convencer a los demás de sus razones, sino a «pronunciar su opinión», creyéndose en posesión de la verdad; no a luchar, sino a «tomar posesión del poder público».
Cuando nosotros contemplamos las diversas manifestaciones en las calles de la España de hoy, comprobaremos que casi todas ellas adquieren este rasgo de pronunciamientos, no de información o de tratar de convencer a los demás; es sintomático que el adverbio más repetido sea ya: “queremos esto ya”, “exigimos esto ya”…
Ortega se refiere, claro está, a los pronunciamientos más sonados que presenció: el de 1909, el de 1917… Pero la resonancia de esta táctica ha llegado a nuestros días, en muchas ocasiones bajo el amparo de las memorias históricas o democráticas que están imperando entre nosotros y nos amenazan con repetir cansinamente la historia.
4. Decíamos que la segunda parte de España invertebrada se adelanta a muchas de las ideas que se verterán en La rebelión de las masas, y así titula el autor, significativamente, esta parte del libro: La ausencia de los mejores.
En la línea con lo sustentado en la primera parte, se propone «buscar los estratos más hondos y extensos de la existencia española, donde en verdad anidan los dolores que luego dan sus gritos en Barcelona o en Bilbao».
Una frase repetida ayer y hoy ante cualquier problema de convivencia nacional, ante un gobierno débil, ante un gobierno obtuso, ante una asonada callejera, ante una nueva salida de tono de los separatismos, es la de «hoy no hay hombres». Parece que estamos condenados a añorar siempre la figura del cirujano de hierro de Joaquín Costa, capaz de resolver todos los problemas de un plumazo… Cuando, en realidad, esa figura, al modo de los héroes de Carlyle, surge solo en contadas ocasiones, en los momentos más críticos de todos los pueblos, pero no representa una solución definitiva y profunda, si no es capaz de trascender de ese momento crítico y asegurar una nueva época transformadora.
Se refiere concretamente Ortega a las épocas de la Primera Restauración y de la Regencia, pero sería igualmente aplicable a la Segunda y al actual Régimen, presidido por mediocridades encumbradas.
Esa hombría no se refiere solo a las dotes de los políticos, sino «en la que el público, la muchedumbre, la masa pone sobre ciertas personas elegidas”; así, nos dirá que “un hombre no es nunca eficaz por sus cualidades individuales, sino por la energía social que la masa ha depositado en él».
Al llegar a este punto, Ortega hace un quiebro y deriva su razonamiento al campo de la literatura:
«En un país donde la masa es incapaz de humildad, entusiasmo y adoración a lo superior, se dan todas las probabilidades de que los únicos escritores influyentes sean los más vulgares; es decir, los más fácilmente asimilables, los más rematadamente imbéciles».
Transportando la afirmación a lo histórico, entra ahora a fondo:
«En las horas de historia ascendente, de apasionada instauración nacional, las masas se sienten masas, colectividad anónima que, amando su propia unidad, la simboliza y concreta en ciertas personas elegidas, sobre las cuales decanta el tesoro de su entusiasmo vital (…). En las horas decadentes, cuando la nación se desmorona, víctima de su particularismo, las masas no quieren ser masas, cada miembro de ellas se cree con personalidad directora y, revolviéndose contra todo el que sobresale, descarga sobre él su odio, su necedad y su envidia».
Aquí comienza para el lector la conocida teoría orteguiana más popular ⎼y, a veces⎼, mal interpretada sobre el concepto de masa y de minoría.
Nuevamente les invito a echar una mirada al presente para encontrar las claves profundas de ese igualitarismo que preside nuestras leyes y decretos, nuestra vida social, nuestras aulas, nuestros cupos y cuotas de género, nuestras pertenencias o no a minorías oprimidas, potenciando así el particularismo.
Otra definición de lo que es una nación se explicita de este modo: «Masa humana, organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos»; independientemente de la forma jurídica que adopte esa nación, de la ideología que la presida, «consistirá siempre en la acción dinámica de una minoría sobre una masa».
Años más tarde, el mencionado joven orteguiano, José Antonio Primo de Rivera, en un homenaje al escritor Eugenio Montes, nos dirá que las minorías crean el estilo que conformará la entraña popular; lo opuesto a esta dinámica adopta el nombre de imperio de lo castizo, en su interpretación más vulgar y chabacana.
En consecuencia, el diagnóstico de Ortega es terminante:
«Cuando en una nación las masas se niegan a ser masas ⎼esto es, a seguir a la minoría directora⎼ la nación se deshace, la sociedad se desmembra y sobreviene el caos social, la invertebración histórica». Y esto no afecta solo a la política, que es el escaparate, sino que se trata de una enfermedad «en la sociedad misma, en el corazón y en la cabeza de casi todos los españoles».
Podemos preguntarnos si, en la España de 2022, ha cambiado el panorama… ¿Hay minorías selectas a las que seguir? ¿No estamos asistiendo al triunfo de la mediocridad?
Leamos, luego, y analicemos con acuerdo o discrepancia la interpretación histórica que hace Ortega, especialmente cuando achaca la no existencia de minorías egregias a la ausencia de feudalismo en España; alejemos de nuestra lectura, eso sí, cualquier interpretación racista de sus palabras (como también podemos rechazar interpretación semejante si leemos el ensayo de José Antonio Primo de Rivera Germanos contra bereberes, que parece, una vez más, seguir la tónica de su maestro en interpretaciones de la historia medieval española).
