ARGUMENTOS
No le podrán quitar el dolorido sentir
En muchos países de esta Europa actual, se plantean alternativas y, quizás, tengan razón y lleguen a alterar el curso de una historia que parece decretada sin remisión.
Artículo publicado en Cuadernos de Encuentro, núm. 153, de Verano de 2023. Ver portada de Cuadernos de Encuentro en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín de LRP.
No le podrán quitar el dolorido sentir (parafraseando, con permiso, al maestro Azorín)
1. Tras un corto paseo, el joven se ha encaramado a un altozano. Es la hora del atardecer y el sol se está poniendo en el horizonte, dejando el paisaje teñido de un color oro viejo. Nuestro protagonista se sienta en una roca y medita en medio del silencio que solo rompen, apenas, lejanos balidos o breves ladridos de gozque.
¿Tiene nuestro protagonista mal de amores y suspira por la actitud esquiva y desdeñosa de su enamorada? A juzgar por su expresión, adolece de una pasión, pero la doncella de sus pensamientos no es otra que la España que parece que esté enferma de consunción, casi agonizando al compás del siglo que termina, pues estamos en 1899.
El joven acaba de llegar al pueblo donde están las raíces de sus mayores, primero en un ferrocarril destartalado, luego en no más cómoda tartana. Es universitario, a punto de terminar su carrera y duda hasta de su vocación; ha llevado en su maleta algunos libros cuyas lecciones es imperativo que repase y otros, de tema muy distinto, recién publicados y que han despertado su interés, cuyas páginas ha venido ojeando en su largo y molesto viaje: Hacia otra España, de Ramiro de Maeztu, y El problema nacional. Hechos, causas y remedios, de Macías Picavea; precisamente de este último, le ha sobrecogido el grito final del autor, que viene a resumir el dolor y la esperanza del joven: Sursum corda, Arriba España.
Desde el altozano, se vuelve a mirar el pueblo; casas de adobe separadas por calles polvorientas, presididas por la maciza torre del campanario de la iglesia; este es el continente, pero ahora medita sobre el contenido: gentes sencillas y acaso buenas, a veces adustas como la tierra sobre la que se inclinan en su trabajo. Allí no parece que esté a punto de llegar el siglo XX: atraso y pobreza, analfabetismo, costumbres ancestrales y usos que no se modifican, arraigados en las almas. Ha conocido al viejo maestro, que tiene la misión de desasnar, a golpes de puntero cuando se desespera, a los quince o veinte niños del lugar; junto al párroco, integran el único sector ilustrado; para atender a la salud de los lugareños, un practicante tiene su humilde consulta en la cabecera de comarca.
Acaso este pueblo es reflejo de esta España finisecular, y nuestro joven repasa en su memoria los acontecimientos que le ha tocado presenciar o los leídos con avidez en los periódicos de la capital.
El más notable –y triste– ha sido el desenlace de aquella guerra insólita y desproporcionada con los EE.UU. de América, que había suscitado, paradójicamente, manifestaciones, tan patrióticas como irreflexivas, en las ciudades. En efecto, de la bravata y la inconsciencia se ha llegado, después, al desplome de los ánimos con el desastre.
España ha renunciado a sus provincias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas tras la derrota. Para más ignominia, ha cedido a Alemania, a cambio de una limosna, las Islas Carolinas, Palaos y Marianas. Ya no hay Imperio de Ultramar, y los harapientos y enfermos soldaditos van regresando en expediciones varias, logrando, o no, según los casos, el favor o la caridad de las instituciones.
La situación interior se corresponde con la derrota exterior: huelga de centros mineros por la carestía de la vida y en demanda de que se suprima el impuesto de Consumo; dimisión de Sagasta y ascenso de Silvela (aunque esto último no constituye una novedad desde que se institucionalizó la alternancia de gobiernos a inicios de la Restauración); desórdenes en varias ciudades, miseria en muchas localidades como la suya…
Y, sobre todo, al compás de la pérdida de los territorios de Ultramar, nacimiento de un catalanismo político con tintes cada vez más separatistas: en Barcelona se ha declarado el estado de guerra por unos meses, tras graves incidentes que tuvieron lugar desde que, con ocasión de la visita de una escuadra francesa, se silbó al Himno Español y se cantó con fruición La Marsellesa; el doctor Robert ha sido nombrado alcalde la ciudad, y sus ensayos sobre la superioridad de la raza catalana compiten con el racismo radical de Sabino Arana en el País Vasco.
