SEMBLANZAS
El humor que nos robaron
El humor del que hablo tenía la categoría que le daban los nombres que lo cultivaban, nombres que, muchos de ellos, ya están en la historia de nuestra literatura, nuestro teatro o nuestro cine escritos con letras de oro.
Artículo publicado en primicia en el digital Sevillainfo (10/OCT/2019), posteriormente enviado por su autor a la redacción de La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
El humor que nos robaron
Hubo un tiempo que el humor que se hacía en esta nuestra España era un humor inteligente, irónico, surrealista y hasta un poco naif. Un humor que respetaba a personas e ideas de cada cual sin renunciar por eso a la crítica, con ironía, pero sin menoscabar la dignidad de nada ni de nadie.
El humor del que hablo tenía la categoría que le daban los nombres que lo cultivaban, nombres que, muchos de ellos, ya están en la historia de nuestra literatura, nuestro teatro o nuestro cine escritos con letras de oro.
Podríamos decir que la semilla de ese humor fue un periódico “de trinchera” creado por la Delegación del Estado “para la Prensa y la Propaganda”, que tuvo su sede en Salamanca desde el 25 de enero de 1937, bajo la dirección de Rogelio Pérez Olivares, y que tenía fines exclusivamente propagandísticos (discursos, soflamas, instrucciones, ridiculización del ejército enemigo… eran tiempos de guerra civil). Ese periódico se llamó precisamente, y, confesémoslo, con poca originalidad, La Trinchera. A partir del núm. 3 pasó a titularse La Ametralladora, ya que coincidía su título con otro periódico de la zona republicana en guerra, muy popular y de larga vida.
<- Miguel Mihura.
La redacción de La Ametralladora fue trasladada al País Vasco después del verano de 1937. En esa región residía el joven Miguel Mihura, recién afiliado a Falange y colaborador por entonces de la revista Vértice, con el seudónimo de "Lilo". La Delegación le ofreció el trabajo de director artístico, redactor y dibujante de La Ametralladora (también le ofreció, y debió ayudar bastante en la decisión del joven Mihura, un salvoconducto para trasladar a su hermano Jerónimo desde Madrid a San Sebastián), así como acceso a un fondo documental fotográfico y prensa humorística extranjera. En el periódico Mihura se comenzó a curtir como el gran escritor que llegó a ser y publicó sus primeras obras teatrales, textos humorísticos, algunas composiciones fotográficas jocosas y viñetas e historietas, todas ellas firmadas como "Lilo".
La Ametralladora sirvió humor gráfico, composiciones humorísticas con fotografías, obras en prosa, teatrales o poemas, de calado humorístico, y algunas historietas. Todo ello se acompañaba de informaciones sobre el frente, textos propagandísticos, proclamas de Franco y consejos del ideario del Movimiento Nacional. Si bien desde el núm. 37 tornó su humor hacia la vanguardia intelectual (bajo la dirección artística del mismo Miguel Mihura), constituyéndose así en claro antecedente de La Codorniz.
El autor de Tres sombreros de copa o el guión de Bienvenido Mr. Marshall, introdujo un humor diferente en La Ametralladora, más bien alejado de la pelea y la propaganda, lo que provocó, dado el contraste con las tareas que desempeñaban otros, encargados de los apartados puramente propagandísticos, más de un choque, ya que en numerosas ocasiones en la misma página habían de compartirse viñetas o cartuchos de mera publicidad del bando nacional con textos humorísticos.
En los poemas, textos de humor o pequeñas piezas teatrales que Mihura publica, apenas había contenido político y creó dos series populares, la de historietas Aventuras del señor Caradepato, y la de humorismo literario Don Venerando, que él mismo ilustraba. Así se anunciaba en 1937 el semanario en los diarios españoles ligados a Falange:
- Páginas a cuatro colores. Historietas. Teatro humorístico. Reportajes de guerra. Chistes y cuentos. Poesías festivas. Colaboración de nuestros heroicos soldados. Parodias de periódicos rojos. Folletín, etc. etc. (PROA, 1-VIII-1937).
Ahí comenzaron sus colaboraciones gentes como Tono, Enrique Herreros, Edgar Neville y, aparte de otros muchos, en la fase final previa a su cierre, el mismísimo Álvaro de Laiglesia.
Si bien a Mihura le quisieron imponer consignas ideológicas, siempre mantuvo la misma línea, incluso suavizando la sátira humillante todo lo posible en lo publicado en 1939, año del fin de la guerra civil. Tuvo que dirigirse a la delegación en Salamanca en más de una ocasión para solicitar la protección de alguno de sus colaboradores, cuyo humor no era “bien entendido” por los censores del Movimiento y la publicación llegó a recibir críticas procedentes de los sectores más recalcitrantes del Régimen. Como curiosidad anecdótica, el diario falangista Arriba España, en su número del 5 de julio de 1938, condenaba el contenido de tres publicaciones de “estilo ligero” que se editaban en San Sebastián, las tituladas Domingo, Radio y Cinema y la propia La Ametralladora. A juzgar por este diario, que se editaba en Pamplona, en este último periódico se reproducían:
“…el dibujo y la literatura comunistoides que dieron el clima a la República Española del soviet […] Ciertas secciones habituales en el periódico de los combatientes van a deformar no sólo el gusto moral de nuestros soldados, sino toda su psicología honrada y simple”.
