ARGUMENTOS
Hispanoamérica y 'África Latina'.
Habrá quien se sorprenda ante el título de este artículo en relación con lo que estamos planteando, pero si tiene un poco de paciencia lo verá claro al final. Porque hemos querido emplear esas palabras para despertar la curiosidad del lector y evitar que renuncie a la lectura pensando que ya está todo dicho y sabido.
Publicado en el Nº 361 de 'Desde la Puerta del Sol', de 12 de octubre de 2020.
Especial Hispanidad.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa
Hispanoamérica y África Latina
Ayer, como ya viene siendo habitual en esta fecha desde hace algunos años, se produjeron acciones y manifestaciones tendentes a desprestigiar la obra de España en Hispanoamérica apoyándose, fundamentalmente, en mentiras y calumnias, dando más crédito a la Leyenda Negra que a la Historia verdadera. Incluso por parte de algunas gentes que habitan en España.
Y por eso, como cada año por esta fecha nos vemos en la obligación ineludible de recordar lo que, en realidad, fue la obra de España en aquellas tierras como contrapeso a la campaña orquestada en contra de nuestra Patria y de su obra. Se que a estas alturas nuestros argumentos no son novedosos, pero no renunciamos a la insistencia para demostrar, como en ocasiones precedentes que, en esta contienda no nos damos por vencidos ni renunciamos a lo que en justicia procede defender.
Habrá quien se sorprenda ante el título de este artículo en relación con lo que estamos planteando, pero si tiene un poco de paciencia lo verá claro al final. Porque hemos querido emplear esas palabras para despertar la curiosidad del lector y evitar que renuncie a la lectura pensando que ya está todo dicho y sabido.
No es verdad que España sostuviera en Hispanoamérica una política genocida y de devastación. Es cierto que se pudieron cometer algunos hechos censurables por parte de individuos indignos que, en la mayoría de los casos, en aplicación de las leyes de protección de los naturales de aquellos lugares que promulgaron la reina Isabel la Católica y el emperador Carlos I, entre otros, fueron perseguidos y debidamente sancionados.
Pero lo cierto también es que los españoles en América mantuvieron una política de integración entre ellos y los naturales de las tierras descubiertas y se mezclaron con los nativos dando lugar a un fenómeno que raramente ha tenido lugar en otros sitios donde ha habido una coincidencia de culturas y de razas: el mestizaje.
En Hispanoamérica viven en la actualidad millones de indígenas descendientes de aquellos con los que se encontraron los españoles. Si España hubiera actuado como los anglosajones en Norteamérica hoy los pocos descendientes de aquellos pueblos estarían agrupados en reservas, como si fueran parques temáticos, en lugar de formar amplias poblaciones y de llegar, incluso, a presidente en alguna de aquellas naciones como es el caso de Evo Morales.
España llevó a Hispanoamérica una cultura que, mezclándose con las autóctonas, ha dado lugar a una cultura mixta. España ha dejado en Hispanoamérica unas estructuras y unas universidades sin parangón con lo que pudieron hacer otros pueblos en los países que descubrieron, conquistaron y colonizaron, mientras que en Hispanoamérica no hubo colonias en sentido estricto sino provincias que llegaron a tener representación en las mismísimas Cortes de Cádiz.
Es hora, pues, de defender lo nuestro, nuestra Historia, nuestra identidad y nuestra dignidad y, desde los ámbitos de nuestras respectivas competencias, reivindicar el uso correcto y apropiado de las palabras y de los conceptos y, en la exposición de los hechos, divulgar la realidad de los mismos.
Hemos de estar orgullosos de nuestra Historia. No todos son reveses y debemos de aprender de otras naciones que alardean de sus hechos gloriosos y justifican, disimulan u ocultan sus reveses. No para obviar nuestras luces y nuestras sombras, sino para tenerlas presentes con rigor, pero sin chauvinismo ni complejos y, mucho menos, como fruto de ciertos afanes revanchistas, para tergiversar o falsear esa historia o para enseñar a las nuevas generaciones y a las venideras unas expresiones y una historia que no es fruto del estudio riguroso y objetivo de la misma, sino de intereses partidistas o de propósitos particularmente interesados.
