ARGUMENTOS
Los peligros de la eclosión azul.
Me da miedo que ese interés naciente por la Falange y su entorno vaya a caer en malas manos documentales y vuelva a hacerse un análisis erróneo y torticero de lo que fue, lo que es, lo que pudo haber sido y lo que quizá pueda ser aún el nacionalsindicalismo.
Artículo de La Razón de la Proa (LRP) de abril de 2021, recuperado para ser nuevamente publicado en enero de 2024. Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Los peligros de la eclosión azul.
Proliferamos, vaya por Dios. Poco a poco van apareciendo medios digitales (páginas web, revistas electrónicas, grupos de WhatsApp o de Telegram, instagrams, facebooks, twitteres…) de orientación… llámala como quieras: falangista, ex-falangista, parafalangista, neofalangista… porque hay de todo. Hace poco, antiguos camaradas del partido en que milité (el único partido falangista –ya extinto– al que estuve adscrito hasta 1979; después ya hice vida azul por libre, solo o, más normalmente, en compañía de otros) me llamaron para proponerme la participación en un medio –en un conjunto de medios, en realidad– que estaban preparando.
Hace cosa de veinte años que dimos el carpetazo a las Hojas Hispánicas que algunos recordarán. Desde entonces, mis escritos en publicaciones azules pueden contarse casi con los dedos de una mano, aunque sólo fuera –que no fue solo por eso– porque no había apenas medios azules en los que escribir y porque el mundo azul, bueno… había pasado a la Historia. Siempre he dicho que el tren de la Historia se nos llevó por delante y que, en fin, fue muy bonito mientras duró –y duró muy poco– y de lo que se trataba ya era solamente salvar lo que se pudiera del naufragio, aquellos valores esenciales que aún podía aspirarse a implantar en la sociedad, en nuestra España, incluso en nuestra Europa y que ese rescate habría de hacerse desde trincheras nuevas. Pero ahora parece que, de alguna manera y sin exagerar la cosa, presenciamos una eclosión de medios azules, básicamente digitales, claro.
Tomando una cierta perspectiva, encuentro explicación al fenómeno basada en lo que yo llamo cenas de jubilados (o almuerzos, o aperitivos… la morfología gastronómica es lo de menos) tan tradicionales en nuestro campo, como en tantos otros. Nos hacemos mayores, mayores de verdad, somos abueletes jubilados –o estamos en la edad de serlo–, tenemos poco futuro y muchísimo pasado, y cada cual por sus razones, nos gusta evocarlo; si puede ser, con aquellos que compartieron con nosotros ese pasado. Lo han hecho todas las generaciones de azules (y no azules, pero éstos no interesan a los presentes efectos): la camarilla de aquel partido que ya no existe, la escuadra de tantos veranos bajo la lona, la pandilla de tal escuela de formación o de tal curso, los camaradas de aquel apasionante proyecto ya desaparecido y llorado… Lógicamente, con la evocación del pasado, convive la observación y el diagnóstico del presente. Y ahí es donde va a doler.
Somos la primera generación de abueletes azules que dispone de un medio técnicamente asequible, barato y capaz –al menos, avant la lettre– de alcanzar los confines del mundo. Y los abueletes nos hemos lanzado a por el juguete, ahora que tenemos tiempo y ganas, para proclamar a los cuatro vientos aquel fascinante pasado y este bastante asquerosito presente.
No tendría nada que objetar, al contrario, de toda esta fenomenología si no fuera porque últimamente se va percibiendo un cierto interés por la Falange desde la parte de fuera, por el nacionalsindicalismo, por la figura de José Antonio e incluso por Ramiro Ledesma (Onésimo Redondo parece que, si eso, ya tal; y otros más dignos de mención siguen desaparecidos); un interés que, bueno, está lejos de que se pueda decir que la Falange está de moda, pero que parece que, efectivamente, traspasa los impermeabilizados poros de los media, llamémosles, comunes. Me refiero no al interés de la investigación historiográfica, que ése ha existido siempre y de modo creciente también, sino a un interés más llano, a una curiosidad de gente común, más o menos culta, y, lógicamente –eso no cambia nunca–, de jóvenes.
Y, en ese contexto, tengo un poco de miedo. Que muchos abueletes se hayan lanzado a decir la suya en Internet no quiere decir que lo que dicen sea siempre asumible, acertado y –salvando las enormes reservas con que hay que escribir esa palabra– ortodoxo. Tampoco es nada nuevo: a la sombra del yugo y las flechas se han parapetado, desde la fundación misma de la Falange, como un absceso crónico, extremas derechas (urbanas, agrarias…), clericales radicales, ideologías raras con mucha geometría en su simbología...
Y, seamos claros: la mayoría, la inmensa mayoría de los viejos camaradas azules escora hacia la derecha que se las pela y habrá que recordar que, desde el espíritu falangista, tan malo es escorar a la derecha como a la izquierda. Igual de malo, no menos malo. Suele servir de pretexto para la escora un catolicismo mayoritario –casi unánime– en el ámbito azul y el rechazo de ese catolicismo por parte de la izquierda (sobre todo cuando ese rechazo se lleva en la estúpida y analfabeta izquierda actual de manera folklórica e intelectualmente ridícula y bochornosa), pero recordemos que en nuestros textos fundacionales –y en muchos otros que intentaron desarrollar éstos– se trata al socialismo con muchísima benevolencia y la crítica que se le hace es parcial, no global, reconociéndose en muchos casos –entre ellos el propio José Antonio– la justicia de su causa.
Por el contrario, nuestros católicos y derechizados camaradas, suelen obviar que las derechas –por sus obras les conoceréis– son tan anticatólicas como las izquierdas, aunque vayan mucho a misa. Y lo que es más grave: las derechas constituyen las raíces y la promoción de algo tan execrable como el nacionalismo (algún día habría de incoarse una causa general al respecto, pero no caerá esa breva). Por otra parte, y aun siendo la calidad doctrinal buena o aceptable –dicho, nuevamente, en términos muy amplios– el nivel intelectual del medio puede ser, en unos cuantos casos, deprimente: no se suele cuidar el rigor (escribir desde una cierta distancia, utilizar fuentes referenciables y referenciadas, cuidar un poco la sintaxis y la ortografía).
Esas cosas –que algunos considerarán detalles menores– son como el atuendo: ofrecen una primera imagen que puede ser definitiva. Y acaso devastadora. En no pocos casos, lo que exclusivamente se escribe no es sino una crítica encendida, pero arrabalera, tosca, sanguínea y sanguinaria, desaforada, de todo lo que hace, grande o pequeño, el adversario ya convertido en enemigo. Publicaciones autoproclamadas falangistas –o de por ahí– que no son sino desahogos de sus autores, más que intentos de divulgar el nacionalsindicalismo, o de explicar –y ciertamente, criticar– el presente desde esa óptica doctrinal.
Me da miedo, pues, que ese interés naciente por la Falange y su entorno vaya a caer en malas manos documentales y vuelva a hacerse –sea para adherirse o para rechazar, y no sé qué es peor– un análisis erróneo y torticero de lo que fue, lo que es, lo que pudo haber sido y lo que quizá pueda ser aún el nacionalsindicalismo. Porque, además, interesados en que eso ocurra no van a faltar.
Evitar, paliar, contrapesar eso podría ser, por nuestra parte, un hermoso y útil último servicio.