SEMBLANZAS

Después de tantos años.

«El hombre busca constantemente la alegría en la trascendencia, es decir, en el recuerdo»​, escribió Leopoldo Panero. Triste y cruel ironía que su familia, sobre todo sus hijos, encontraran placer y solaz en manchar el recuerdo de su padre.


Publicado en primicia en Sevillainfo el 27/01/2020. Enviado posteriormente por su autor a La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP (un envío semanal). ​

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Después de tantos años.

Después de tantos años


Leopoldo Panero fue, y sigue siendo, un gran poeta, uno de los más inspirados de la generación del 36, pero, por esas cosas de la desmemoria histórica y del odio de la irracional izquierda española por cualquier destello intelectual, por fulgurante que este sea, siempre que venga de alguien que no sea de su cuerda política, lo único que recuerda de su persona y obra una gran mayoría, salvo los iniciados, es que su esposa, la escritora Felicidad Blanc, culta y elegante a la par que terrible, y sus tres hijos Leopoldo María, Michi y Juan Luis Panero, devastados por el alcohol, la droga y la mala vida, y también por los recuerdos y la memoria, todos, protagonizaron el muy interesante y cruel docudrama El desencanto, icono y símbolo de aquella transición política,  dirigido por Jaime Chavarri.

Hoy es difícil, casi imposible diría yo, tratar con alguien la figura del patriarca Panero y que ese alguien haga abstracción de la imagen que esos hijos resentidos, alcoholizados y destruidos daban del padre en la película. Recientemente volví a verla y me sorprendió de nuevo la tremenda frialdad de madre e hijos, la ausencia de emotividad con que relataban los hechos más terribles. También el resentimiento soterrado que se agazapaba escondido detrás de cada frase.

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Se comprende que, siendo como era Felicidad Blanc una mujer culta, bella y brillante, hubiera deseado una vida distinta a la que tuvo, siempre a la sombra del gran poeta, junto con Luis Rosales, de esos años (hasta el punto de escribir en su postrera autobiografía «habrá tantas mujeres que como yo, habrán dejado que se oscureciera su inteligencia, perdida la curiosidad por todo, anuladas en su renuncia inútil. Mis hijos me han asegurado que hasta la muerte de Leopoldo no me comprendieron a mí, ni se tomaron la molestia de pensar quién era yo…»), pero se entiende peor que, si tanto deseaba otra vida y tan descontenta estaba, y siendo, como digo, una mujer cultísima y con una fuerte personalidad (que se deja ver en la película), mantuviera un matrimonio de más de veinte años en los que la familia Panero transmitió la imagen de la familia perfecta… y que, en una evidente contradicción, ella misma rememora en algún pasaje del film con evidente amor y ternura.

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Leopoldo Panero en diversas épocas: Junto a Francisco Franco en la inauguración de la Bienal Hispanoamericana de Arte, celebrada en Madrid en 1951. Con su hermano Juan, en 1931, y con con su esposa Felicidad Blanc, en 1949


El triste espectáculo del ajuste de cuentas de unos seres con su pasado, en que ninguno de ellos, inteligentes y cultos sí, pero egoístas, pagados de sí mismos, egocéntricos y resentidos (además de, en el caso de los hijos, neuróticos y carne de manicomio en algún caso, presos de un descomunal, a mi manera de ver, complejo de Edipo) se culpa de nada a sí mismo y carga todo el peso de su desgracia vital pasada, presente y futura en el ausente o en la madre, se convirtió en todo un símbolo, útil en esa época, de ajuste de cuentas con el pasado político de España y transformó la imagen del gran poeta en casi la de un monstruo castrador y dominante amen de semilla del alcoholismo de los hijos.

Aquella película, cuyos personajes a veces parecían reales y muchas otras ficción, fue utilizado como un símil fantástico de la ruptura y demolición del pasado y la construcción de una nueva verdad más conveniente a los nuevos tiempos, amen de una feroz diatriba contra la institución familiar. Un precedente lejano de la que en ese momento era la aún no nata memoria histórica, que no es más que eso, un ajuste de cuentas tramposo con el pasado. 

Leopoldo Panero publicó sus primeros versos en Nueva Revista, de Madrid, que él mismo fundó y que publicó sus obras Crónica cuando amanece (1929); y Poema de la niebla (1930). En el otoño de 1929 enfermó de tuberculosis y fue a reponerse al Sanatorium Royal de la Sierra de Guadarrama durante ocho meses, enamorándose de otra paciente, Joaquina Márquez, fallecida algunos meses después. Amplió estudios en Cambridge (1932 a 1934) y en Tours y Poitiers (1935), empapándose de literatura inglesa y francesa. Publicó en sus inicios en la revista Caballo verde para la poesía, dirigida por Pablo Neruda, lo que posteriormente no abogaría a su favor, unido a que, tanto el como su padre y su hermano, eran republicanos y a que dio refugio en su casa al poeta peruano Cesar Vallejo tras la Revolución de Octubre

Por todo esto, no es extraño que durante la guerra civil fuera arrestado, acusado de recaudar fondos para Socorro Rojo. Pero la mediación de su madre, de Miguel de Unamuno y de Carmen Polo, la esposa de Francisco Franco, evitó consecuencias fatales. En 1937 murió su hermano Juan, también poeta, en un accidente de automóvil (en acto de servicio escribió la revista Escorial), hecho que le hirió profundamente; sobre este hecho y en su memoria escribió Adolescente en sombra (1938).

