Las razones de la sinrazón

Cataluña entera y, en concreto, la ciudad de Barcelona ha vivido (o sigue viviendo) uno de los momentos más lamentables de su historia.

• El separatismo se entregó a la revuelta y a la agitación callejera tras la sentencia del Tribunal Supremo, y toda España ha podido ver en directo —como si se tratara de una película apocalíptica—, los efectos: enfrentamientos y acoso a las Fuerzas de Orden Público, pedradas, gasolina, barricadas en llamas, calles arrasadas, destrozos, aeropuerto, estaciones de ferrocarril y carreteras cortadas a voluntad de los lazis y estelados…
• Pero más que estas consecuencias llamémosle físicas (ya por sí tremendas), ahí están las consecuencias sociales y psicológicas, con una población más dividida y enfrentada que nunca en sus núcleos familiares, de amistad o de trabajo, miedo a salir a la calle, coacciones…; de las consecuencias políticas no hablamos, porque son imprevisibles a día de hoy.

Nos importa señalar las dimensiones morales del conflicto, que se podrían sintetizar en pocas líneas: el secesionismo nacionalista, como pseudorreligión que es, se cree fanáticamente sus propios dogmas, su mitología creada y es un adelantado en el reino de la posverdad, pues para él solo es realidad aquello que sostienen sus líderes, aunque la evidencia demuestre lo contrario a las personas inteligentes.

• Estas posverdades nos remiten a la distopía orwelliana, empezando por aquello de la paz es la guerra, como lo ha demostrado este tsunami democrático que ha padecido la población. Podríamos añadir que, para ellos, el seny és la rauxa, en catalán, y quedarían bien definidos.

Afirmamos que Cataluña no es eso, ni en su historia ni en su actualidad.

• El separatismo jamás ha representado a la verdadera Cataluña, parte inseparables de una España de todos y para todos, aunque sus dignatarios (dicho sea entre paréntesis) no han estado en absoluto a la altura que requerían estas penosas circunstancias desde hace bastantes años…