SEMBLANZAS
Inmortalidad de Antonio Machado.
Publicado en la Gaceta de la FJA, núm. 340, de enero de 2021. Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín de LRP.
Inmortalidad de Antonio Machado.
Hace algún tiempo, el historiador Fernando García de Cortázar publicó en el diario ABC, un artículo que tituló: La discreta inmortalidad de Machado. En el mismo artículo se refería a este rapsoda diciendo, entre otras muchas cosas, que...
«fue un poeta que, al ser reivindicado muy pronto por los dos bandos de la Guerra Civil, demostró que su herencia solo podía ser la de España entera».
Posiblemente así haya sido. Pero la vida de Antonio Machado, nacido en Sevilla en 1875, no empieza ni termina en el lugar donde nos la deja el historiador. Antes habría que recordar algunas cosas más.
Por ejemplo: ya que cita la Guerra Civil, no estaría de más que recordáramos que este ilustre vate sevillano, fallece en el exilio, en la localidad francesa de Colliure, el 22 de febrero de 1939, miércoles de Ceniza, abandonado y olvidado por quienes tanto ruido y alboroto armaron en defensa de la cultura occidental democrática. Nadie supo, pues, rodear la muerte de este hombre del consuelo y del honor que tanto merecía. Murió en tierra extranjera, ignorado, en soledad y desatendido, lejos de todo cuanto quería y, sobre todo, de Leonor, su esposa y musa.
El escritor Francisco Umbral nos recordaba lo que un día le decía el falangista y buen prosista Luis Ponce de León:
«Pobre Machado, pobre Machado… Los rojos no sabéis decir otra cosa, coño, pero lo cierto es que no hubo ningún preboste de la República que se llevase a Machado en su cochazo; tuvo que irse con su madre enferma a pasar la frontera, en la caravana de las alpargatas». Y el mismo Umbral añade: «Y lo malo es que Luis tenía razón».
Lo había presentido el mismo poeta hacía mucho tiempo:
Y cuando llegue el día del último viaje / y esté a partir la nave que nunca ha de tornar / me encontraréis a bordo ligero de equipaje / casi desnudo, como los hijos de la mar. En otro momento, y como corazonada de su triste final, el poeta escribió: «Señor, me dejaste solo / solo, con el mar a solas».
Fue Antonio Machado, un hombre admirado por José Antonio Primo de Rivera. Dice su hermana Pilar, que además de otros poetas como Rafael Alberti, Juan Ramón Jiménez y Rubén Darío, y, hasta cierto punto, García Lorca, influyó mucho en él. Basta recordar aquella velada en el Hotel Ritz donde, presidido por el general Miguel Primo de Riera, se homenajeaba a los hermanos Machado por su obra conjunta La Lola se va a los Puertos y que Manuel Machado nos recordaba más tarde en un artículo que tituló José Antonio el Poeta: Fue en los mismos días de noviembre de 1929, acaso la primera vez –aparte de sus alegatos jurídicos– que José Antonio hablaba en público.
Se celebraba un suceso artístico y la magnífica sala de fiestas del Hotel Ritz, de Madrid,...
«estaba llena a rebosar de todas las aristocracias españolas: desde la de sangre hasta la del cante hondo. La cálida palabra del joven orador, impregnada ya de un dulce misticismo y como de un aura de profecía, penetraba candente en los espíritus y captaba, irresistible, no ya el difícil entusiasmo, la emoción cordial y sincera de aquel selecto auditorio... Fue aquel su primer discurso un arrebatado panegírico de la Poesía como norma cardinal de la vida…».
El poeta sevillano fue, en opinión del filólogo Antonio Tovar, el ídolo de Dionisio Ridruejo. Éste ya lo cita en una conferencia que dio el 15 de noviembre de 1938 dedicada a José Antonio y del que dijo...
«que tenía, junto a su calidad de poeta, junto a su calidad de hombre entero, junto a la calidad caballeresca, que le hacía entender a España por entero, una calidad humana de hombre amoroso; todas las pasiones de los hombres que siguen a José Antonio son pasiones de amor».
Porque el amor –seguía diciendo Ridruejo– es la ansiedad de los seres por completarse, por fundir en sí mismos su propia unidad hacia unidades superiores. Y José Antonio nos hace entrar en esta cualidad suprema de hombres para servir la unidad total de todos los hombres, en el destino de una Patria.
Y, ahora –termina diciendo Ridruejo– José Antonio no puede ser un mito inoperante, lejano. En torno a su memoria, a su doctrina, a su voluntad: es decir, en torno a España, debemos estar reunidos, apretados y fuertes los hombres que han conocido su palabra, que han estrechado su mano, que se han asomado a sus ojos, porque no tenemos derecho a hacerle un duelo romántico.
Decía Antonio Machado, el gran poeta, «quiero un duelo de trabajo y esperanza. Yunques: ¡sonad!». Pues bien, que no se haga de José Antonio una pantomima de dolor por José Antonio. «Que suenen los yunques».
Antonio Machado (segundo por la izquierda), el presidente del Gobierno Miguel Primo de Rivera, Manuel Machado y José Antonio Primo de Rivera, en el hotel Ritz de Madrid el 27 de noviembre de 1929. En el homenaje a los hermanos Machado relatado anteriormente.