Nuestro joven sigue mirando al horizonte, ya crepuscular, mientras recorre mentalmente el otro ocaso nacional. Sin embargo, hay expectativas de un optimismo moderado: el general Polavieja ha lanzado un manifiesto de signo regeneracionista, que parece empalmar con las ideas de Picavea o de Maeztu; y, sobre todo, Joaquín Costa, el león de Graus, que, proveniente de aquel krausismo tan vituperado por los más ortodoxos, ha creado la Liga Nacional de Productores, tras exhortar en la Cámara Agrícola de Aragón a que fueran las clases trabajadoras quienes tomaran las riendas.
Regeneración de España: he aquí el gran sueño, al que parecen sumarse algunos escritores modernistas que elevaron su voz cuando el desastre del año anterior. Pero, de momento, todo sigue su triste cauce…
El joven piensa todo esto con la cabeza apoyada en la mano: no le pueden quitar ese dolorido sentir.
2. España, y el pueblo de nuestro joven, se han ido transformando en profundidad. El siglo XX ha sido pródigo en bruscos cambios históricos, pero parece que ahora se vive una larga etapa de tranquilidad.
Entre otras cosas, si repasamos los manuales, hubo una Semana Trágica en Barcelona, se recrudeció la lucha de clases y la violencia; mediante golpe de Estado consentido, se instauró un Directorio (llamado dictadura), que, presidida por un general, alteró aquel orden constitucional de la Restauración; bajo él, se llevaron a cabo importantes reformas, se acabó la guerra de Marruecos y el pistolerismo; llegaron a colaborar con el general, ¡quién lo diría!, los socialistas…
Apartado, por fin, del poder el dictador por el propio Rey, llegó una República cargada de promesas e ilusiones, pero que defraudó a quienes se habían empeñado honradamente en traerla, como aquel discípulo de Costa, un tal Ortega y Gasset, que tuvo que reconocer que no era esto lo que quería para España.
Más asonadas, un amago de golpe de Estado de la derecha, otro –sin amago que valga– de la izquierda y los separatistas, fueron los prolegómenos de una guerra civil de tres años.
Y allí hubo de todo: hazañas y barbaridades, pues, como en todas las guerras civiles, se puso de manifiesto lo mejor y lo peor de cada cual. En el curso de la guerra, fue fusilado otro joven, hijo de aquel general bienintencionado, abogado y soñador, cuyo testamento finalizaba con estas palabras:
«Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia».
Eran palabras las suyas que parecían traer los ecos de aquellos antiguos regeneracionistas; hasta el Arriba España de Macías Picavea era su grito y su lema. Pero no pudo ser. Y eso que otros muchos jóvenes, acabada la contienda civil, se sintieron atraídos por su mensaje y por sus ideas y pugnaban por hacerlas realidad desde sus campamentos y desde sus canciones; no tanto desde las cátedras y los ministerios, porque fueron pocos a los que se permitió llegar a unas y a otros, pero, aun así, mucho se hizo para poner a España en pie de paz.
Pero el mundo del exterior iba por otros derroteros: tras otra cruenta Guerra Mundial, se había estabilizado definitivamente el Sistema, que, sin abjurar de sus errores de base, pero suavizando las aristas, arrastraba a la España modernizada a sus senderos.
Porque la nación se había ido industrializando y, ahora, en 1969, se acaba de aprobar el Segundo Plan de Desarrollo. En paralelo, el índice de analfabetismo alcanza las cotas más bajas de la historia. Unas generaciones, duras y tenaces, la que participó en la guerra –no importa en qué bando– y la que se esforzó en la posguerra, fueron las autoras del milagro español.
Gobierna en este momento otro general, con unas formas atípicas que son calificadas, académicamente, como una dictadura constituyente y de desarrollo; a tal efecto, hace un par de años que se ha aprobado la última de las Leyes Fundamentales, la llamada Ley Orgánica del Estado; entre otras cosas, ha arrumbado con la vieja denominación de FET para lo que es ya el Movimiento Nacional (que no se sabe bien si es organización, comunión, institución o partido).
Precisamente, su secretario general –llamado la sonrisa del Régimen– ha propuesto una nueva Ley Sindical, que ha chocado frontalmente con otras cabezas directoras del Régimen.