Los españoles, muchas veces con absoluta pasividad, nos dejamos arrebatar lo que en justicia nos corresponde, sometidos, según los tiempos, a la Leyenda Negra, a no sabemos qué injustificado complejo de inferioridad, a afanes revanchistas o a lo «políticamente correcto». La obra del Descubrimiento, colonización e impulso de la cultura y el desarrollo en América es fundamentalmente española, o si se quiere española y portuguesa si incluimos a Brasil. Entonces lo correcto sería emplear los términos Hispanoamérica o Iberoamérica.
Y si se quiere considerar la participación de países latinos (Portugal, España, Francia e Italia) en esta obra, ¿por qué circunscribir la expresión «Latinoamérica» exclusivamente a América Central y América del Sur? Lo lógico sería que en ese término se incluyera el Canadá francés y toda la parte sur de los actuales Estados Unidos de América del Norte, es decir, California, Florida, Tejas, Nuevo Méjico, Colorado y Luisiana, por ejemplo.
Entre los siglos XVI y XIX España estuvo presente en todo el continente americano y, a pesar de lo dilatado de ese tiempo, esa presencia ha caído en un extraño y lamentable olvido, especialmente entre los mismos españoles que desconocen o ignoran la huella hispana en aquellas tierras. Pero no; franceses e italianos se atribuyen unos méritos que no les corresponden, mientras que otros limitan la presencia y participación de los españoles en todo el sur y oeste de USA. Nos dejamos arrebatar impunemente por su parte algo que legítimamente nos pertenece.
¡A buena hora los norteamericanos van a admitir ser considerados como «latinos»! aunque los vestigios de nuestra obra en esa extensa parte del continente americano sean patentes, como lo demuestran las numerosas poblaciones que conservan nombres españoles. Sin embargo, en honor a la verdad, hay que decir que en esa parte de los EE.UU. se conmemoran hechos históricos y se recuerda a personajes españoles que dejaron allí su huella, como no lo hacemos en la misma España, pese a que en los últimos tiempos han proliferado también allí hechos de vandalismo perpetrados contra monumentos y figuras de españoles que se dejaron la vida en el empeño de dotar a aquellas tierras y a aquellas poblaciones de las que consideraban mejores condiciones de vida.
Y, entrando en esa lógica, sería perfectamente correcto que se empelara el término «Latinoáfrica» o «África Latina». Sin embargo, en este continente se alude al «África francófona» para referirse a los países en los que ha existido presencia gala pero, ¿por qué no se denomina Latinoáfrica o África Latina a los países de influencia francesa, además de Guinea Ecuatorial, Angola, Mozambique y Cabo Verde, con influencia de países tan latinos como son España y Portugal? No, al contrario de lo que ocurre en América, en el continente africano se obvia la presencia española y portuguesa desmereciendo, desconociendo u olvidando su obra.
Y lo mismo se podría decir de Asia o de Oceanía, en donde numerosos archipiélagos, descubiertos por los españoles, conservan sus nombres en nuestra lengua: Islas Filipinas, Marianas, Carolinas, Marquesas, etc. O en donde, como en Goa, Macao o Timor Oriental existió presencia portuguesa durante siglos. El Océano Pacífico llegó a ser conocido como el «Lago Español» y durante más de doscientos años se mantuvo la ruta del Galeón de Manila.
Por cierto, que en Filipinas los norteamericanos llevaron a cabo una sistemática labor de destrucción de la cultura hispana, llegando el entonces presidente de los EE.UU. a sostener públicamente que «los filipinos eran incapaces de autogobernarse» y que el Altísimo le había encomendado su educación y cristianización, olvidando que el archipiélago ya había sido cristianizado por los españoles hacía varios siglos.
Las palabras no son neutras. Tienen, por lo menos, dos significados, el suyo etimológico y real y el que, intencionadamente y por diversos motivos, se les quiere dar. Lo que queda claro es que hay una determinada voluntad de conducir a la gente (a la «ciudadanía» como está de moda decir ahora) por sendas alejadas de nuestra historia, de nuestra identidad y hasta de nuestra dignidad.