RAZONES Y ARGUMENTOS
Voluntad de estilo en función de la vocación de la verdad
Mucho se ha escrito sobre la interpretación del pensamiento que nos ha dejado José Antonio, en la adivinación de lo que él haría o como se aplicaría a los problemas de nuestro momento. Considero ese camino infructuoso.
Artículo recuperado de febrero de 2021, para ser nuevamente publicado en octubre de 2023. Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Voluntad de estilo en función de la vocación de la verdad
1. Introducción
Han pasado más de ochenta años desde que el veintinueve de octubre de 1933, José Antonio Primo de Rivera, un joven de 30 años pronunciara el discurso en el Teatro de la Comedia, de Madrid, inicio de una trayectoria de vida pública, mediante el movimiento falangista hasta ser juzgado por el gobierno de la República, socialista, comunista y anarquista, y ser condenado a muerte y ejecutado el 20 de noviembre de 1936.
Al día de hoy, tal como indica el profesor Jesús Fueyo, en su obra La época insegura (1962), nos corresponde explorar la incoada metafísica política de José Antonio, que para él, es la “voluntad de estilo en función de la vocación de la verdad” (Fueyo, 1962; 145). Ello porque la interpretación y la vivencia, en cada momento del siglo XXI, de la herencia de José Antonio, “no son problemas de sondeos profundos a la búsqueda de una doctrina latente. Está determinada por una reflexión del presente sobre la exacta genealogía del siglo; por una comprensión de la estructura polémica de la contemporaneidad, que encuentra sus claves más certeras en una teoría de intuiciones joseantonianas de larga onda histórica” (Fueyo, 1962; 149).
Mucho se ha escrito, en todos estos años, sobre la interpretación del pensamiento que nos ha dejado José Antonio, en la adivinación de lo que él haría o como se aplicaría a los problemas de nuestro momento. Considero ese camino infructuoso, pues los tiempos han evolucionado en circunstancia y pensamiento tan velozmente que han pasado ante nuestros ojos sin que hubiéramos podido pensar en esas posibilidades. Entiendo que en el momento presente y en el futuro hay que buscar principios permanentes de carácter universal. En este sentido, el que más explicita y profundamente afronta el tema es, según mis conocimientos, inicialmente el profesor Fueyo que, como hemos señalado ya en aquel lejano 1962 nos habla de indagar las intuiciones joseantonianas de larga onda histórica. La búsqueda de estas intuiciones considero que abre un camino fructífero para lograr principios permanentes que nos permitan explorar la simplemente incoada metafísica política de José Antonio que podría ser utilizada en cualquier tiempo, situación y lugar, para dilucidar la concreta estructura polémica de la contemporaneidad.
2. Lo religioso en el proceso histórico
El punto primigenio y no captado, incluso en nuestros días, por los planteamientos políticos y sociales de los rectores de occidente, es la dimensión de lo religioso. “Todo proceso histórico es, en el fondo, un proceso religioso“ (José Antonio, 2007; 1559. Las citas de José Antonio serán de las Obras completas de Plataforma 2003). Ante la situación conflictiva de su tiempo, pone de manifiesto la entraña religiosa de la crisis de occidente. Digamos, de pasada, la realidad de los dolorosos fracasos del mundo occidental por no tener en cuenta el factor religioso de otras culturas.
Sobre el eje dialectico de la crisis espiritual de Occidente, Jesús Fueyo (1962) advierte que la incoada metafísica se fundamenta en “la voluntad de estilo en función de la vocación de la verdad… ha tomado posición trascendental por el partido del espíritu, por el partido de la verdad… La verdad es la única instancia imperativa sobre el declinar histórico del espíritu… victoria frente al desplome de los valores. Hay razón teológica para ello. La verdad tiene en Dios el principio y Dios es La Verdad principal” (Fueyo, 1962; 149-150). Afecta profundamente a la política en busca de soluciones a las cuestiones que en cada momento se plantean pues la política sin verdad capitula ante la política funcional de la mentira.
En el siglo XVIII se empieza a no creer en principios religiosos y Juan Jacobo Rousseau “representa esta negación y, porque pierde la fe de que haya verdades absolutas, crea el 'Contrato Social' donde teoriza que las cosas deben moverse no por normas de razón sino de voluntad“ (José Antonio, 2007; 875), con lo cual abre la puerta a la babelización democrática de nuestro tiempo, en que se defiende que las verdades son fruto de la voluntad de las mayorías, con lo que todo es igual y variante, encauzando la energía hacia lo humano. Este es el principio del estado laico democrático de Habermas, que no necesita de normas permanentes de tipo religioso, pues civilmente tiene capacidad para determinar las normas de convivencia, en cada momento histórico por la voluntad de los ciudadanos.
3. Antipartido
Desde la vocación de la verdad, acuña José Antonio la expresión de “antipartido”, concepto y expresión que ningún político de su época vislumbró. “El movimiento de hoy, que no es partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas” (José Antonio, 2007; 347). Repudia la mirada parcial de los partidos que pierden la visión de la totalidad nacional. Las cosas importantes hay que verlas en su totalidad con mente abierta y no distorsionada por estereotipos, ideologías, prejuicios o con un voluntarismo subjetivo e interesado que conduce a un “pensamiento desiderativo”. La razón, afirma Jesús Fueyo (1962), ante esta figura dialéctica, inédita en el vocabulario político de la época, es que José Antonio ha tomado posición por el partido el espíritu por el partido de la verdad, “el cual constitutiva, ontológica y teológicamente es absoluto. No puede ser partido” (Fueyo, 1962; 149). Este partido del espíritu, partido de la verdad constituye fundamento para la vida individual, social y política, que exige ver a la totalidad como unidad indestructible, pero que permite la singularidad de las totalidades que la constituye. No caben las visiones parciales, aunque para los problemas reales existen y pueden existir distintas soluciones. Estamos ante la distinción entre pluralidad y pluralismo. La pluralidad supone la diversidad dentro de la unidad, por el contrario, el pluralismo supone una diversidad que trata de afirmar las diferencias, incluso antagónicas, a la unidad superior. En España, como nación y en Europa como entidad supranacional, caben la pluralidad, pero no el pluralismo disolvente, que crea tensiones que amenazan e, incluso, puede provocar la ruptura de la unidad. Ejemplo de esto último es la realidad actual de España y en el caso de Inglaterra separándose de la Unión Europa.