La Iglesia católica también se ha adaptado a los nuevos tiempos y, tras su Concilio Vaticano II, de impecable y firme contenido, pero de defectuosa comprensión y aplicación en muchas partes, inicia una nueva etapa, que choca con los sectores más conservadores; en este sentido, tras la muerte del cardenal Pla y Deniel, le ha sustituido, como primado de España, don Vicente Enrique Tarancón, que dicen que es partidario del aggiornamento y fuma puros.
Las incógnitas políticas no están despejadas en España: ¿qué ocurrirá a la muerte del general? Este tiene sus previsiones sucesorias, y las ha encarnado, en el mes de junio de este mismo año, en Juan Carlos de Borbón, nieto de aquel Alfonso XIII que se exilió en 1931 para que no se vertiera sangre española (¿la suya?).
La votación para aceptar al príncipe sucesor ha dado solo 19 votos negativos, la mayoría de ellos procedentes del campo falangista; el sucesor ha jurado fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y al resto de Leyes Fundamentales del Reino, lo que proporciona un suspiro de satisfacción a muchos…
De la guerra civil, distante ya treinta años, nadie se acuerda y, precisamente en este año, un decreto declara prescritos todos los delitos cometidos antes de 1939. Ahora, en toda Europa –y en España soterradamente– el marxismo-leninismo da paso al eurocomunismo, siguiendo la estrategia de Gramsci, lo que hace picar incluso a muchos católicos progres.
El panorama nacional no está exento, claro, de problemas. Alguno se dirime en los tribunales y queda semitapado en diversas instituciones, con movimientos subterráneos, como el caso Matesa, y otros tienen carácter más explosivo en las calles; así, se ha declarado el estado de excepción por la agitación terrorista en al País Vasco y hay una huelga general en Vizcaya.
En Barcelona, unos grupos de estudiantes asaltan el Rectorado de la Universidad, destrozan un busto de Franco y arrojan la bandera nacional a la calle; al día siguiente, una gigantesca manifestación recorre las Ramblas y se planta ante Capitanía General, donde se canta el Cara al sol ante Pérez-Viñeta, que había sido el antiguo secretario nacional del Frente de Juventudes.
En el exterior, el Gobierno decide cerrar la valla de Gibraltar y está en conversaciones para lograr un beneficioso Tratado Preferencial con el Mercado Común, a pesar de los portazos que nos siguen dando en algunos ámbitos.
El joven de nuestro relato pasa unos días en el pueblo, que ha cambiado de aspecto. Ya ha llegado en un confortable Talgo y, después, en autobús de línea. Ha vuelto a subir al alcor al atardecer y mira al horizonte. Sigue sumido en profundas reflexiones, porque esta España de hoy sigue sin gustarle.
Se considera partidario de aquel otro joven, el abogado de la camisa azul mahón, que fue fusilado en Alicante en 1936, y su postura es de disidencia con respecto a lo que le rodea. Se ha educado en una España en paz, concretamente en nuevos campamentos juveniles donde no se ha hablado apenas de la lejana guerra civil y sí de promesas y proyectos para una sociedad mejor y más justa. Promesas y proyectos que ahora le parece que han quedado definitivamente arrumbadas.
Está sentado en aquella roca y mantiene la cabeza apoyada en la mano. Ni el desarrollo ni el progreso ni las previsiones futuras le quitan aquel dolorido sentir por España, su doncella.
3. No es que el implacable paso del tiempo haya dado lugar a grandes transformaciones: es que estos tiempos, tras veinte años desde el comienzo del siglo XXI, no se parecen en nada a los que quedaron atrás.
En España rige otra Constitución desde hace cuarenta y dos años, y hay un nuevo rey, porque el anterior, el de las previsiones sucesorias de Franco, el de las múltiples juras, primero abdicó en su hijo y hace muy poco ha abandonado España, cercado por sus escándalos. Pero, tanto el nuevo rey –Felipe– como esa Constitución están en entredicho.
Hace mucho que somos europeos (como si no lo hubiéramos sido siempre), y nuestra pertenencia a la Unión Europea, junto a indudables ventajas, nos ha venido a convertir en un país de servicios, en desdoro de la prometedora industria anterior y de una agricultura y ganadería muy disminuidas o abandonadas.
Los gobiernos españoles se han ido sucediendo en una alternancia que recuerda mucho la de la Primera Restauración. El actual dícese de izquierdas, y está empeñado en resucitar viejos odios y rencores de aquella guerra civil del siglo pasado. La oposición no da una a derechas –nunca mejor dicho– y, a principios de este siglo veintiuno, se sumó a la condena al alzamiento del 18 de julio, acuerdo que firmó el rey emérito, hoy autoexiliado.
