SEMBLANZAS

Miguel Hernández, marcado por el dolor

El poeta que dicen, y es verdad, que luchó con tres heridas: la de la vida, la del amor, y la de la muerte. El poeta que al no haber tenido el trágico final de García Lorca es, posiblemente por esta razón, el más silenciado de los dos.

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Miguel Hernández, marcado por el dolor

Miguel Hernández, marcado por el dolor


Durante la guerra civil, irrumpe un día Hernández en el edificio de la Alianza de Intelectuales y al ver el festín que se estaba preparando no pudo ocultar su enfado ante lo que él creía, con razón, un gran derroche mientras sus camaradas morían en los campos de batalla, el poeta dirigiéndose entonces a Rafael Alberti le dice: «Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta». Al parecer, estas palabras fueron escuchadas por María Teresa León quien muy enfadada se dirige al autor de El rayo que no cesa, y le dice: «No tienes ningún derecho a hablar así de una mujer y extender ese juicio a todas las mujeres de la Alianza. Eso no es de hombres. A la contestación suya, yo le pegué una bofetada», escribió la mujer de Alberti.

Antes, en plena República, había tenido un pequeño incidente con la Guardia Civil que le detuvo por ir indocumentado cuando paseaba a orillas del Jarama. Este incidente hizo que afloraran las ideas que le venía inculcando el poeta chileno Pablo Neruda y decide afiliarse al Partido Comunista. Después publicaría El rayo que no cesa, la Elegía, a su amigo Sijé, y varias colaboraciones en la Revista de Occidente y otras. Miguel ya comienza a ser de sobra valorado hasta tal punto que Juan Ramón Jiménez le dedica un extenso artículo en el periódico El Sol. Las cosas no le pueden ir mejor, pero le entristecía no haber podido asistir al homenaje que dieron al matrimonio Alberti por culpa de la presencia en él de García Lorca cuya incompatibilidad con Miguel era entre ambos de sobra conocida.

Pasa unos días estancia en Orihuela y retorna a Madrid donde le espera su trabajo en la editorial Espasa-Calpe y el rechazo, una vez más, de García Lorca a quien le desagradaba la presencia del poeta de Orihuela. Llega el verano y el aire que se respira en la capital de España, está muy enrarecido. A partir de aquí los acontecimientos se precipitan y el 18 de julio da comienzo un periodo triste para los españoles; pero en estos primeros días el poeta tiene tiempo de regresar una vez más a Orihuela donde tendría que pasar por el dolor de ver caer asesinado al padre de quien fue su esposa, Josefina, el guardia civil Manuel Manresa, a manos de los rojos. Miguel sigue inmerso en un mar de dudas y no sabe qué hacer hasta que a mediados de septiembre decide retornar a Madrid y enrolarse en el Quinto Regimiento y sale para el frente donde le encomiendan la labor de hacer fortificaciones. Ingresa después en el batallón de El Campesino que le permite ir con frecuencia a Madrid donde sigue con sus contactos con gente de las letras que le sirve para enrolarse en la 1ª Brigada Móvil de Choque que era la encargada de la difusión de la cultura, no incompatible con su nombramiento de comisario político.

Cuando la guerra está tocando a su fin, el poeta no sabe qué hacer. Su viejo amigo José María de Cossío le aconseja que abandone España, pero Miguel después de un intento de refugiarse en la Embajada de Chile decide trasladarse a la localidad de Cox no sin antes pasar por Valencia para recoger el original de El hombre acecha. No encontrándose seguro en Cox regresa de nuevo a la capital de España donde hace por ver al poeta falangista Eduardo Llosent Marañón a quien conocía desde hacía tiempo. Éste le proporciona «algo de dinero y una carta de recomendación» para el poeta Joaquín Romero Murube, alcaide del Alcázar hispalense, con quien se entrevista y le advierte, también los falangistas Sancho Dávila y Julián Pemartín, que Sevilla no es un lugar seguro para él y que es mejor que se marcha de España. Le ofrece pasar a Portugal donde al parecer Romero Murube «le tenía preparado paradero y residencia en Lisboa» Sin embargo, la escritora falangista Mercedes Formica, esposa de Llosent Marañón, no cuenta este episodio de la misma manera porque dice: «Terminada la guerra, había ido a Sevilla [Hernández] a pedirle que le ocultase, disimulado de pastor, en una finca de la familia, cercana a la raya de Portugal. En casa de Eduardo le dijeron que había marchado a Madrid; al no encontrarlo buscó a Joaquín Romero, alcaide del Alcázar».

Sea una versión u otra la cierta el caso es que el poeta todavía tuvo la oportunidad de que Llosent, una vez en Sevilla, pudiera esconderle, pero según su mujer, Miguel Hernández nunca llegó. Otra versión dice que se marcha a Cádiz en busca de Pedro Pérez Clotet autor del Soneto a José Antonio, a quien conocía de hacía tiempo. No llega a verle porque se encontraba en Ronda y es entonces cuando decide pasar a Portugal donde llega en muy malas condiciones viéndose obligado a vender su reloj de oro. Su aspecto levanta sospechas al comprador temiendo que fuera robado y lo denuncia. La policía portuguesa no hace otra cosa que entregarlo a las autoridades españolas y es entonces cuando comienza un nuevo calvario para el poeta. Primero ingresa en la prisión provincial de Huelva. A los pocos días lo llevan a la de Sevilla y a continuación a la de Torrijos en Madrid. Hernández trata de pedir ayuda a toda costa. Ahora es el secretario de la FET valenciana, Juan Bellod, quien, no importándole el riesgo que pueda correr, elabora un informe favorable al poeta, pero al final no serviría de nada. Sus amigos Cossío y el falangista Eduardo Llosent le consiguen un abogado. Sería Diego Romero Pérez.

Contra todo pronóstico el gobernador civil de Madrid ordenó su libertad, que a todos coge de sorpresa. Era el 8 de septiembre de 1939. Sus amigos siguen insistiendo que salga de España, pero él regresa a Orihuela y, una vez más, la mala suerte se cebaría en él porque es denunciado y vuelto a detener. Entra en prisión y le forman Consejo de Guerra el 18 de enero de 1940. Le acusan de haber sido comisario político y de haber intervenido en acciones bélicas. El veredicto es pena de muerte. A partir de aquí algunas personas se mueven para evitar ese trágico final. Quienes lo hacen con mayor ahínco son los falangistas Rafael Sánchez Mazas y José María Alfaro. Visitan al general Varela a la sazón ministro del Ejército. Este, junto con Sánchez Mazas, se entrevista con Franco. El 25 de junio, previo los trámites correspondientes, el asesor jefe de la Asesoría y Justicia del Ministerio del Ejército, firma un oficio dirigido al capitán general de la Primera Región Militar dándole cuenta que Franco en el «procedimiento nº 21001 seguido contra Miguel Hernández Gilabert, se ha dignado conmutar la pena impuesta por la inferior en grado, que serían treinta años».

Es trasladado a la prisión de Palencia donde recibe la visita del falangista Ridruejo que iba acompañado por otros falangistas que componían el grupo de la revista Escorial. Sufre un nuevo traslado. En esta ocasión al reformatorio de adultos de Alicante donde le diagnosticaron una grave enfermedad. Fallece el 22 de marzo de 1942 y con su muerte España perdía a uno de sus mejores poetas que siempre estuvo marcado por el dolor. 


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