4. Individuo e integración
En el siglo pasado, en 1947, el físico inglés de origen húngaro, Dennis Gabor, desarrolló la teoría de la holografía, en busca de crear imágenes en tres dimensiones, evolucionando así la forma y capacidad de la percepción de objetos, personas y situaciones con imágenes que contienen la información total del objeto. El nombre procede del griego “holos” que significa totalidad. Dennis Gabor obtuvo el Premio Nobel de Física en 1971. Aplicada esta teoría a la estructura de la vida social, política y religiosa ha surgido el “paradigma holográfico” que ofrece comprensión y exigencias al entendimiento de dichas estructuras y al comportamiento de las personas en ellas. En las dimensiones que nos atañen, como nueva frontera y relación entre ciencia y religión, entre materia y espíritu, entre cuerpo y alma, se nos presenta y destacamos el libro El paradigma holográfico. Una exploración de las fronteras de la Ciencia, coordinado y con participación de K. Wilber, en el que reúne trabajos, entre otros, del profesor de Física teórica D. Bohm, el profesor de Neurociencia K. Priban, la profesora de Filosofía R. Weber y conversaciones con F. Capra y el propio Wilber. Este paradigma, mi colega y entrañable amigo, el profesor de Sociología de la Religión, Fernando Fernández nos lo presenta como camino “hacia el verdadero desarrollo integral humano en todas sus dimensiones” (F. Fernández, 2021; 108).
Partiendo de la palabra griega “holos” A. Koestler, en 1967, acuña el término “holon”, para referirse a aquello que siendo una totalidad en un contexto es, simultáneamente, una parte en otro contexto. Una entidad que mirada hacia abajo es una totalidad y mirada hacia arriba es, tan solo, una parte de una totalidad superior. Aplicado al desarrollo humano integral, puede serlo desde el individuo a las dimensiones sociales, políticas y religiosas. Es una construcción desde los cimientos y aquí encontramos una rica y no explorada, cuando no rechazada desfigurada, construcción de José Antonio: “El nuevo orden ha de arrancar otra vez del individuo, como unidad fundamental, porque este es el sentido de España, que siempre ha considerado al hombre como portador de valores eternos” (José Antonio, 2007; 879). Además, concreta que esos valores eternos son la dignidad, integridad y libertad de la persona, que son por naturaleza intangibles. Independientemente de propuestas programáticas del momento político concreto, el fundamento de la vertiente social, política y religiosa es el hombre, la persona humana como unidad trascendente de valores intangibles, que socialmente se integra en otra unidad que es la familia y la familia convive en una nueva unidad que es el municipio. Las personas también trabajan y se integran, en su planteamiento coyuntural en sindicatos o agrupaciones profesionales, que a su vez lo hacen en la nación. Un todo la persona se va integrando en totalidades cuyas partes son a su vez un todo. Efectivamente se construye desde abajo, desde la persona.
Este planteamiento integrador en unidades superiores, precisamente, como hoy nos lo plantea el paradigma holográfico, nos lleva a un concepto orgánico de la visión jerárquica de los distintos grupos y entidades. Nos permite, también, estudiar los grupos sociales en que las personas se integran para el ocio, intereses culturales o desde la dimensión espiritual, iglesias o entidades religiosas que constituyen la sociedad en su amplia y necesaria diversidad. Este concepto orgánico explica la idea de integración, que se ha de realizar en doble dimensión: hacia abajo se encuentran las raíces, pero hacia arriba la identidad superior, ambas compatibles y enriquecedoras si entendemos la jerarquía de las integraciones. Desde una perspectiva cristiana la unidad superior y absoluta es Dios, y el caminar de la historia es el proceso de la ciudad del hombre a la ciudad de Dios. Ese es el sentido religioso cuando se afirma que “todo proceso histórico es en el fondo un proceso religioso”.
El concepto de totalidades que a su vez se integran en totalidades superiores, sin perder su característica de totalidad en una pluralidad unificada, puede explicar hoy el concepto totalitario del Estado en José Antonio, que utilizado inicialmente en el sentido de rechazar la visión parcial de derechas y de izquierdas, pero que por su confusión con los estados totalitarios del momento, comunismo, fascismo o nacionalsocialismo (nazis), dejó de emplearlo sustituyéndolo por un estado fuerte. Ante el reproche de que no tenia programa José Antonio plantea que nunca se ha visto que las cosas decisivas, “esas cosas eternas que como son el amor, la vida y la muerte, la paternidad se hayan hecho con arreglo a un programa. Lo que hay que tener es un sentido total de lo que se quiere, un sentido total de la Patria, de la vida, de la historia, y con un sentido total, claro en el alma, ese mismo sentido nos va diciendo en cada coyuntura que es lo que debemos hacer y lo que debemos preferir” (José Antonio, 2007; 513). Reiteradamente, considera que la Patria es una unidad total y el Estado que ha de servirla debe ser un instrumento eficaz al servicio de esa unidad indiscutible, permanente e irrevocable. Un Estado solo puede ser fuerte, sin ser tiránico si sirve a esta unidad total. “He ahí como el Estado fuerte servidor de la conciencia de una unidad, es la verdadera garantía de la libertad del individuo” (José Antonio 2007; 879).
5. Límites infranqueables
La afirmación pública y patente de la persona como portadora de valores eternos y conjunto de cuerpo y alma, que ningún político de su tiempo, incluidos los que pretendían ser los ortodoxos católicos lo utilizan, constituye una definición y compromiso social y político de largo recorrido y representa piedra angular en la confrontación entre la máquina política de la revolución comunista que constituye la solución catastrófica a la crisis espiritual de nuestro tiempo, y la solución religiosa que defiende José Antonio que supone “recobrar la armonía del hombre y su contorno en vista de un fin trascendente… un fin de unificación del mundo… un fin religioso ━¿católico?━ . Desde luego de sentido cristiano”. (José Antonio, 2007; 1565). En una reciente tercera del periódico ABC, (16 octubre 2021), Martin Miguel Rubio Esteban, bajo el título Dostoyevski, Cristiano epiléptico, nos recuerda que este escritor universal, contemporáneo del nacimiento del marxismo, desde el día que le conoció, se convirtió en un enemigo acérrimo del mismo: “el marxismo ha roído ya a Europa. Si no llegamos a tiempo, lo destruirá todo”. Frente a esta idea catastrófica profetiza la recristianización de Europa desde Rusia. Representa a la serie de pensadores que desde principios del siglo XIX, dada la decadencia de Europa occidental, pronostican el momento providencial que precisa “Rusia para realizar su misión histórica de gobernar el mundo, para que los fines del espíritu se cumplan. ¡Ex Slavia Lux!”. (Fueyo, 1973; 565).
