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Banderas y banderías

Se está trocando la bandera de signo de todos, del conjunto, de la totalidad, de la unidad, en una bandería, la parte, la facción, la fracción. Me fastidia que por el hecho de asumir mi bandera pueda ser asimilado a una postura política (no importa cuál).


Publicado en La Razón de la Proa (LRP), en junio de 2020. Recuperado para ser publicado de nuevo en enero de 2024. Solicita recibir el boletín semanal de LRP.​

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Banderas y banderías

Banderas y banderías


La exhibición de una bandera debe siempre interpretarse en su contexto. La exhibición de una bandera nacional en festividades cívicas o patrióticas (la fiesta nacional, la fiesta constitucional) o incluso deportivas (cuando la competición tenga asimismo un valor nacional: un partido de selección, pongo por caso) debe entenderse, en términos generales, como un limpio deseo de exaltación de los valores patrios.

En otros casos, el contexto puede tener un mensaje más complejo: por ejemplo, una bandera española en una manifestación de inmigrantes o de españoles de procedencia extranjera (musulmanes, hispanoamericanos, etc.) podría o debería significar algo así como «podemos parecer diferentes, pero somos españoles, o queremos serlo, como el que más».

En aun otras circunstancias, la interpretación puede ser más compleja o más delicada: cuando la bandera nacional es una afirmación de lo propio frente a algo que no lo es. O más difícil aún, el caso de las banderas españolas en Cataluña: afirmamos strong>lo de todos, frente a la parte que busca la escisión.

El problema llega con la aberración del párrafo anterior: la exhibición de la bandera nacional en una protesta contra el adversario político. Es un problema por varias razones:

  • El mensaje que claramente se desprende de esa exhibición es que mi propia ideología o concepción política de las cosas es lo propio mientras que lo del adversario político es ajeno.
     
  • Siguiendo el hilo de lo anterior, estaríamos, y no me duelen prendas en decirlo con todas sus letras, ante lo que no es sino el principio intelectual de la guerra civil: mi adversario, ya convertido en enemigo, no puede ser español; eso sólo lo soy yo (y los míos).
     
  • En obvia conclusión, se está trocando la bandera de signo de todos, del conjunto, de la totalidad, de la unidad, en una bandería, la parte, la facción, la fracción (ojo con esa importante erre).

Es lo que estamos viendo estos días con unas protestas, más o menos generalizadas en algunos ámbitos geográficos (que no en todos) y claramente incardinadas en un bando político (lo diré claro: la derecha, bando que me parece tan respetable o tan poco respetable, quédese cada cual con lo que guste, como el de la izquierda).

A esto se me objetarán (de hecho se me han objetado) dos cosas:

  • La primera es que todos los españoles tenemos derecho a usar nuestra bandera. Esta es fácil de rebatir: estoy hablando de ética incardinada en un marco social y político, no de derecho positivo. Yo podría serle infiel a mi esposa, y ello no vulneraría ámbito alguno del derecho positivo (del público, al menos), pero dudo mucho de que las personas cabales aprobaran tal conducta por más que no pudieran evitarla llamando a la Guardia Civil. Con la bandera pasa lo mismo: yo no puedo evitar que unos cuantos miles de imbéciles crean que el PP o Vox constituyen la encarnación misma de las Españas de manera exclusiva y excluyente; pero el hecho de que la imbecilidad no sea una conducta constitutiva de delito en el Código penal no supone el menor atenuante moral para esa tara.
     
  • La segunda es el abandono por parte de la izquierda de la bandera nacional. Esa es la objeción más peligrosa en tanto que rigurosamente cierta. Una de las grandes gilipolleces históricas de la izquierda española ha sido tragarse, cuando menos de cara a la galería, la ignorante y estúpida creencia de sus bases que consideran que la actual bandera nacional la inventó Franco.

Estoy viendo estos días las manifestaciones que fueron iniciadas por los borjamaris del madrileño barrio de Salamanca (sí, ya: ahí vive Felipe González y no sé quién más, vale, me sé de memoria todos los memes estúpidos que circulan por guasap, y no quiero ni imaginarme los de tuiter, donde felizmente no estoy) y, de verdad, me corrompo viendo la profusión de banderas nacionales.

Me corrompo, claro está, no por el hecho intrínseco de ver una marea rojigualda sino por su uso partidista. Me fastidia que por el hecho de asumir mi bandera pueda ser asimilado a una postura política (no importa cuál). Me fastidia que haya animales que pretendan que sólo existe una España unívoca envuelta como el rebozado de una croqueta en un pensamiento único.

Me fastidian, en definitiva, los que, con o sin bandera, creen que sólo puede haber España cuando la rigen sus propios corruptos y no cuando la rigen los corruptos de los demás. Y me duele cuando veo que al frente de la masa que nos conduce al precipicio hay un idiota enarbolando la bandera de todos.

De todos. De los que, entre unos y otros, nos vamos derechitos al guano.


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