ARGUMENTOS
Conducta electoral del PSOE
Es opinión actual, muy extendida y repetida, que hubo un PSOE bueno y que ahora, con el zapaterismo y el sanchismo, se ha hecho un PSOE malo.
Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 758 (4/JUN/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.
Es opinión actual, muy extendida y repetida, que hubo un PSOE bueno y que ahora, con el zapaterismo y el sanchismo, se ha hecho un PSOE malo. De éste, cuyas alianzas perniciosas, deriva totalitaria, vanas promesas y presunta compra de votos se dan por ciertas, no parece necesario añadir mucho más aquí. Estimo conveniente, por el contrario, decir algo sobre el comportamiento electoral del PSOE que se dice bueno, el de los 100 años de honradez, representado especialmente por el de la Segunda República española. Esto parece conveniente porque aquel comportamiento, que hoy sería intolerable para muchos votantes socialistas, contribuyó a muy graves males, y si hoy queremos evitar éstos y entendernos cordialmente habrá que hacer autocrítica y evitar sus causas. Veamos, pues, sin otro ánimo que reflexionar sobre la verdad histórica, cuál fue ese comportamiento en tres momentos significativos de dicha República:
1.- Según puede verificarse en cualquier manual de Historia, la Segunda República española se proclamó el 14 de abril de 1931 tras unas elecciones que, además de ser municipales, habían perdido los socialistas y demás republicanos que la exigieron: los monárquicos habían obtenido 22.150 concejales y los republicanos 5.775, según los datos oficiales, proporcionados por el ministro de la Gobernación, que tomo de la Historia de España del académico y profesor Carlos Seco Serrano editada por el Instituto Gallach.
Ocurrió entonces que, con el pretexto de que habían obtenido más votos en las grandes ciudades, los republicanos dieron por ganadas aquellas elecciones, se echaron a la calle en son de celebración de aquel supuesto triunfo y acabaron por exigir el Poder. Ante esta exigencia, reiterada con apremio por Alcalá Zamora (presidente del pretendido Gobierno Provisional de la República), que urgía la salida del Rey diciendo que él no garantizaba el control de la violencia callejera, Alfonso XIII, un tanto abandonado, se fue aquella tarde-noche del 14 de Abril, para evitar, según dijo en su manifiesto publicado al día siguiente en el periódico ABC, una «fratricida guerra civil».
2.- Desacreditado el gobierno social-azañista por, entre otras cosas, su inicial permisividad de incendios y otras violencias izquierdistas y, al intentar imponerse y restablecer el orden, por su posible implicación en el fusilamiento de prisioneros realizado en su cruenta represión contra los campesinos libertarios rebelados en Casas Viejas (Cádiz), hubo de convocar las elecciones a Cortes del 29 de noviembre de 1933, y en ellas se produjo, según refiere el profesor Seco en su citada Historia (aportando los datos del Anuario Estadístico), «un triunfo arrollador de las derechas, seguidas a cierta distancia por el centro». Ante estos resultados, los anarquistas, con los que habían pactado los socialistas Largo Caballero e Indalecio Prieto, se echaron a la calle en más de veinte ciudades intentando establecer el comunismo libertario, con el resultado de 90 muertos y muchos heridos. Como dice el profesor Seco, en su citada obra,...
«Las izquierdas no supieron perder. (...) Desde el primer momento se había evidenciado que los marxistas no aceptaban el libre juego de las instituciones democráticas».
Pero además de colaborar en ese antidemocrático intento callejero, aquel PSOE protagonizó en su ámbito gubernamental otro, no menos significativo, sobre el que tenemos hoy el testimonio directo del presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, en cuyas Memorias se lee:
«Tan pronto como se conocieron los resultados del primer escrutinio, el del 19 de noviembre, y sin esperar al del 3 de diciembre [fecha de la segunda vuelta], empezaron a proponérseme y a pedirme golpes de Estado por los partidos de la izquierda». Y a seguido refiere con detalle hasta tres peticiones «El primero (...) estuvo a cargo de Botella, ministro de Justicia, quien propuso la firma de un decreto anulando las elecciones (...;) después propuso Gordón Ordás, ministro de Industria, que yo disolviese las nuevas Cortes (...) Pocos días más tarde Azaña, Casares y Marcelino Domingo dirigieron a Martínez Barrio, presidente del Consejo, una carta de tenaz y fuerte apremio en el fondo, de esencial y coincidente empeño con aquella propuesta de Gordón»; y todavía «Al plantearse la crisis surgió la tercera propuesta de golpe de Estado, ya a cargo de la minoría socialista [la resultante de las elecciones]. (...) Llegó el portavoz de ella, Negrín, aconsejándome un gobierno de extrema izquierda con disolución de las nuevas Cortes (...) otra ley electoral que asegurase el triunfo a aquellos partidos» y alguna otra disposición en el mismo sentido.