Cuando el 19 de enero de 2004 se produce el diálogo entre el filósofo alemán Jürgen Habermas, exponente del pensamiento laico de raíz ilustrada, y el cardenal Joseph Ratzinger a la sazón precepto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en el Vaticano, el tema representa el cogollo de la crisis espiritual del mundo moderno: “si el estado liberal secularizado necesita apoyarse en supuestos normativos prepolíticos, es decir, en supuestos que no son el fruto de una deliberación y decisión democrática si no que la preceden y la hacen posible”. Dentro de amplios acuerdos, en el plano operativo, entre secularización y religión, se presentó una discrepancia radical en su concepción de la verdad. En resumen: Habermas sostiene que la verdad es fruto del diálogo y no existe nada con independencia de este; Ratzinger sostiene la existencia de una verdad objetiva que el diálogo está llamado a identificar y respetar. Según Habermas, el Estado democrático, liberal, secularizado, tiene capacidad de recurrir a sus propias fuentes para generar sus presupuestos normativos, mediante el diálogo de los ciudadanos que democráticamente se los otorgan. El estatus de ciudadano está insertado en una “sociedad civil que se alimenta de fuentes espontaneas”, con la ausencia de cualquier concepción universalmente vinculante acerca de lo que es una vida buena y ejemplar. Exige lo que él denomina “el patriotismo constitucional”, que implica que los ciudadanos hacen suyos los principios de la Constitución. Hay que decir que Habermas cree y defiende que hay que aprovechar principios religiosos mediante una superación secularizada de significados que están enquistados en lo religioso.
En el evidente proceso de secularización, con un ámbito social y político separado del religioso los fundamentos cristianos se han configurado, como elementos residuales del derecho natural en la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la ONU en 1948. Así lo plantea Ratzinger: “el último elemento que ha quedado del derecho natural (que en el fondo pretendía ser un derecho racional por lo menos en la modernidad), son los derechos humanos. Los cuales no son comprensibles si no se acepta previamente que el hombre, por sí mismo, simplemente por su pertenencia a la especie humana, es sujeto de derechos, y su existencia misma es 'portadora de valores' y normas que hay que descubrir, no que inventar” (Ratzinger 2005; 62-63). Ello le lleva a plantear que junto a los derechos sería conveniente una doctrina de los deberes humano, que los derechos presuponen, y sin los cuales estos se convierten en algo arbitrario. Los deberes señalan los límites del hombre y desde el Estado a todas las instituciones. A todos los niveles, “compartir los deberes recíprocos moviliza mucho más que la mera reivindicación de derechos“ (Ratzinger, 2009; 81)
En el momento en que este insigne profesor de teología, cardenal y, finalmente, papa, Benedicto XVI, de la Iglesia católica, estaba en su infancia, un joven pensador y político español, sostuvo que la persona humana es un conjunto de cuerpo y alma, capaz de un destino eterno, como portador de valores eternos y afirmó que estos valores, por naturaleza intangible eran la dignidad, integridad y libertad del ser humano. Esta concepción representa los límites, ahora se llaman líneas rojas que condiciona al Estado y los individuos sin posibilidad de traspasarlos por la voluntad ciudadana de la concepción rusoniana de la mayoría. Verdades y principios y cimientos permanentes en la vida de las personas y su lugar en el mundo. Así, también, lo remacha Ratzinger (2005) al afirmar que “un primer elemento es la incondicionalidad con que se debe presentar la dignidad humana y los derechos humanos como valores que preceden a cualquier jurisdicción estatal… que haya valores que no son manipulables para nadie es la autentica garantía de nuestra libertad y de la grandeza humana” (Ratzinger, 2005; 29). Estos valores, como derechos fundamentales, no son creados ni otorgados por el legislador, existen por derecho propio y el legislador ha de respetarlos. La intangibilidad de la dignidad humana significa que vale para todo ser humano y debe convertirse en el pilar de los ordenamientos éticos y de derecho positivo.
Este soporte constituye el elemento que permite conocer la esencia de la civilización como realidad única a diferencia de las culturas plurales, distintas y con posibles fuertes contradicciones entre ellas. La civilización es una, aquella que consigue el respeto a la libertad e integridad del ser humano. Eso se ha logrado, aunque con imperfecciones y carencias, tras un proceso de siglos lento, conflictivo y lleno de momentos dolorosos. Se ha iniciado y conseguido en Europa y desde Europa, partiendo de las culturas judía, griega, romana con la cristiana que las recoge, purifica y amalgama. La Civilización Occidental es la civilización como superación de las múltiples culturas, aunque en estos momentos la crisis espiritual de occidente, aparenta que renegamos de ella y tratamos de destruirla. Las diversas culturas pueden ir alcanzando la civilización a medida que respeten principios permanentes e inalienables de los seres humanos. Esta ardua cuestión es tema de profunda reflexión que nos llevaría a problemas como el multiculturalismo, hoy cáncer de Europa, la integración y la interculturalidad. Y habría que indagar sobre la sugestiva pregunta que citando a Max Weber se inicia Marcello Pera (2006) en su obra, en colaboración con Ratzinger, Sin raíces: “¿Por qué concatenación de circunstancias se ha producido que, precisamente en el suelo occidental y sólo aquí, la civilización se ha expresado con unas manifestaciones que, al menos así nos gusta imaginar, se han insertado dentro de un desenvolvimiento que posee un valor y un significado universal?”. Pregunta que sigue vigente pues estamos en un momento en que se pone en tela de juicio el valor universal de las creaciones de occidente.
6. Unidad de destino en lo universal
En su obra Estado y Constitución, (1975), Torcuato Fernández- Miranda, lúcido catedrático de Derecho político y político ejemplar, con proyección y visión de futuro, dedica el capítulo VI al Estado Nacional y se interroga sobare que es una nación. En su enjundioso y estimulante análisis va desarrollando los distintos factores que parecen ser su fundamento. Después de sus variadas consideraciones sobre la raza, el territorio, el idioma, y la religión, llega a una inicial conclusión: “a lo largo de estas consideraciones queda claro que una nación es el resultado de un proceso de integración… no hay un factor único ni un conjunto de factores, sino el hecho de que estos sean integradores o desintegradores…cuando predomina factores de desintegración la unidad se resquebraja, entra en proceso crítico y problemático; y si los factores de desintegración dominan sobre los integradores, puede ello llegar a romperse en una pluralidad de pretensiones nacionales, haciendo precaria y crítica la solidaridad nacional “ (Fernández- Miranda, 1975; 162).