El Régimen anterior ha quedado proscrito y el cadáver de su propio jefe ha sido desenterrado y trasladado de sitio, en franca profanación que no ha merecido siquiera unas palabras de la Iglesia católica, que tanto le debía. Se habla de memoria histórica –invento de un tal Rodríguez Zapatero– y de memoria democrática –vuelta de tuerca de la anterior, producto de un tal Sánchez y sus corifeos–.
El Estado autonómico que se diseñó con las prisas de la Transición ha resultado un perfecto fiasco, y hay diecisiete gobiernos y diecisiete parlamentos, muchas veces a la greña entre ellos. La vieja planta del separatismo ha crecido extraordinariamente en alguna comunidad.
Prácticamente, este separatismo impera en las instituciones del País Vasco y de muchas localidades navarras. Y, en Cataluña, sin ir más lejos, los soberanistas protagonizaron hace un par de años un sonado golpe de Estado, con graves disturbios en la calle. Algunos promotores siguen detenidos por aquella intentona, pero todo apunta a que por poco tiempo, mientras repiten a quien quiera oírles un lo volveremos a hacer.
El mundo de las ideas encierra la mayor de las confusiones. Parece que existe un pensamiento único en el mundo, una guía de conducta igualmente única y global, que llaman la de la corrección política, y nadie se puede salir de estos cauces a riesgo de quedar excluido del mundo de los existentes en la política o en las redes.
Porque está en marcha la Cuarta Revolución Industrial, la de la comunicación y la de la convergencia NBIC (nanotecnología, biotecnología, tecnología informática y neurociencia), que lleva al mundo y al hombre hacia senderos inimaginables.
De fondo, se imponen ideologías (o bioideologías, porque nuestro joven universitario ha leído al profesor Dalmacio Negro); la de género, el ecologismo radical, el animalismo, el transhumanismo (tendente al posthumanismo), que encierran propuestas radicales sobre la manera de concebir la ética y la antropología. Tal como están las cosas, a la decretada muerte de Dios da la impresión de que ha de seguirle la muerte del ser humano.
Como adelanto, por supuesto que el aborto es totalmente legal en casi todo el mundo y, en España, está a punto de serlo la eutanasia; está visto que molestan los sobrantes de esta sociedad relativista y nihilista.
En la política española, todo da a entender que se está urdiendo una Segunda Transición, que dará lugar a un Estado confederal en forma de república, esta calcada de aquella que dio lugar a la guerra entre hermanos.
Fuera de España, tampoco parece que la situación sea muy boyante en cuanto a las expectativas; sigue la extrema división entre países ricos y pobres, aunque en estos últimos la clase dirigente es bastante rica, y –como en toda la historia– surgen guerras locales a pequeña escala, según el interés de las potencias. Con todo, ha adquirido carta de naturaleza otra forma bélica aun más temible en cuanto carece de trincheras: el terrorismo, que usa abundantemente un Islam radicalizado contra Occidente.
A todo esto, el crecimiento demográfico en Europa está bajo mínimos, y España está a la cabeza en cuanto a ínfimas cifras de natalidad; claro que nos dicen los entendidos que estos déficits quedarán suplidos por la inmigración. Hay quienes hablan ya de la gran sustitución de las poblaciones autóctonas. Lo seguro es que nuestra cultura está en entredicho.
Este mismo año, con una ocasión traída por los pelos, se ha producido una ola de vandalismo contra todo lo que puede recordar una herencia cultural; las figuras de la historia de España han sido las más afectadas, y Colón, fray Junípero Serra o Cervantes han llevado las de perder.
El joven sigue en el altozano del pueblo. Su mirada meditativa ante el crepúsculo que se avecina sigue presentando una tristeza profunda. Sus más fieles amigos –él los llama camaradas– están profundamente apartados unos de otros, sumidos en la inercia o en el desaliento, incapacitados para llevar a las gentes promesa o proyecto algunos. Se dice que nadie se acuerda de ellos, pero no es del todo cierto, porque otros muchos jóvenes, en muchos países de esta Europa actual, se plantean alternativas y, quizás, tengan razón y lleguen a alterar el curso de una historia que parece decretada sin remisión.
Entretanto, sigue con la cabeza apoyada en su mano, sentado en la roca, y experimentando un dolorido sentir…
Pero el ocaso del sol tiñe de grana el panorama y siluetea en dos franjas el negror de un horizonte de montañas en sombras.