En el libro La Codorniz de Enrique Herreros encontramos una buena descripción del humor que se practicó en este semanario:
“…más allá del barniz político de chistes y textos que se publicaban metidos con fórceps, se hallaban bastante distanciados de las normas preestablecidas y se encontraban más cerca de sus neutrales líneas de humor, navegando por una corriente artística llamada naif surgida después del posexpresionismo y cuyos temas más utilizados se emparentaban con la vida cotidiana y con los sueños”.
En los últimos meses de andadura y tras la promulgación de la Ley de Prensa de 1938, Jesús Ercilla fue nombrado redactor jefe de La Ametralladora (junio de 1939), aunque estuvo pocos meses al mando, lo suficiente para convertirse en amigo de Miguel Mihura e interceder por él para lanzar posteriormente La Codorniz. A Ercilla le sustituyó Álvaro de Laiglesia, que procedía del semanario Flecha, y que trabajó en La Ametralladora hasta su cierre. La publicación cerró con el número 120 el 1 de abril de 1939. Su espíritu continuó en otra publicación, el semanario Tajo, donde se publicó como sección complementaria arrastrando el mismo título y con Mihura y Tono a las riendas de los textos y dibujos entre 1940 y 1941, justo hasta el momento en el que aparece el primer número de La Codorniz.
De La Codorniz escribía hace unos años el escritor Félix de Azua:
“En la España de Franco esa función (refiriéndose a lo que el llamó la “vida del espíritu” bajo un disfraz “irónico, sarcástico y paródico”) la cumplió durante casi 40 años La Codorniz, cuyo subtítulo (“La revista más audaz para el lector más inteligente”) ya concedía que había que ser muy espabilado para sugerir y captar la disidencia en un país cómodamente sometido a un régimen que moriría en la cama”, y “…Sin embargo, pocas revistas han sido más elegantes que aquella, sobre todo comparada con las zafias revistas actuales”.
Y así es, basta dar un repaso a las revistas humorísticas actuales tipo El Jueves o Mongolia, elaboradas a base de insultos, descalificaciones, ausencia de respeto por nada ni por nadie e irreverencias a la religión (siempre dirigidas a la misma religión), con un dudoso humor a menudo rayando en la zafiedad y la chabacanería cuando no el sectarismo más abyecto.
Nada que ver con el humor cultivado por esa Codorniz que, tras el gran Mihura, que la dirigió en sus tres primeros años de vida con la ayuda de personalidades como Enrique Herreros, Edgar Neville, López Rubio o Tono, pasó a dirigir Alvaro de Laiglesia. Todo un personaje que creó esa famosa frase, La revista más audaz para el lector más inteligente, y que es uno de los clásicos del humor español del siglo XX, como lo puedan ser otros insignes nombres de nuestra literatura (los mismos Mihura o Neville, Ramón Gómez de la Serna, Enrique Jardiel Poncela, Wenceslao Fernández Flórez, Julio Camba o Noel Clarasó), todos condenados en mayor o menor medida a la desaparición de su recuerdo por una única causa: la desinformación cultural española con base en la inquina, el sectarismo y el afán vengativo de unas generaciones que, despreciando y queriendo borrar el pasado, nunca podrán construir un futuro.
Alvaro de Laiglesia era lo que se suele decir “de buena familia” de San Sebastián y dueño de un carácter inquieto, solo estudió hasta cuarto de bachillerato, comenzando a colaborar en revistas como Fotos, Flecha o Unidad. Quedo deslumbrado por Federico de Urrutia en aquel La Falange eterna y comenzó a escribir poesía política firmada como "El Condestable Azul", que iban apareciendo en Flechas y Pelayos, aquella revista infantil donde, con apenas quince años, llegó a ser subdirector. Después de su paso, ya relatado, por La Ametralladora, donde fue redactor jefe con ¡tan solo! dieciséis años y finalizada la guerra, Víctor de la Serna lo acogió en Informaciones, aunque muy pronto su carácter alérgico a la monotonía, le hizo embarcarse en el Magallanes, rumbo a La Habana, acababa de comenzar la Segunda Guerra Mundial. Allí le aguardaba Pepín Rivero, director del Diario de la Marina, que había recibido una carta recomendándole de Manuel Aznar. Realizó una columna diaria a diez pesos semanales.
Poco dado a estar mucho tiempo en ninguna parte se volvió a Madrid, donde Mihura le ofreció el puesto de redactor jefe en La Codorniz, el cual aceptó encantado. Pero su desasosiego existencial le llevó pronto a plantar a Mihura, enrolándose voluntario en la División Azul junto a otros falangistas a combatir el comunismo en Rusia. A su vuelta con vida del infierno ruso le era más necesario que nunca el humor, y el regreso a la dirección de la revista lo llevó a treinta y tres años a ella dedicado, años del máximo esplendor de La Codorniz y en los que la censura lo visitó más de una y de diez veces. Unas por su propia osadía y otras porque el publico inventaba chistes que luego se le endosaban a la revista, sin que esta los hubiera publicado, tal era su popularidad.
Es el caso de aquella ocasión en que, a modo de parte meteorológico, se le atribuyó el siguiente titular humorístico: “Reina un fresco general procedente de Galicia que tiende a dominar a toda la Península”. Era falso, claro.
La Codorniz dejó de publicarse en 1978. Con ella desapareció una forma culta, afilada, irónica y mordaz de hacer humor inteligente dirigido a un público al que, como decía su lema, se le presuponía también el intelecto y el ingenio. Hoy, me temo, eso sería mucho suponer.