Tras estos factores externos invisibles nos presenta a Renan el cual entiende que la nación es un plebiscitó de todos los días, la nación es una voluntad constante de permanecer unidos. Criterio excesivamente voluntarista, piensa Fernández- Miranda, pero que implica la existencia de una voluntad común, de un crecer o empresa comunitaria de todos los que la integran. De esta concepción llega al pensamiento español de Donoso Cortes y Ortega y Gasset. Donoso Cortés apunta la tesis de la solidaridad y la responsabilidad. Ortega y Gasset, en pensamiento luminoso, ve la nación en torno a un proyecto de convivencia en una empresa común, una empresa histórica colectiva. “Es un programa sugestivo de vida en común”. Los hombres no se unen simplemente para vivir juntos si no para hacer algo juntos. Sobre esta concepción de Ortega opina don Torcuato, José Antonio Primo de Rivera dio su concepto de patria como “Unidad de destino en lo universal”. Y añade “su concepto de patria huye de todo nacionalismo exclusivista y concibe, por lo tanto a cada pueblo con su propia personalidad y peculiaridad, pero en la armonía de lo universal, del mundo, al lado de otros pueblos. La afirmación de la propia nación no excluye, sino que forma un aparte armónico con el resto de los pueblos en la tarea universal…en la contraposición de la gaita y la lira, en la contraposición en las raíces puramente sentimentales y la unidad en la voluntad creadora hacia el futuro, Primo de Rivera pone el acento en la creación hacia el futuro; su fórmula política y no científica, cargada de poesía, logra un acierte intuitivo de expresión. El pueblo, como unidad de destino en la universal constituye la nación.” (Fernández-Miranda, 1975; 170).
Al estudiar el tiempo de las naciones y el paso del trivialismo al universalismo, Jesús Fueyo (1973) entendiendo que todo sentimiento hondo y total de la nación, siendo en última verdad, una idea cardinal del hombre y una visión metafísica del mundo, termina por resolverse en la superación de la nación misma, en conciencia universal y en humanismo absoluto. Es imprescindible tener en cuenta “la prosa de profundas intuiciones del último gran pensador occidental de la nación, un español universal y trágico en que todos esos motivos se resuelven: José Antonio Primo de Rivera. La idea de nación como “unidad” “de destino en la universal” es, en efecto la síntesis más acabada de ese fabuloso drama histórico que viven y recitan los pueblos estelares y que les permite trascender la tribu para alumbrar cultura, hasta desflorarse un día en aroma absoluto de humanidad, en sentimiento universal y civilizado de elevación humana”. (Fueyo, 1973; 232).
Años más tarde, el teólogo Ratzinger, profesor, cardenal y papa, Benedicto XVI, de la Iglesia católica, al referirse a los Estados en Europa, respecto a la disolución de la antigua idea de Imperio, señala “el dramatismo explosivo de este sujeto histórico, ahora plural, se manifiesta en el hecho de que los grandes países europeos se sabían depositarios de una misión universal que necesariamente debía llevar a conflictos entre ellos, cuyo impacto mortal hemos experimentado dolorosamente en el siglo pasado” (Ratzinger, 2005; 20). Históricamente las culturas europeas, transmutadas en civilización se han universalizado, aunque estemos ante una crisis de campaña antisistema que la pone en duda y trata de “deconstruirla”.
7. Misión y destino
El concepto de patria-nación, pone el acento en “destino”, que se correlaciona con misión, término que José Antonio utiliza con frecuencia. “La patria es la unidad de todos al servicio de una misión histórica, de un supremo destino común” (José Antonio). El destino no se elige ni la nación tampoco. En su obra Las gafas de José Antonio (Actas, 203), Adriano Gómez Molina en su amplio análisis de la patria-nación como unidad de destino, aunque considera que esta noción teóricamente brillante, de noble linaje y retóricamente eficaz, en el horizonte universal adórese de vaguedad pues “mientras el tiempo siga fluyendo la meta y el fin da la historia nacional y universal, es algo abierto y no previsto ni vaticinado” (Gómez Molina, 2003; 110). Pienso que dentro de las profundas intuiciones de José Antonio, está la respuesta a esta duda de Adriano Gómez Molina. Cada momento del futuro representa un tiempo y un espacio determinado y con características propias, pero la solución de cuestiones concretas es lo coyuntural de cada instante, y la existencia de principios eternos e inconmovibles permiten a cada generación una continuidad en el descubrimiento de la historia. Son los valores eternos, libertad, dignidad e integridad del ser humano los que marcan la permanente misión de su defensa, promoción y purificación. Estamos ante un quehacer de armonía del hombre con su entorno, de sentido espiritual y religioso. El concepto de portador de valores eterno y la derivación en derechos y obligaciones que ello implica, es la misión permanente de una unidad de destino en lo universal. “Cuando se tiene un sentido permanente ante la historia y ante la vida, ese propio sentido nos da las soluciones ante lo concreto” (José Antonio, 2007; 348).
Este principio joseantoniano, es total y necesariamente aplicable al cambio supranacional de la Unión Europea, que conjuga las unidades nacionales en una unidad superior, que lo es precisamente porque tiene un destino universal, a mi entender, ha de ser la defensa y expansión de los derechos humanos en las distintas y ajenas culturas en una obra civilizadora de alcance mundial. Europa, hoy, es una unidad de destino en la universal o no será nada importante y trascendente en el proceso de la historia. Desde la perspectiva del 2004 Ratzinger (2005), después de señalar que es indiscutible el papel histórico de la fe cristiana en el alumbramiento de Europa, por lo que esta tiene como raíz el cristianismo y, por tanto, la responsabilidad ante Dios, que es el cimiento más profundo del Estado de derecho afirma: “Quien quiera construir hoy Europa como baluarte del Derecho y de la Justicia al servicio de todos los hombres y de todas las culturas, no puede remitirse a una razón abstracta que no sabe nada de Dios y no pertenece a ninguna cultura precisa pero que pretende medir todas las culturas con arreglo a sus propias medidas…la responsabilidad ante Dios y el enraizarse en los grandes valores y verdades de la fe cristiana, -valores que van más allá de las distintas confesiones cristianas porque son comunes a todas- son las fuerzas irrenunciables para edificar una Europa unida que sea mucho más que un único bloque económico; una comunidad del derecho, un baluarte del derecho, no sólo para sí misma, sino también para toda la humanidad” (Ratzinger, 2005¸120). La fe no sustituye a la razón, pero puede contribuir a resaltar valores esenciales para una buena política.