Aparte de este tema, hay un aspecto contenido en la segunda parte de España Invertebrada que me parece de suma importancia y que resumo en una afirmación tajante: para que se dé una verdadera democracia es preciso que exista una aristocracia. Basta con echar una mirada a nuestro alrededor para comprobar la ausencia de la segunda y, en consecuencia, la reducción de la primera a una mera forma, sin contenido real. Democracia formal, no de contenido…
Esa aristocracia es la que debe desteñirse sobre la masa, elevándola con una impronta de estilo, y haciendo posible que su participación en la vida pública no se limite a depositar un voto en una urna cada cierto tiempo; haría posible que se evitara «convertir lo meramente cuantitativo en una metafísica» (Wagner de Reyna).
Cuando decimos aristocracia, es evidente que, al igual que hace Ortega, acudimos al significado etimológico del término ⎼de aristoi, los mejores⎼ y no al principio mágico de la sangre y de la herencia de blasones; exactamente igual que cuando evocamos aquel nobleza obliga, lema de quienes eran capaces de renunciar a sus privilegios, pero nunca a sus obligaciones.
Ortega combate enérgicamente, a continuación, la ilusión progresista del debe ser, que es hoy guía de lo políticamente correcto y está marcando leyes, decretos y disposiciones de nuestros gobernantes. Dice en este punto que «solo debe ser lo que puede ser (…). Lo que una cosa ´debe ser ‘no puede consistir en la suplantación de su contextura real, sino, por el contrario, en el perfeccionamiento de este».
¿No nos viene a la mente de forma inmediata la aplicación de este aserto a las teorías antropológicas y éticas que nos inculcan por doquier? Y me refiero, para ser más explícito, a los planteamientos del feminismo y del ecologismo radicales, a las ideologías de género, al animalismo, y a tantos dogmas que nos quieren inculcar y presiden ya a nuestras masas.
Tampoco debemos caer en el error vulgar de identificar los conceptos de masa y de minoría con forma alguna de estratificación en clases sociales. Por si quedara algún resquicio de duda, en La rebelión de las masas vuelve Ortega a aclarar los términos: «En toda clase, en todo grupo que no padezca graves anomalías, existe siempre una masa vulgar y una minoría sobresaliente».
La radiografía orteguiana no es solo colectiva, sino individual, pues su clasificación es la de la existencia del hombre-masa y del hombre-minoría, sin necesidad de acudir al grupo.
La minoría ⎼el hombre-minoría⎼ se caracteriza por su ejemplaridad, y, en justa correspondencia, la masa debe seguirle, no por imitación mostrenca, sino por docilidad ante su ejemplo, lo que se traduce en obediencia.
Además de esta ejemplaridad, Ortega añadirá en La rebelión… dos características más del hombre-minoría: no sentirse como los demás y exigirse más que los demás. Con todo esto queda definido el perfil, ese que tanto añoramos en la sociedad de hoy. El hombre-minoría adquiere la categoría de arquetipo; en tomarlo como tal, como referente, diríamos actualmente, consistiría la tarea de perfeccionamiento de todo el cuerpo social.
Pero ¿tenemos hoy referentes?, ¿se enseñan en la escuela?, ¿los tienen nuestros hijos en los posters que cuelgan en las paredes de sus habitaciones?
Ortega es taxativo:
«Si durante varias generaciones faltan o escasean hombres de vigorosa inteligencia que sirvan de diapasón y norma a los demás, la masa tenderá, según la ley del mínimo esfuerzo, a pensar con menos rigor cada vez».
Los aquí presentes que se dedican a la enseñanza y los que hemos pasado nuestra vida presidiendo aulas podemos entender bien esta idea…
Decía anteriormente que puede ser discutible la interpretación de nuestro filósofo sobre la historia de España, que le lleva a sostener que «ha sido la historia de una decadencia» por falta de la vertebración inicial; que «Aquí todo lo ha hecho el pueblo»… No estoy de acuerdo con el maestro en este punto: creo que han existido a lo largo de nuestra historia verdaderos arquetipos ejemplares, minorías egregias en todos los campos, ya que ese pueblo ejecutor fue fecundado por ellos; otra cosa es analizar cada época, y, tristemente, la que nos ha tocado vivir.
5. No quisiera cansarles más con estas palabras sobre el centenario de España invertebrada; invito a releer la obra, no con devoción mitificadora, sino con vocación de presente, a subrayar sus párrafos más significativos, a anotar en las márgenes de nuestras ediciones nuestra complicidad, nuestras reticencias, nuestras reflexiones personales…
No me resisto, sin embargo, a finalizar esta conferencia aludiendo a unas últimas líneas de la obra: «Si España quiere resucitar, es preciso que se apodere de ella un formidable apetito de todas las perfecciones».
No sé si está invitación de don José Ortega y Gasset en 1922 podrá encontrar eco cien años más tarde…
Por mi parte, me sumo a esa invitación y a ese deseo con mi humilde esfuerzo de educador, de padre, de abuelo; y les animo a todos ustedes a suscribir, con la acción diaria, esta consigna del maestro.
Muchas gracias por su paciencia.