Negadas tales pretensiones, las turbulencias y radicalización producidas entre los socialistas culminaron al fin, al entrar en el Gobierno tres ministros de la CEDA (Confederación de derechas que había obtenido mayoría electoral), en la excluyente y cruenta Revolución de Octubre de 1934, que según señala Marcelino Oreja Aguirre en su Octubre 1934, tras destacar sus terroristas matanzas, «fue el comienzo de lo que desembocaría en el año 36». Hecho y significación que, señalando además la simultánea pretensión separatista de la Esquerra catalana, también indica Pío Moa en el título de su obra 1934: Comienza le Guerra Civil. El PSOE y la Esquerra emprenden la contienda. Y así mismo, el ilustre republicano, y ministro en aquella República, Salvador de Madariaga afirma en su España. Ensayo de historia contemporánea:
«Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936»; afirmación a la que se suma el profesor Seco, en el lugar citado, diciéndola escrita «muy justamente».
Tal comportamiento de aquel PSOE implica, obviamente, varias otras tendencias negativas, aunque aquí sólo nos refiramos a su carencia de respeto a las elecciones y a sus resultados.
3.- Este irrespetuoso comportamiento del PSOE se produce de nuevo en las elecciones de febrero de 1936, respecto a las que el presidente Alcalá Zamora escribe en sus citadas Memorias que, ante las amenazantes manifestaciones izquierdistas, se produjo «La dimisión-huída de Portela», presidente del Gobierno entonces, que, «arrastrando consigo el terror de los ministros, se tradujo en muchas provincias en fuga escandalosa de los gobernadores, y de los gobiernos civiles encargáronse, en sustitución tumultuaria y anárquica, en varias provincias, subalternos y aun del todo indocumentados».
Es decir, tras las referidas experiencias de las elecciones de 1931 y de 1933, ahora, en 1936, las manifestaciones de que iban ganando produce ese terror que dice Alcalá Zamora, no ya sólo en Portela, sino en sus ministros, en los gobernadores y en quienes rechazan formar gobierno, de modo que...
»Hubo general y plena coincidencia sobre el llamamiento a un gobierno del frente popular, y bajo el influjo de la necesidad, y en gran parte del temor, las oposiciones le abrieron expedito paso». De este modo «Quedó el nuevo gobierno Azaña formado aquella misma tarde».
Otra vez la necesidad (y no la elección democrática) como justificación, aunque esa necesidad fuera generada en gran parte por el temor a quienes se mostraban dispuestos a la violencia.
En relación con ese extraño «derrumbamiento moral» y huida de Portela,...
«Conviene tener en cuenta, sin embargo, [escribe el profesor Seco] que Alcalá Zamora se negó a firmar el decreto de estado de guerra, al que Portela, desconcertado por la efervescencia con que las masas acogieron las primeras noticias del triunfo izquierdista, condicionó su permanencia en el poder». Efervescencia que se concreta en hechos como que «Durante dos días, el Ministerio de la Gobernación se vio asediado como una débil ciudadela por las oleadas populares que reclamaban el Poder». Un asedio que, según añade el profesor Seco, organizó, «según parece, (...) el teniente coronel Saravia, ex ayudante de Azaña».