Partiendo de la persona humana como portadora de valores eternos y en concepto de nación tal y como hemos analizado, emerge, otro pilar joseantoniano, cual es la universalidad. Aunque el punto de partida es España y para España, no solo ha superado la tribu y el pueblo en la nación, sino que sostiene que hay proyectarlo sobre Europa y el mundo. Lo universal está presente como destino, no es cerrarnos en nuestro cortijo, por amplio que este sea, si no abrirnos al mundo. En José Antonio hay un sentido de universalidad con vocación de eternidad. Será España, dentro de una unidad superior, la que participará activamente en la misión que a Europa el corresponde en la marcha de la historia.
8. Manera de ser
A través de sus amplios y continuos estudios sobre José Antonio, desde 1972, Enrique de Aguinaga defiende y proclama que “por encima de sus contingencias personales y políticas y como emanación de todas ellas, en la cumbre de su testamento, José Antonio se erige como un arquetipo… es sobre todo y permanentemente una compostura personal, un modo de ser que, ante cada situación dictará su ley y su estilo. Es el modelo y la referencia de una sociedad necesita para no reducirse a un mecanismo o a una sucesión de cálculos”. (Aguinaga 2004; 132- 133). Sus actitudes vitales como cimiento de su personalidad se expresan en conceptos como manera de ser, que implica un estilo de vida con prácticas positivas. Así mismo se representa mediante el espíritu de servicio, el esfuerzo y la consideración de personas inasequibles al desaliento. El sentido cristiano de la vida se manifiesta específicamente mediante estas actitudes, basamento de una personalidad equilibrada. Añadiría a las señaladas la capacidad de renuncia y de esperanza. De forma dolorosa pero firme renunciaría a su bienestar y brillantez en la vida social por un espíritu de servicio a la comunidad, al bienestar del pueblo español, que superando las diferencias ideológicas, pudiera vivir en paz, mediante una convivencia pacífica y creadora. El espíritu de servicio representa el sentido de saber que nuestro trabajo ha de contribuir al bienestar de los demás. Este es el sentido comunitario cristiano de amor y dignidad del prójimo. A Dios se va a través de los hombres. Es una actitud vital para una sociedad de buena convivencia. Es aplicable y sirve universalmente, independientemente de diferencias de razas, sexo, creencias religiosas, etc. No es una actitud pasiva o de buscar el bien personal, si no radicalmente activa, de esfuerzo diario, cada uno en su profesión y tarea para conseguir resolver las cuestiones que cada momento presentan y, solidariamente, hacerles frente.
El marco de referencia que completa lo anterior es la de ser inasequibles al desaliento pues ello implica la capacidad de superar los fallos y equivocaciones de la vida, aunque ahora se empleen nuevos términos que, lógicamente, quieren ser diferentes y superiores, pero solo suponen un lenguaje novedoso que quiere anular y confundir lo anterior. Así la solidaridad se constituye y traduce en espíritu de servicio, esfuerzo y dedicación personal y colectiva, con capacidad de seguir el empeño del objetivo buscado ante las constantes y humanas dificultades que se presentan. Son actitudes vitales necesarias, en cualquier tiempo y lugar para conseguir “un estilo de vida pacífico, armonioso y tolerante; una vida común, no sujeta a tiranía, pacífica, feliz, y virtuosa; una vida democrática libre y apacible”. (José Antonio, 2007; 179). Esta utopía de la perfección humana se rompe permanentemente porque siempre habrá personas con buena intención y otras con mala, pero hemos de tener capacidad y disposición para vivir y actuar en una sociedad imperfecta, minimizando los efectos negativos. Los soportes presentados, constituyen apoyo imprescindibles para la siempre contienda entre el bien y el mal, el acierto y el desacierto.
En sus Diccionario Ideológico de José Antonio, mi admirado y amigo Manuel Parra (2021), abala que “La manera de ser se basa en una interpretación de la vida… en todo caso, el estilo proviene de una fuerza interior, asumida a partir de la interiorización de unos valores esenciales: predominio de lo espiritual, patriotismo bien entendido, afán por la justicia, servicio a una tarea social e histórica… que se manifiesta en una forma de elegancia espiritual y no en meras expresiones circunstanciales…no es un conjunto de reglas o rituales” (Parra, 2021; 70-71). Con sus referidos marcos de referencia pretendió transformar el concepto mismo de la política o, por lo menos, del hacer político. Si bien el hombre es el sistema depende de la calidad positiva o negativa de su hacer, si supone una política del bien y la verdad, o del mal y la mentira. Como colofón de su personalidad, Enrique de Aguinaga, en el presente y en el futuro, defiende que “ser joseantoniano es entender a José Antonio, por encima de cualquier bandería, como patrimonio de todos los españoles, fuente de ética, que nos propone, sobre las accidentalidades políticas, una profunda manera de ser, un estilo de vida, en el que la acción se somete a la inteligencia y se proclama el antiguo e ilustre saber de la norma. Y todo ello, encuadrado en una portentosa personalidad, concentrado en una brevísima vida pública y culminado por un testamento estremecedor. Sus últimas cartas siguen palpitantes como asombroso ejercicio de serenidad, belleza y sentido ante la muerte” (Aguinaga, 2003; 122).