En el año 1941 se casó con Felicidad Blanc, escritora, nacida en una familia de la burguesía madrileña y de la que Mercedes Formica, que la conoció antes de la guerra civil, dijera: «era la muchacha más bella de Madrid y vivía en una bonita casa de los bulevares rodeada de jardines y de cierto misterio»... con ella tuvo a sus tres hijos, Juan Luis, Leopoldo María y Michi. Los dos primeros también fueron poetas. El tercero, fue un dandi mujeriego y noctambulo, protagonista de la “movida” madrileña, con fama de intelectual pero que se asomó a la prensa rosa (su matrimonio con Paula Molina), sin obra publicada y que empleó su corta vida en frecuentar la noche y entregarse a todos los excesos. Después de su muerte devino en pequeño mito de esa movida que tanto vivió, hasta el punto que Nacho Vegas compuso una canción, que era una especie de autobiografía, y que llevaba por título El hombre que casi conoció a Michi Panero.

Todos murieron antes de tiempo, Juan Luis a los 71 años, Michi, siendo el pequeño, el primero que dejó este mundo, a los  52, y Leopoldo María, que pasó su vida de sanatorio mental en sanatorio mental, a los 65.

Leopoldo Panero se afilió a Falange Española en plena guerra civil, y participó en la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, junto con Dionisio Ridruejo, Manuel Machado, Gerardo Diego, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Eugenio d'Ors, etc. Aunque es muy posible que jamás conociera personalmente a José Antonio, parece que comenzó a admirarlo tras su asesinato y la lectura de sus discursos así como por las conversaciones con amigos como Rafael Sánchez Mazas, de quien decía Felicidad Blanc: «Rafael es un conversador maravilloso, habla de José Antonio y de los recuerdos que conserva de él; alguna vez incluso nos ha leído alguna carta suya, y es imposible oyéndole no sentir admiración por José Antonio». Quizá de estas conversaciones quedara en Leopoldo esa admiración que se refleja más tarde en el Canto personal.

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Leopoldo fue nombrado agregado cultural a la Embajada española en Londres (1939) así como director del Instituto Español entre 1945 y 1947 en esa ciudad británica. A finales de 1949 y comienzos de 1950, participó de la “misión poética” que recorrió muchos países iberoamericanos, junto a, entre otros, Luis Rosales y el embajador, pero, sobre todo, gran escritor, poeta y vividor, Agustín de Foxá. Con ellos, y sobre todo con Rosales, mantuvo una intensa amistad que, en el caso de Luis Rosales (yo le caía a el muy bien, el a mi no tanto dice Felicidad Blanc en un momento de la cinta), disgustaba un tanto a su esposa puesto que estaba más tiempo con su marido que ella misma, según insinuaba en las conversaciones grabadas para la película….

Publicó en revistas como Escorial y Haz y se convirtió en tertuliano habitual en el madrileño café Lion, donde, además de Luis Rosales también concurrían otros insignes poetas como Luis Felipe Vivanco o Gerardo Diego, con los que también trabo gran amistad (la tertulia del café Lion poco después se fundió con la que tenía Manuel Machado).

En 1950 recibió el Premio Nacional de Literatura José Antonio Primo de Rivera. Fue también secretario de una sección del Instituto de Cultura Hispánica.

Entre las obras principales de Leopoldo Panero están Versos del Guadarrama, Escrito a cada instante, donde se contienen elegías a César Vallejo y a Federico García Lorca, Cándida puerta, La estancia vacía o Canto personal, de 1953, réplica al Canto general de Pablo Neruda escrita en tercetos, al que puso prólogo Dionisio Ridruejo, y recibió el Premio 18 de Julio de manos del ministro Raimundo Fernández-Cuesta. En su poesía es omnipresente la idea de Dios, como punto de referencia a esperanzas y angustias, como escribía José María García de Tuñón Aza

Leopoldo Panero murió en su casa de Castrillo de las Piedras (León), tras sufrir una angina de pecho, era el 27 de agosto de 1962. Poco sospechaba lo que harían con su recuerdo unos pocos años después todos los que dejó atrás al morir.

En 1994 todavía se rodó una segunda parte o continuación de El desencanto y que se tituló Después de tantos años, dirigida por Ricardo Franco. En esta ocasión los hermanos ya ni siquiera querían verse entre ellos, así que las conversaciones fueron por separado. Solamente en el final de la película se encuentran los hermanos mediano, Leopoldo María, y pequeño, Michi, en el cementerio donde reposan enterrados sus padres y, mientras relatan las miserias de sus vidas y sus coqueteos con el suicidio y la muerte, Leopoldo María alza la voz y en una exclamación, dice: ¡Qué solos están los muertos!.

«El hombre busca constantemente la alegría en la trascendencia, es decir, en el recuerdo», escribió Leopoldo Panero. Triste y cruel ironía que su familia, sobre todo sus hijos, encontraran placer y solaz en manchar el recuerdo de su padre.

Por todo eso también resulta terriblemente irónico y desolador leer ahora el epitafio que de si mismo escribió Leopoldo Panero poco antes de morir.

Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.


También puede interesar...

Dos artículos sobre Leopoldo Panero, de José María García de Tuñón Aza, para La Razón de la Proa.