Esa actitud y ocupación del Poder se agravan con su utilización para manipular y falsear los resultados electorales, que, según se sabe hoy, no les eran en conjunto favorables. Alcalá Zamora, sin conocer la reciente demostración que de aquel pucherazo socialista han efectuado Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García en su 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, señala ya que la izquierda, que al iniciarse el escrutinio sólo tenía mayoría relativa,
»Llegó a esa mayoría absoluta, y aun a la aplastante, en las etapas de sobreparto electoral, todas de ilicitud y violencias manifiestas»; y añade, enlazando este proceder con el pretendido tras la elecciones de 1933: «tal como las pedían y echaban de menos los hombres decididos y prácticos en 1933». Esta vez, según sigue relatando, «La fuga de los gobernadores y su reemplazo tumultuario por irresponsables y aun anónimos, permitió que la documentación electoral [que era, téngase en cuenta, de la primera vuelta] quedase en manos de subalternos, carteros, peones camineros o sencillamente de audaces asaltantes y con ello todo fue posible. (...) Ya las elecciones de segunda vuelta, del 1 de marzo (...) fueron [escribe Alcalá Zamora] resultado de coacciones y pasó lo que el gobierno quiso. (...) El cálculo más generalizado de las alteraciones postelectorales las refiere a ochenta actas (...) Las mayores y más patentes audacias las llevó a cabo la comisión de actas del Congreso, del todo en las manos de la nueva mayoría (...) En la historia parlamentaria de España (...) no hay nada comparable a la comisión de actas de 1936. (...) De la magnitud del escándalo diome idea [añade] la dimisión de Prieto, presidente de la comisión de actas, asqueado de los abusos de ésta». Tal dimisión es más extraña porque, según señala el mismo Alcalá Zamora, Prieto había defendido, contra él, que «las cuestiones de actas no son de razón, derecho o justicia y sí tan sólo de interés de partido», lo cual parece conforme con dichos abusos. En ellos, «Llegó un momento en que se disponían a anular las proclamaciones de Gil Robles y de Calvo Sotelo», cosa que Alcalá Zamora dice haber evitado con sus consejos.
Son abusos sobre los que, señalando otros matices, escribe el profesor Seco:
«Hasta fines de marzo, la Comisión de Actas, presidida por Indalecio Prieto, trabajó con ahínco en una labor depuradora que tendía no solamente a aumentar la proporción de las izquierdas en la Cámara, como antes indicábamos, sino a excluir de ella a las personalidades más relevantes de la derecha».
Tendencia a la que se ajusta la efectiva anulación del acta de Goicoechea y, así mismo, el intento, dice, de anular las de Gil Robles y de Calvo Sotelo, que no llegaron a efectuarse por temor al escándalo que habría conllevado.
Producida con esos hechos, y otros subsiguientes, la Guerra civil y transcurrido después el régimen del general Franco, hoy se recuerdan como propias de otra época: no había en España una democracia consolidada y, sobre todo, aquél PSOE era marxista. Quizás atendiendo a todo esto, y procurando evitar sus tristes consecuencias, Felipe González proclamó en la Transición la necesidad de ser socialistas antes que marxistas, se dijo partidario de la socialdemocracia y utilizó para su PSOE, en elecciones plenamente respetadas, eslóganes como socialismo en libertad. Una proclamación y respeto que lo situó en la aspiración a un PSOE bueno, lo cual le ayudó a que se tolerase su antidemocrático entierro de Montesquieu, pese al atropello que tal entierro implica de la división de Poderes con dichas elecciones constituidos (no me refiero a hechos como la actuación de los GAL, la corrupción extendida durante su mandato, el crecimiento vertiginoso del paro, etc., por estimarlo fuera de la cuestión electoral).
Pero su famosa frase puede ser interpretada en el sentido táctico de oportunidad, no de preferencia. Es decir, en el sentido de que para poder llegar a ser marxistas, como decían venir deseando, era preciso evitar el rechazo y procurar la aceptación social, siendo durante un tiempo socialistas. Aunque Felipe González no lo dijera en este sentido, esto es lo que parecen entender sus sucesores al volver, cual si ya fuera el momento oportuno, a posiciones marxistas e intentar aplicarlas a la España actual. De ahí, en gran parte, la actual sensación de que el PSOE, visto con espíritu democrático, se ha vuelto malo. Incluso se habla de movimiento interno de refundación.
A esa mala nota del actual PSOE contribuye lo indicado al principio de este artículo y, en estos días, esa imagen egocéntrica, dictatorial y totalitaria de su Jefe convocando elecciones generales para el 23 de julio. No quiero repetir aquí la relación de catastróficos trastornos que, como denuncian numerosos artículos, produce, en los más diversos ámbitos nacionales y personales, esa sorpresiva convocatoria de elecciones en época veraniega, con su previsible votación masiva por correo. Pero despreocuparse por ello, o hacerlo pese a todo pudiendo evitarlo, es tratar a los ciudadanos españoles, votantes o no votantes suyos, como a un rebaño de borregos que le deben sumisión. Es de suponer que los votos que, pese a sus dificultades interpuestas, se realicen el próximo 23J le harán comprender el rechazo que con tal proceder produce, incluso entre los votantes habituales del PSOE.