9. Invasión de los bárbaros
En aquellos años, de la década de los treinta, se afianza la idea de la decadencia de Occidente, que, en mayor o menor grado, es generalmente aceptada y parece una realidad después del triunfo de la revolución bolchevique en Rusia. Según la tesis catastrófica, la invasión de la concepción materialista de la vida y de la historia es inevitable, arroyando lo caduco y lo bueno. De aquí la tesis joseantoniana de la invasión de los bárbaros, que va unida a la consideración de una inminente e inevitable cambio de época, de una clásica y moribunda a una nueva edad media tal y como el mismo señala: “nuestra generación presiente como próxima la catástrofe; ha diagnosticado su carácter de fin de edad (multitud de libros: Spengler, Berdiaeff, Carrel), pero lleva esta ventaja a las épocas gemelas: lo sabe” (José Antonio, 2007; 1562). El comunismo ruso considera que es nuestra amenazadora invasión de los bárbaros y bárbaro representa el afán destructivo de los valores de la civilización occidental. El cuadro del mundo contemporáneo es una sociedad en crisis y “sin brío para hacerle frente y consecuencia de la falta de armonía entre el hombre y su entorno. A la crisis de la antigua aristocracia, se le unen la crisis de las nuevas dinastías, la crisis de la vitalidad burguesa y una vida muelle que se agrava con la amenaza de la plebe urbana ensoberbecida, rencorosa, insultante, insufrible… los bárbaros en la frontera” (José Antonio, 2007; 1561). En nuestra realidad estos bárbaros son todos los que hoy denominamos como antisistema, socialistas radicales, populistas y neocomunistas y los tenemos ya dentro de nuestras sociedades. En nuestro momento histórico, del primer tercio del siglo XXI, la situación se ha agravado con la presencia activa del islam, que a través del terrorismo y, especialmente de las oleadas de inmigrantes, ya asentados en las naciones de occidente, quieren imponer o sostener su cultura, frente a los valores de la civilización. Esta invasión de los bárbaros de índole de maldición, tiene difícil solución, porque desde el interior de occidente, existen otras invasiones bárbaras de destrucción, como el pensamiento único políticamente correcto, el feminismo radical, la teoría de género, la revolución sexual, que desde un punto de vista antropológico, “deconstruyen” nuestros valores civilizatorios y apoyan y se apoyan en el empuje del Islam. Estamos ante una lucha hegemónica, desde una religión y desde una ideología materialista frente al espíritu cristiano pilar de la civilización alcanzada.
Ya no estamos en el concepto de bárbaro que aplicaba la época romana, frente a los pueblos de allende de sus fronteras y que intentaban invadirles, como, al final, sucedió. Hoy hay que buscar un concepto propio de nuestra época y desde otros parámetros. En este sentido, creo que Tzvetan Todorov (2008), en su obra El miedo a los bárbaros, acierta plenamente al considerar que, hoy, “los bárbaros son aquellos que niegan la plena humanidad de los demás. Ello no quiere decir que realmente no sepan que su naturaleza es humana, ni que lo olviden, sino que se comportan como si los demás no fueran humanos o no lo fueran del todo” (Todorov, 2008; 33). Esta concepción es totalmente aplicable a nuestra época y marca la comprensión del proceso de la historia a través de los siglos, el proceso a la civilización. Así lo ratifica cuando nos señala que “es civilizado, en todo momento y en todo lugar, el que sabe reconocer plenamente la humanidad de los otros” (Todorov, 2008; 39). Según los conceptos básicos que venimos afirmando, es civilizado el que acepta y defiende que la dignidad, la integridad y la libertad de las personas son valores inalienables que hay que respetar. En esto consiste reconocer la humanidad de los otros. Volvemos a lo ya dicho, hay civilización y hay múltiples culturas. Aquellas culturas que practican los principios señalados alcanzan, aunque sea imperfectamente, la civilización. Todos aquellos que tratan de destruir esos valores en los demás, son bárbaros. Aunque nuestros bárbaros están cercanos a nosotros y alejados de su tiempo, algo intuyó José Antonio cuando alertó de la amenaza de la plebe urbana, ensoberbecida, rencorosa, insolente, insufrible, por disfrutar de una vida muelle y sin brío para hacer frente a la crisis de la sociedad en la que viven.
Esta idea de la invasión de los bárbaros, que recoge de autores de la época, ratificada por Todorov, la tenemos antes nuestros ojos agrandada y aumentada. Considero, aunque puedo equivocarme, que la “idea-fuerza” como la llama Jaime Suárez (2013), en esta cuestión está en la visión de que hay que tender puentes para aprovechar todo lo positivo que los bárbaros puedan tener. Ante la idea de la catástrofe de la invasión y que empiece a germinar una nueva edad media, la tesis que sostiene es que, “aspira a tender un puente sobre la invasión de los bárbaros: a asumir, sin catástrofe intermedia cuanto hubiera de tener de fecundo y a salvar, de la edad en la que vivimos, todos los valores espirituales de la civilización” (José Antonio, 2007; 878). Una vez más, con su mente abierta, no sectaria, José Antonio trata de lograr síntesis superadora de las posiciones antagónicas. Podríamos decir que todas las culturas tienen aspectos positivos que se pueden integrar en la civilización. Su idea de integrar y de superar se manifiesta de una manera clara, una vez más, en esta de tender puentes ante la avalancha destructora.
En su obra sobre Europa, Ratzinger (2005), inserta su intervención en el encuentro con Habermas, sobre Dialéctica de la secularización y que presento bajo el epígrafe Lo que cohesiona al mundo. Las bases morales y prepolíticas del Estado”. Después de señalar, que hoy es indispensable la dimensión intercultural, para plantear la discusión sobre las cuestiones fundamentales acerca del hombre, que no se puede entablar pura y simplemente entre cristianos, ni únicamente dentro de la tradición racionalista occidental. En un intento de concreción, en el contexto intercultural presente, entiende que es necesaria una correlación de razón y fe, de razón y religión, que están llamadas a purificarse y regenerarse recíprocamente, que se necesitan mutuamente y deben reconocerlo. Reiterando que los dos agentes principales en esta correlación son la fe cristiana y la racionalidad occidental laica, y en la correspondiente con las demás culturas, dictamina que “es importante que las dos grandes componentes de la cultura occidental estén dispuestas a escuchar y desarrollen una auténtica correlación también con esas culturas. Es importante darles voz en el intento de una auténtica correlación polifónica en la que se abran a la esencial relación complementaria de razón y fe, de modo que pueda crecer un proceso universal de purificación en el que al final puedan resplandecer de nuevo los valores y las normas que en cierto modo todos los hombres conocen e intuyen, y así pueda adquirir nueva fuerza efectiva entre los hombres lo que mantiene cohesionado al mundo” (Raztinger 2005; 81). En esta búsqueda de cohesión del mundo a través de valores y normas que, en cierto modo todos los hombres conocen e intuyen, fundamento de un proceso universal de encuentro y de tender puentes, José Antonio, en 1934, afirmó que “en todos los movimientos de todas las épocas hay, por debajo de las características locales, unas constantes, que son luminar de todo espíritu humano y que en todas partes son las mismas” (José Antonio, 2007; 512).
