RAZONES Y ARGUMENTOS

El Camino.

No podemos dejar marchar el mes de la fiesta del Apóstol sin intentar encontrarnos con el hecho que representa el impulso de peregrinar ante su tumba en Compostela.


Publicado en Desde la Puerta del Sol, núm. 482, de 25 de julio de 2021. Recuperado de la revista Altar Mayor, nº 61, de verano de 1999. Ver las portadas de Desde la Puerta del Sol y Altar Mayor en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP (un envío semanal).

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El Camino.


¿Por qué las gentes emprendían en tiempos antiguos un largo caminar exponiéndose a todo tipo de fatigas, a infinidad de adversidades, a la posibilidad de dejar la vida en el intento, abandonando, quizá, la familia, los negocios, el bienestar? ¿Por qué gentes de todos los países de Europa surcaron caminos viejos, abrieron caminos nuevos, trazaron rutas que salvaban montañas, vadeaban ríos, se extendían por parajes desérticos o tierras fértiles? Es un hecho que ha quedado inscrito en la Historia, que motivó la transmisión de cultura de unos lugares a otros, que propició conocer tierras distintas a las del propio lugar de nacimiento, que dio oportunidad a que se comunicaran ideas, a la difusión de formas de vida...

¿Qué motivos impulsaron a los peregrinos a caminar a Compostela? Seguramente se podría hacer un interminable inventario de los móviles que les animaron; pero cualquiera de ellos quedaría huero sin que junto a la justificación apuntada estuviera la auténtica vivencia del peregrino.

Vacío resulta desde nuestra instalación afirmar que el peregrino caminaba leguas y leguas, famélico en la mayoría de los casos, para cumplir una promesa, o una palabra empeñada, o para agradecer al Apóstol un favor recibido, o a pedirle por una necesidad, o simplemente para darle gracias por el sencillo y a la vez complicado motivo de haber descubierto el camino de Dios.

Hoy no es fácil situarse en la mente y en la vida de aquel peregrino antiguo cuando sólo atendemos los dictados de la razón, de los egoísmos, del placer, del tener, del desear; es difícil comprender que un hombre, una mujer, emprendiera el camino de lo desconocido, hacia una meta perdida en la lejanía casi ignorada, sólo y nada más que para postrarse ante una tumba en la que se aseguraba se encontraban los restos del hijo de Zebedeo.

¿Qué es el Camino de Santiago?

El Camino de Santiago es algo más que la andadura de cientos de kilómetros para culminar un deseo. El Camino de Santiago es un sendero de meditación, una trocha que recorrer en la interioridad, un atajo para acercarse a Dios en un tiempo en el que cuesta trabajo andar las distancias de la espiritualidad cuando las distancias de lo físico están tan cerca, una travesía necesaria para cruzar del mundo de lo superficial a la trascendencia, un cruce en el que hay que pararse para elegir la auténtica ruta, un mojón que nos permita despertar, un vado que salvar para dar con la nueva huella que nos lleve a comprender dónde está la Verdad y la Vida.

¿Cuál es la Historia del Camino?

Resultaría prolijo y a la vez innecesario en este momento intentar hablar de Carlomagno, del Codex Calixtinum, de los santos que dejaron su impronta construyendo puentes, levantando hospitales, de los caballeros que custodiaban los caminos, de los salteadores que impedían en no pocas ocasiones que el peregrino culminara su propósito. Baste decir que los cientos de miles de personas, de millones de peregrinos, que durante siglos han caminado a Compostela han creado un cauce para el encuentro del hombre consigo mismo y con el Ser Supremo, creador del cosmos, y que rige las leyes de la naturaleza; es suficiente tener conciencia de que las energías dejadas por todos esos peregrinos en las sendas, en los cruceros, en las piedras, en los muros de ermitas e iglesias, en los hospitales y albergues, se transmiten al nuevo peregrino y le ayudan a caminar por dentro y por fuera hacia la perfección que sólo es completa en el fin.

El Camino está abierto para poderle hacer en cualquier tiempo, cualquier año. No nos dejemos fascinar ahora por ser 1999, Año Santo Compostelano, y ser el último del milenio. El Camino le podemos recorrer en cualquier momento, cada día.

Ayuda mucho enfrentarse con la dureza de la andadura, con la acritud de las lluvias, con la incomodidad del viento, con el rigor de soles inclementes, con la incomodidad de los suelos sembrados de guijarros, con la hermosura o la dureza del paisaje, con las cuestas interminables que ahogan la respiración, con el alborozo que, al fin, se experimenta al alcanzar la meta perseguida.

Pero el Camino lo podemos hacer en cualquier lugar, en cualquier instante: enfrentándonos con los placebos que nos dominan, con los egoísmos que anidan en nosotros, con las ambiciones que no conseguimos dominar, con el materialismo que nos asalta de continuo, con la avidez de tener y poseer que se nos despierta cada segundo, con la envidia que no pocas veces nos embate, con la ruindad en la que en ocasiones caemos, con el egocentrismo del que somos incapaces de liberarnos, con el desdén que irrefrenablemente podemos sentir respecto a nuestros semejantes...

Hagamos el Camino de Santiago. En cualquier tiempo; es una experiencia irrepetible. Pero si ello no es posible, hagamos nuestro propio camino interior. Nos ayudará a vivir.



Evidentemente, para iniciar el Camino con la esperanza de llegar a Compostela tras larga andadura y no pocos sinsabores, con tiempo sobrado para la meditación mientras transcurren los kilómetros, la oración en cada capilla del camino y el hermanamiento con los peregrinos a los que adelantemos o nos adelanten después de intercambiar el clásico «buen Camino», conviene prepararse teniendo en cuenta la época en la que lo vamos a realizar.

En el peregrino que nos acompaña hoy aparecen todas las piezas que han de formar parte de la indumentaria así como los atributos que han de acompañarnos. No vamos a ser tan precavidos como recoge una canción germana que encontraron los estudiosos Robert Plötz y Klaus Herbers, que dice:

«¡El que quiera ser desdichado, / que se anime y sea mi compañero / por los Caminos de Santiago! / Que lleve dos pares de zapatos / y una escudilla con una cantimplora. / Que lleve un sombrero de ala ancha / y también una buena capa / guarnecida de cuero. / Tanto si llueve como si nieva o sopla el viento / para que el aire no se la lleve. / Que no falte el fardel y el bordón / y que no olvide confesar […]».

Una exageración. Quizá para aquellos tiempos lejanos en que los peregrinos de tierras de dentro de Europa emprendían el Camino sin saber ni dónde iban ni si llegarían, fuera preciso armarse con toda esa indumentaria tan clásica. Ahora la cosa es mucho más sencilla. Pero dado que nosotros no somos capaces de salir de casa sin el botijo, para hacer el Camino sí que le vamos a sustituir en esta ocasión por la clásica calabaza en la que llevar esa agua que necesitaremos para combatir los soles o las ventoleras de las que se quejan los germanos.