SEMBLANZAS
Miguel Fleta, el tenor falangista.
Una veneración extendida en el mundo de la lírica, de la ópera, de la música, no en vano el tenor aragonés alcanzó la cima de su arte y la fama en vida, para transcurrir después, más que a la leyenda, al verdadero mito.
Publicado en el núm. 332 de la Gaceta FJA, de mayo de 2020. Editado por la Fundación "José Antonio Primo de Rivera". Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP (servicio gratuito).
Miguel Fleta, el tenor falangista.
Este tenor, uno de los mejores que ha tenido España en todos los tiempos, es ahora olvidado en todos los medios de comunicación españoles. ¿Motivo? Me atrevería a decir que el principal, y único, ha sido por su pasado falangista. No debemos de olvidar que no hace tantos años, en Sevilla, prohibieron la celebración de un homenaje literario a Agustín de Foxá con motivo del 50 aniversario de su muerte, y solo por haber sido falangista.
Aquel día los poetas que iban a participar en el homenaje no sintieron turbación alguna para recordarle y recordar su poesía. Lo hicieron, debajo de un árbol a la intemperie y bajo las estrellas. Incluso el premio nacional de Poesía, Aquilino Duque, agradeció el veto:
«Porque es un honor mucho mayor que el hecho de que le den a uno la Medalla de Andalucía».
Así, pues, no creemos estar muy descaminados si nos apoyamos en ese juicio al pensar que el motivo de ser falangista fue la causa principal de silenciar su vida y su voz. Decía muy, asombrado el biógrafo de Fleta, Alfonso Carlos Sanz de Valdivieso:
«¿Acaso Miguel Fleta, en su ámbito es menos importante que García Lorca en el suyo?»
El tenor aragonés conoce a José Antonio Primo de Rivera en aquellas cenas de Carlomango que el líder falangista organizaba una vez al mes en el Café de París. Se iba de frac o de esmoquin, se alumbraban con velas, y tomaban platos extraños, sopa de tortuga o pez espada.
Esas cenas «tenían una intención política; José Antonio quería poner en contacto la Falange con los intelectuales de otros partidos políticos». Cuando José Antonio tomaba la palabra irradiaba confianza porque eran sinceras. «Oyéndole, Miguel no pudo dejar espacio a ninguna duda sobre lo que podía ser España. Miguel es hombre primario, fácil a la emoción, receptivo. Y aquel hombre le estaba descubriendo un sinfín de sensaciones. No ha necesitado mucho tiempo José Antonio para convencer a Miguel Fleta de que su voz tiene que ser una voz para Falange»
Después de las elecciones de febrero de 1936, con el triunfo del Frente Popular y el posterior encarcelamiento de José Antonio, ser amigo de Miguel Fleta no constituye una buena credencial, precisamente por su acercamiento a Falange Española.
Llega el mes de julio y la capital de España no es un lugar seguro para un hombre que se había significado políticamente. Abandona Madrid con toda su familia y cuando comienza la Guerra Civil, después de dejar a los suyos a buen recaudo, se integra en un grupo de voluntarios que luchaban en El Espinar (Segovia). Por aquellos días, según nos cuenta su biógrafo, Saiz Valdivieso, entonó una copla que habría de hacerse histórica:
Si al grito de viva España
con un viva no responde
si es hombre, no es español
y si es español no es hombre.
Cuando Salamanca, la Salamanca plateresca, la tierra de Castilla enjuta y despejada que tanto amó Unamuno, se convirtió en el centro vital del Nuevo Estado, allí iría Fleta para pedir ir al frente; pero las autoridades militares prefirieron que quedase porque su voz podía servir más para la causa, que en esos momentos agitaba a España.
Efectivamente, el tenor viajó por varias ciudades para cantar a los soldados que luchaban por una Patria que no cayera en las manos del marxismo y así salvar la civilización occidental, la civilización cristiana, tan amenazada, como dijo el propio Unamuno. Era la España universal y eterna querida por él:
«Mi purgatorio perdido, / tus penas me dan la vida, / no puedo darlas a olvido…».
En aquella Salamanca en la que, entre sus piedras aprendieron a amarla los estudiantes, falleció el autor de El sentimiento trágico de la vida, el último día de diciembre de 1936, mientras en su casa compartía unos momentos de charla con el falangista Bartolomé Aragón que acababa de escucharle sus últimas palabras:
«¡Aragón! ¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España tiene que salvarse!».
A la mañana siguiente se celebró la misa de difuntos por su alma. Por la tarde fue el entierro y los falangistas Víctor de la Serna, Antonio de Obregón, Emilio Díaz Ferrer y Miguel Fleta, llevaron el féretro por aquellas calles de Salamanca que les conducía hasta el cementerio donde reposarían para siempre los restos mortales del ilustre vasco. El falangista Gil Ramírez dio los gritos rituales:
«Miguel de Unamuno y Jugo: ¡¡Presente!!, que fue contestado con marcialidad estentórea por los falangistas, que habían cedido el honor de introducir el féretro en el nicho, a los catedráticos».
Pero la vida seguía implacablemente y Fleta decide trasladar a su familia a La Coruña donde fijan su residencia muy cerca del mar. El tenor ha de seguir cantando. Mercedes Sanz-Bachiller lo reclamaba para sufragar parte de tantos gastos en su Auxilio de Invierno, de la que fue fundadora y creadora la joven viuda de Onésimo Redondo. Todavía tiene tiempo de cantar en Lisboa y Roma, incluso grabar el Cara al sol.
Cuando comienza el año 1938 la salud del tenor va quebrándose. Su voz se apaga poco a poco y se da cuenta, pero quiere cumplir sus compromisos que cada día le cuestan más trabajo. Su voz ya no es la misma. Regresa a casa porque ya no puede más. Desde San Sebastián viene a verle el afamado médico Jiménez Díaz quien confirma que el tenor padece una enfermedad grave y que las esperanzas de que pueda llegar a sanar son mínimas. Efectivamente, el 29 de mayo de 1938, en plena primavera, Miguel Fleta fallece en La Coruña cara al mar después de haber cantado tantas veces cara al sol, a los 40 años de edad debido a la uremia que padecía.
Al siguiente día, a hombros de falangistas, sale de su casa la caja que contiene los restos del tenor. Familiares, autoridades y amigos, acompañan al cadáver hasta el cementerio donde es depositado en un nicho. Su biógrafo dice que iba amortajado con un hábito franciscano, sin embargo, otras fuentes dicen que fue amortajado con el uniforme de Falange.
Sea como fuere, aquí termina la corta vida de un hombre que nació el 1 de diciembre de 1897 en la localidad de Albalate de Cinca, provincia de Huesca, y que hacía el número ocho de los hijos vivos que tenía el matrimonio formado por Vicente Burro Gayán y María Fleta Esparragueri, que vivían de un café que tenían y en donde él, que era como un orfeón, tocaba de oído varios instrumentos y tenía buena voz que le servía para atraer clientes. Todos sus hijos heredaron una buena voz, pero sólo Miguel llegaría a lo más alto y en lo más alto quedaba aquella jota que un día cantó a los soldados de España cuando por las calles de Zaragoza se dirigían a la Basílica del Pilar, y desde un balcón, la voz recia del gran aragonés dejó oír la siguiente copla:
Anda, ve y dile a la Virgen
que yo también iré a verla,
pa pedirle de rodillas
que acabe pronto la guerra.