10. La necesaria armonía
La constante referencia joseantoniana a la ruptura de la armonía del hombre con su entorno, a la que achaca la crisis de su tiempo y la llegada de formulas negativas y traumáticas, lo expresa textualmente señalando: “armonía entre el hombre y su entorno; en esta fórmula se expresa el malestar de nuestro tiempo” (José Antonio, 2007; 1561). Para Manuel Parra la palabra armonía es “clave en el pensamiento joseantoniano, de total vigencia en nuestros días y con exigencias ineludible tanto ética como política… porque el problema del hombre –de ayer y de hoy– es la ruptura entre él y su contorno” (Parra, 2021; 35). La pérdida de la armonía con su entorno es un signo de la crisis de su tiempo, que se agrava en el nuestro, pues ha corroído los valores humanos, dejando a las personas aisladas, confusas y sin bases firmes. Esta situación de confusión la aprovechan los profetas materialistas para ofrecer el paraíso en la tierra y, como una nueva esperanza, las masas siguen ideologías totalitarias de las que hemos tenido sangrientos ejemplos en el siglo XX. Descartado el nacionalsocialismo, nazi, el comunismo ocupa la ilusión materialista de la utopía de una sociedad de perfectas relaciones y optimo bienestar. Ante el fracaso del propio comunismo real, renace hoy con los neocomunistas y la izquierda radical, que sostienen que hay que derribar el sistema en sus principios y fundamentos. El vacío y desprecio de los valores intangibles del hombre como creado, como el contenido supremo y digno de toda la creación deja al ser humano sin raíces firmes e inamovibles.
En esta concepción encontramos dos elementos: armonía y entorno, que hay que tratar de dilucidar para lograr la virtualidad y alcance de su significado. En el diccionario de la RAE (2014) armonía deriva del latín y a su vez del griego que significa juntura o ensamblaje. En sus dos primeras acepciones se refiere a sonido simultáneo y diferente pero acorde. En su tercera, dice: “Proporción y correspondencia de unas cosas con otras en el conjunto que compone”; en la cuarta pasa de las cosas a las personas: “Amistad y buena correspondencia entre personas”. Respecto a la palabra entorno, señala en su primera acepción: “Ambiente, lo que nos rodea”, y en su segunda: “Conjunto de características que definen el lugar y la forma de ejecución de una aplicación”. En definitiva, parece evidente que cuando se habla de la armonía entre el hombre y su entorno, se refiere al ensamblaje acorde entre el hombre y lo que le rodea. Lo que rodea al hombre es el medio y el ambiente, términos diferenciados que se deben distinguir, aunque generalmente se emplea el término ambiente o medio ambiente incluyendo a ambos. El medio es la naturaleza en su más amplio y variado contenido, a diferencia del ambiente que representa el clima positivo o negativo que se crea en la relación entre personas. Lo que nuestro diccionario considera en armonía como “amistad y buena correspondencia entre personas” es el ambiente. La armonía del hombre con su entorno supone la relación acorde con la naturaleza y con las personas. Dimensiones estas ecológica y social, y este contenido si presenta un significado digno de ser contrastado.
La correcta relación entre la protección del ser humano y la protección del medio ambiente, constituye preocupación constante en todo el pontificado de Benedicto XVI, tal como nos afirma Peter Seewal, en su biografía sobre este papa, en la que dedica un amplio capítulo a la ecología humana, término acuñado por el propio Benedicto. Esta ecología se basa en la fe en la creación y en el reconocimiento de la dignidad de la persona. Su idea básica es que “el libro de la naturaleza es uno e indivisible”; de ello se deriva los deberes frente al mundo natural pero también frente al ser humano. Por eso, las tendencias radicales actuales que tratan de proteger a las diversas especies y animales pero, privan de sus derechos personales a los seres humanos, según la visión cristiana, es parcial e incoherente. Hay que respetar la naturaleza porque “la tierra toda, más aún, el ser todo ha sido llamado a la vida por un creador que ha entregado un mensaje a esta creación suya”. Hoy predomina la destupía, un esbozo negativo del futuro, marcado por miedo. Nuestro mundo se caracteriza por un despilfarro de los recursos de la naturaleza mediante un consumismo insaciable. Lo que necesitamos es un cambio de vida de los individuos y las comunidades, en los hábitos de consumo y en la comprensión de lo que realmente es necesario. De ahí que el consumo debe embrigado y sea necesario poner fin a la “acumulación ilimitada de bienes”. Es necesario “un modo de vivir caracterizado por la sobriedad y la solidaridad”. Sobre las acciones a seguir, en su encíclica Caritas in Veritate, la caridad, el amor en la verdad sobre el desarrollo humano integral, Benedicto vuelve a recordar que “el libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto respecto al medio ambiente como en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra el desarrollo humano integral”. El Estado debe aceptar que existe un depósito de verdad no sujeto a consenso, hay un imperativo ético que no se puede, por ejemplo atacar con “leyes y proyectos, que, en nombre de la lucha contra la discriminación atentan contra el fundamento biológico de la diferencia entre los sexos”. Hay, pues, la adecuada relación entre el ser humano y la naturaleza. “El concepto de los derechos humanos, la igualdad de todos los hombres ante la ley, la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada personas y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta se ha desarrollado a partir de precisamente la convicción de la existencia de un Dios creador”. Sí Dios desaparece, la humanidad está en el trance de perder las bases de una existencia civilizada (Seewal, 2020; 971 a 973. Las frases entre comillas son textuales de Benedicto XVI según la transcripción).
