ARGUMENTOS
Santos incómodos.
Artículo de mayo de 2021, recuperado para ser publicado de nuevo en mayo de 2024. Solicita recibir el boletín semanal de La Razón de la Proa.
Santos incómodos
El catecismo de la Iglesia católica dice que los santos canonizados son modelos e intercesores ante Dios, a quienes podemos dirigirnos en nuestras cuitas y afanes diarios; ello no es óbice para que, según nuestra fe, exista una inmensa multitud de santos que, a pesar de no haber recibido esta espaldarazo eclesial, pueden ejercer esta misión de ejemplaridad para nosotros y de mediación ante el Altísimo; a ellos precisamente se dedica el día 1 de noviembre (Todos los Santos). Por otra parte, cada creyente está llamado a la santidad como objetivo último de su dimensión trascendente.
Hasta aquí parece no haber problemas entre la ortodoxia y la realidad ━siempre desde la perspectiva de la fe, evidentemente━, pero, dada nuestra condición humana, de seres procedentes del barro, intervienen también las circunstancias culturales e históricas, los condicionamientos derivados de nuestra personalidad, los de la educación recibida, la supeditación a las ideologías y preferencias en el campo político, y todo un cúmulo de factores que ocasionan que unos santos nos resulten más simpáticos y atrayentes que otros, e incluso algunos pueden ser resultar francamente incómodos, según esos factores mencionados y aun dentro de círculos eclesiales.
Se me ocurre, por ejemplo, que el patronazgo de Santiago Apóstol es controvertido hoy en algunos territorios de España, a pesar de ser el patrón nacional, por la presión nacionalista; también, alguna tradición legendaria lo encarna en la figura del matamoros de la batalla de Clavijo, lo que le hace caer en el anatema del progresismo por lo que pueda encerrar de “islamófobo” y de “racista”; en la acera contraria, desde la derecha más tradicional, se suele contemplar exclusivamente bajo esa faceta, y no se alcanza a profundizar en el valor exacto de su possumus, que el Hijo del Trueno cumplió al pie de la letra y hasta el extremo en su martirio. Se me ocurre preguntarme si ocurrirá algo en nuestra nación vecina, la Francia laica, con las figuras de san Luis o de santa Juana de Arco, pero ya sabemos que aquí somos diferentes, en este caso de modo lamentable.
Próximamente, 30 de mayo, se conmemora la muerte de san Fernando, que fue el rey unificador de Castilla y León, tercero de ese nombre y adalid de la Reconquista en el siglo XIII, que llevó su ardor guerrero hasta Córdoba y Sevilla, convertidas en perlas de su corona. Claro que no fueron estos méritos humanos ni los de su inclinación a favorecer la cultura los que le llevaron a ser canonizado por el papa Clemente X en 1671, cuatro siglos después de su fallecimiento, sino por sus virtudes cristianas (dentro de la mentalidad de su época), su fe profunda y arraigada, la que le impulsaba a llevar una imagen de la Virgen en el arzón de su caballo, y por su humildad, demostrada en todo momento y especialmente en los momentos extremos de su muerte.
No es extraño que san Fernando sea, en nuestros días y en este contexto histórico que nos toca vivir, uno de esos santos incómodos a los que aludía; hace pocos años, un párroco de Barcelona desterró su imagen de su iglesia, con la profunda explicación teológica de que no quería allí santos con espada (que, por cierto, se llamaba Lobera), a lo que un amigo mío, testigo como yo de sus palabras, le preguntó si también iba a expulsar de la parroquia la imagen de san Pedro, por su belicosa actitud con Marco, el criado del sumo pontífice judío, en el huerto de Getsemaní.
Además, la incomodidad de san Fernando aumenta por ser el patrón del Arma de Ingenieros del Ejército español, por lo cual ━según la progresía━ recae bajo la ominosa culpa de “militarismo”, extensible también a santa Bárbara (Artillería), santa Teresa (Cuerpo Jurídico), al mencionado Santiago (Caballería) y a la Inmaculada Concepción (patrona de la Infantería desde los hechos de Empel).
Pero, especialmente, san Fernando es el símbolo del caballero cristiano de Manuel García Morente, y su trasunto, el caballero de la Hispanidad de Ramiro de Maeztu, y que se representa artísticamente en una escultura del siglo XVII en el Museo Lázaro Galdiano. Con todos estos datos, no cabe dudar de su incomodidad en el santoral. Mejor suerte ha tenido san Jorge, otro ejemplo de caballero cristiano, a pesar de haber quedado reducido a la leyenda del dragón y la princesa, cuando, en la realidad, fue un soldado romano que supo vencer sus pasiones (el dragón) y liberar así su alma (la princesa).
Un desdoro aun mayor añadido a la figura de san Fernando es que fue elegido patrón de la Juventud por las Organizaciones Juveniles de FET y de las JONS; luego, del Frente de Juventudes y, actualmente, es reconocido como tal por la Organización Juvenil Española, que celebra su Promesa el 30 de mayo. La razón de este último patronazgo estriba en aquel fundamento del estilo o modo de ser de José Antonio Primo de Rivera: el sentido ascético y militar de la existencia.
En efecto, esta invitación a la juventud para asumir esos valores es del todo punto incompatible con los cánones de educación en valores que preside el frontispicio de nuestras actuales aulas y, por supuesto, con la Ley Celáa.
De todas formas, uno ━que ya no puede considerarse joven de cuerpo pero sí de espíritu━ continuará siguiendo el ejemplo de san Fernando y pidiendo su intercesión ante Dios, celebraré el 30 de mayo como se merece y no me olvidaré de felicitar a mis amigos que llevan ese nombre.