SEMBLANZAS

La épica del perdedor

Él, que estaba predestinado a ser un gran intelectual, un filósofo quizá, fue llevado, por las circunstancias trágicas que le tocó vivir a todos los jóvenes de su tiempo, y por su conciencia y compromiso, en el sentido más alto del término, con España, a la acción política.


Artículo publicado en primicia en Sevillainfo el 22/01/2021. Recogido por Gaceta de la FJA, núm. 344, de mayo de 2021. Ver portada de la Gaceta FJA en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa (un envío semanal).​

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La épica del perdedor

La épica del perdedor


Tanto en la literatura como en el cine tienen mayor atractivo y suelen retratarse con más profundidad los personajes perdedores que los triunfadores, los derrotados que los victoriosos, los olvidados que aquellos de los que se recuerdan sus gestas.

Yo mismo reconozco que me fascinan incomparablemente más las personalidades torturadas y vencidas por el fracaso que las favorecidas por el azar o el destino.

Mas si a los ojos de la historia Ramiro podría ser considerado un perdedor, no creo que él se considerara como tal cuando, pocos días después del alzamiento militar contra los desmanes de la República y el comienzo de la Guerra Civil, fue detenido en la calle Santa Juliana, en el barrio de Cuatro Caminos, de Madrid, muy cerca de su domicilio, por milicianos socialistas e internado en la prisión de Ventas. 

Él ya lo había intuido y refirió poco antes a algunos amigos: Cualquiera de los dos bandos me fusilará.

Ni cuando fue “sacado” de esta cárcel, junto a otros presos, entre los que estaba el intelectual y apóstol del concepto de “hispanidad”, Ramiro de Maeztu, y el jefe de la Falange Española de Villaverde Albino Hernández Lázaro, ​para ser fusilado en las tapias del cementerio de Aravaca el veintinueve de octubre de mil novecientos treinta y seis. ​

No, no creo que Ramiro se sintiera, ni tuviera en ningún momento de su tristemente corta vida, la actitud ni la consciencia de ser un fracasado.

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Por diversas investigaciones, parece descartada esa versión que se ha venido dando de su muerte, en que supuestamente Ramiro se habría resistido a ser subido al camión para ser trasladado desde su encarcelamiento al lugar de su ejecución, abalanzándose sobre un miliciano después de gritar A mí me mataréis donde yo quiera y no donde vosotros queráis, momento en que otro miliciano le habría disparado un tiro a bocajarro, quedando muerto en el acto. Parece, más bien, que fue otro de los encarcelados el que se resistió y fue asesinado allí mismo. Más, a pesar de este dato, no parecería ajena esta actitud, este comportamiento inconformista, valiente y desafiante, a la personalidad y carácter de Ramiro, un intelectual con mayúsculas del que el propio José Ortega y Gasset, que fue uno de sus profesores y del que Ramiro se convirtió en fiel discípulo, dijo al conocer de su muerte: no han matado a un hombre sino a todo un entendimiento, pero que, superando y sublimando los muchos conceptos matemáticos y filosóficos asumidos en su formación, devino en hombre de acción.

Desde su más temprana juventud colaboró en las revistas más brillantes de su tiempo, entre ellas en La Gaceta Literaria fundada y dirigida por Ernesto Giménez Caballero, o La Revista de Occidente de su maestro Ortega y Gasset. Escribió cuentos, ensayos y hasta alguna novela. 

Él, que estaba predestinado a ser un gran intelectual, un filósofo quizá, fue llevado, por las circunstancias trágicas que le tocó vivir a todos los jóvenes de su tiempo, y por su conciencia y compromiso, en el sentido más alto del término, con España, a la acción política.

Su decisión, con apenas veinticinco años, de no detenerse en lo teórico, parece muy influida por la doctrina de Heidegger, de la que era seguidor, y que propugnaba el paso a la acción para vencer la angustia que procuraba la visión de la nada, percepción que solo podía ser neutralizada por la voluntad y la lucha por unos objetivos claramente definidos.

Objetivos que para Ramiro, desde aquel momento, consistieron en la consecución de un Estado nacionalsindicalista.

A ello se puso desde ese preciso instante, desplegando toda la teoría de lo que debía ser ese nacionalsindicalismo en la revista semanal La Conquista del Estado, que, en veintitrés números editados todos en el año 1931 describió, de manera pormenorizada, su teoría política, que desemboco en la creación de las Juntas de Ofensiva Nacional–Sindicalista (JONS). 

Las JONS nacieron el 10 de octubre de 1931, de la fusión del grupo que lideraba Ramiro con las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica que había fundado Onésimo Redondo (anteriormente había sido propagandista de Acción Católica), grupo que se expresaba a través del semanario Libertad.

Aunque ya antes de la fusión con la Falange de José Antonio ambos eran conscientes de las diferencias que existían entre la idea que cada uno de ellos tenía del Estado que propugnaban, les unió su diagnóstico de una Nación en quiebra política y moral, una Patria asediada por el materialismo marxista y el separatismo radical que amenazaba la propia subsistencia de la misma. Esto llevó a la unión de ambas fuerzas escenificada en el acto del Teatro Calderón en Valladolid, el día cuatro de marzo de 1934. 

Se produce su expulsión de Falange Española y de las JONS en enero de 1935, tan solo diez meses después de la fusión, tanto por problemas de liderazgo como por la divergencia de criterios en cuanto al proyecto para España y la manera de ejecutarlo. 