En el contexto de su tiempo, las ideas joseantonianas, se empeñan, precisamente, en solucionar las desmedidas desigualdades, buscando la justicia social. Uno de sus principales objetivos es “que no se canten derechos individuales de los que no pueden cumplirse nunca en casa de los famélicos, sino que se dé a todo hombre, a todo miembro de la comunidad política, por el hecho de serlo, la manera de ganarse con su trabajo una vida humana, justa y digna” (José Antonio, 2007; 349). No es tolerable que masas enormes vivan miserablemente mientras unos cuantos disfrutan de todos los lujos. Presenta, como triste realidad, la ciudad y los suburbios, lujo y, a quinientos metros, miseria insultante. Esta situación también representa la pérdida de la armonía entre el hombre y su entorno. Ante esta situación se necesita un cambio de vida de los individuos y las comunidades, por eso habla de un nuevo orden, que restablezca la armonía, la concordancia entre el hombre y su entorno, pues está en juego la libertad y la dignidad del ser humano. “El hombre no puede ser libre, no es libare, sino vive como un hombre, y no puede vivir como un hombre sino se le asegura un mínimo de existencia, y no puede tener un mínimo de existencia sino se le ordena la economía sobre otras bases que aumenten la posibilidad de disfrute de millones y millones de hombres, y no puede ordenarse la economía sin un Estado fuerte y organizador, y no puede haber un Estado fuerte y organizador si no al servicio de una gran unidad de destino, que es la Patria…cuando se logre esto… sabremos que en cada uno de nuestros actos, el más familiar de nuestros actos, en la más humilde de nuestras tareas diarias, estamos sirviendo, al par que nuestro destino individual, el destino de España y de Europa y del mundo, el destino total armonioso de la creación” (José Antonio, 2007; 957). Este objetivo da un sentido religioso y salvífico al hacer diario de las personas, con dimensión de eternidad, en el peregrinaje del ser humano hacia Dios.
11. Intención y reflexión
He tratado, con mi limitada capacidad, indagar sobre las “intuiciones joseantonianas de larga onda histórica”, de Jesús Fueyo (1962), las denominadas ideas fuerza, de Jaime Suarez (2013), el arquetipo de Enrique de Aguinaga (2003), el meollo de su obra de Adriano López Molina (1969), el eje de su pensamiento de Gonzalo Torrente Ballester (1942), o los fundamentos y elementos esenciales de Manuel Parra Celaya (2021), respecto al pensamiento de José Antonio Primo de Rivera. Estos que he señalado son los varios entre otros que han indagado sobre su obra y persona, pero, para mí, fue esclarecedor el capítulo XIII, José Antonio y el sentido de la Historia que Jesús Fueyo (1962), introduce en su obra La época insegura, en el que pronostica, y reitero ahora, que “el día que alguien acometa la empresa de explorar al incoada metafísica de José Antonio y de inscribir su pensamiento en las coordenadas intelectuales de su época, se descubrirá como lo que es en verdad: la voluntad de estilo en función de la verdad”. Este concepto “verdad” rememora que en los últimos años de mi larga vida, la muerte de la verdad, la necesidad de actuar con arreglo a la verdad, para salir al paso de los que, prescindiendo de este principio, ponen en grave peligro la libertad, la dignidad y la integridad del ser humano, valores eternos e intangibles, ha constituido tema central desde pensadores laicos a teólogos cristianos. Esta es la razón por la que he buscado el apoyo de un teólogo universal y, a mi entender, el más enjundioso de nuestro tiempo, cual es Ratzinger, papa Benedicto XVI. La lucha hegemónica que tenemos ante nosotros, continuación de la que José Antonio tuvo, en otras circunstancias, sigue siendo de base religiosa: creencia o no en un Dios creador de la naturaleza y del hombre. Ahí está el pilar originario.
Un estudio histórico requiere la distancia, la lejanía sin la cual la perspectiva no es posible. En estos ochenta y cinco años, desde la muerte de José Antonio, la generación de niños de la guerra, a la que pertenezco, y los que nos siguen, hemos conocido y palpitado con José Antonio desde sus palabras publicadas, no por conocimiento directo de la persona. Así pues, en este momento, José Antonio es una figura histórica con proyección, una figura que promueve historia. No trato de justificarme, porque no tiene sentido alguno, pero si considero que hay que reflexionar e indagar sobre las intuiciones joseantonianas. Todos los señalados, representan una cadena, en la que podrían y deberían estar muchos más que supone esta preocupación y ocupación. La obra constante y onda de Enrique de Aguinaga y la magna de Jaime Suarez, desde Plataforma 2003, son ejemplo de este espíritu de ocupación real, superando la verbal y simple preocupación. El análisis desarrollado por Jaime Suarez en su obra El legado de José Antonio (2013), independientemente de posibles discrepancias, es de una riqueza intelectual y modélico de libertad de pensamiento. Lástima que sólo tengamos publicado el primer tomo sobre la Rehabilitación de su figura y actualización de su diario, y que, su inesperada y prematura muerte nos haya privado de su última parte, en la que pretendía dar razón de lo permanente y válido, hoy, de su ideario. Aunque creo que tenía muy adelantado su trabajo, desapareció de Plataforma 2003, indudablemente por manos interesadas, privándonos de la posibilidad de su conocimiento y publicación.
He pretendido abrir una trocha para indagar estas intuiciones, consciente de mis limitaciones, por lo que en este intento no son todas las que están, ni están todas las que son, pero quisiera indicar dos observaciones: La primera, la dificultad de separarlas pues todas se relacionan estrechamente y forman un congruente conjunto; la segunda, afirmo que el pilar fundamental de la construcción, que atraviesa como hilo conductor el pensamiento de José Antonio, está en la concepción cristiana del ser humano como portador de valores eternos. Cabezas más lúcidas abrirán trochas más anchas y más certeras, pues, a medida que nos adentramos en su vida y pensamiento, se van descubriendo deslumbrantes actitudes vitales e ideas de alto y llamativo significado de sentido permanente, tanto en sus aciertos como en sus errores, pues todo ello permite conocer una convulsiva época de nuestra historia y del mundo. Así le ocurrió a Rosa Chacel, que cuando, en su exilio en Argentina, por causa fortuita, leyó las Obras de José Antonio, manifiesta: “Es increíble. Dos cosas son increíbles: Una, que todo eso haya podido pasar inadvertido a mí en España. Y otra, que España y el mundo hayan logrado ocultarlo tan bien… Es cierto que su simpatía por los fascismos europeos, tan macabros, le salpicó con el cieno con que ellos se enfangaron, pero leyéndolo con honradez se encuentra el fondo básico de su pensamiento, que es enteramente otra cosa. Fenómeno español por los cuatro costados”. Muchas otras asombrosas manifestaciones podríamos añadir como las que se encuentran en el libro Mil veces José Antonio de Enrique de Aguinaga y Emilio González Navarro (2003). Mi esperanza cristiana me invita a finalizar con la que manifiesta Jesús Fueyo: “La máquina política de la revolución materialista ha hecho de Stalin el arquetipo diabólico de la mística de la mentira. ¿Tendrá España la voluntad y el temple histórico para hacer de José Antonio, de su vida en disciplina de servicio, de su muerte en olor de autenticidad, el arquetipo de la mística política de la verdad?” (Fueyo, 1962; 151) Amén.
Bibliografía
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