Fernando García de Cortázar escribió al respecto:

…Al llegar el momento de su ruptura con Falange Española, y cuando resultó evidente que era imposible devolver su autonomía a las JONS, la organización creada con Onésimo Redondo en 1931, Ramiro Ledesma Ramos se enfrentó a una de esas situaciones que miden la calidad humana y la solidez de principios de un individuo. En la circunstancia de su derrota política y marginación, seguido por la lealtad de un puñado de compañeros, desairado por los insultos de sus antiguos camaradas ¡cuánto debió lamentar José Antonio Primo de Rivera sus palabras, al enterarse del asesinato de Ramiro, tres semanas antes de su propio sacrificio!, Ledesma habitó el ancho territorio de la soledad…

Onésimo permanece al lado de José Antonio no sin antes tener muchas dudas al respecto. En Onésimo predominaba un fuerte catolicismo que congeniaba mejor con José Antonio que con Ramiro, que se proclamó agnóstico durante casi toda su vida, aun reconociendo como una de las señas fundamentales de la identidad histórica de España la fe católica, que había de ser preservada. 

En cualquier caso, y según relató en su día el sacerdote Manuel Villares, que fue preso y coincidió con él en la prisión de Ventas hasta el día de su ejecución, tenía en aquellos postreros días de su vida una honda preocupación por entender el misterio de la fe, por lograr creer que existiría para él un más allá, manteniendo ambas largas conversaciones sobre ello:

Mostrábase él reacio a aceptar la fe si no era por un acto de evidencia, y aquella frialdad intelectual con que abordaba los problemas le hacía desdeñar la vía del sentimiento. Pero Dios toca siempre el corazón. Un día, después de larga conversación, me dijo que necesitaba una tregua para pensarlo. Aquella noche la gracia surtió sus efectos. Al día siguiente cuando nos reunimos en el patio me dijo:

No sigas, creo ya con la fe ingenua con que creía cuando era monaguillo en mi pueblo.

Entonces le aconsejé que, si era así, su primer acto debía ser ponerse a bien con Dios. No quería yo que confesara conmigo para dejarle más libertad en momento tan trascendental y le mandé a don José Ignacio Marín, sacerdote joven, que solía confesar en u rincón del patio, paseando con los penitentes. Así lo hizo, y después noté en él una gran tranquilidad y una seguridad y alegría desconocidas. Le había desaparecido la preocupación religiosa que tanto le atenazaba. No puedo precisar los días que mediaron entre su confesión y la muerte, pero desde luego no fueron muchos. Lo que si recuerdo perfectamente es que, el día en que le sacaron, al ponernos en fila por la tarde para subir a las celdas, se colocó detrás del señor Marín y le pidió la absolución. Lo supe por él al día siguiente. Parece que tenía el presentimiento que iba a morir”. 

No se trata aquí de discutir ni entrar en controversia sobre su concepto de hacia donde debía evolucionar España y en qué Estado debía convertirse, sobre sus simpatías con la CNT anarquista o con la Alemania de Hitler, sobre las claras diferencias de criterio con José Antonio, al que una gran mayoría de jonsistas siguieron separándose de la línea que Ledesma quiso continuar (lo que no impidió que, a pesar de los mutuos reproches intercambiados entre ambos, insultos incluidos, Ramiro se ofreciera a José Antonio poco antes de su muerte). Se trata más bien de valorar la valentía, el coraje, la suprema consciencia de gravedad del momento que atravesaba la Patria, la total disposición de esa juventud representada por Ramiro como por José Antonio, a poner al servicio de la causa de España todas sus capacidades e incluso su vida.

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Solo por eso merecería Ramiro Ledesma Ramos, como lo tiene José Antonio, un lugar preeminente en la historia de este nuestro país, y debería servir a todos los que nos duele España de acicate ahora que la juventud española, al igual que la sociedad en su conjunto, asiste impasible a cómo, al igual que entonces, se insulta y se destruye lo más sagrado, la Unidad indisoluble de nuestra Patria, la religión históricamente mayoritaria de los españoles, la católica, representada en los lugares sagrados y en  la Cruz, que se humilla ante la indiferencia de los que deberíamos defenderla, nuestra Historia imperial, hoy falseada y tergiversada para teñirla de negro…

En la nota previa de su libro Discurso a las juventudes de España, escrito en el interregno entre su expulsión de Falange y su reincorporación a la política activa para intentar reorganizar unas JONS independientes, cuando aún no había cumplido ni los treinta años, dice Ramiro:

El momento mismo en que he dado fin al libro coincide con el de mi reintegración a la política militante, función reconozco y veo como fatalmente ligada a mi destino. No quiero ser de los que hurten lo más ligero de su rostro a la etapa histórica en que ahora mismo penetra nuestra Patria española. Entro de nuevo, pues, en batalla, tras de la justicia que apetecen y necesitan las masas populares y tras de la unidad, la grandeza y la libertad de España”. 

Poco después de publicado el que es su testamento político por excelencia, fue apresado, encarcelado y finalmente ejecutado en una miserable tapia de un cementerio con otros muchos. Él no había sido como aquellos que “hurtaban su rostro” a la lucha por España.

No, a pesar de que hoy apenas se conozcan sus obras completas, que no se valore la capacidad intelectual que atesoró, que no sea recordado como otros muchos con menos mérito, Ramiro Ledesma Ramos no murió como un perdedor

Ledesma Ramos seguramente sabía, cuando caminó hacia su vil ejecución asido de la mano a Ramiro de Maeztu, del que tanto le separó en vida y al fin tan unidos en la muerte, que en las páginas de la historia él apenas sería una nota al margen mientras que otros muchos, con menor valía y merecimientos que él, ocuparían tomos enteros. Sin embargo, me gusta pensar que a él no le importó eso lo más mínimo, porque lo que en verdad le importaba en ese momento, como siempre había sido, por lo que lloraba, aunque tan solo por dentro (por fuera intuyo una sonrisa desafiante y orgullosa) era ver con suprema tristeza en lo que se había convertido esa España grande y unida que él soñó.