SEMBLANZAS
Del olvido y la mentira.
Esa mentira no era otra que la vida intelectual en la postguerra, a partir de la victoria del bando nacional y, prácticamente en los cuarenta años que este duró, había sido un “páramo cultural”.
Publicado en la revista Gaceta de la Fundación José Antonio, núm. 319 (ABR/2023). Ver portada de Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín de LRP.
Del olvido y la mentira. Recordando a Samuel Ros y Rafael Sánchez Mazas.
Releía yo hace unos días dos magistrales artículos del pensador y filósofo Julián Marías, discípulo y seguidor de Ortega y Gasset, el ya famoso La vegetación del páramo (1977) y otro de veinte años después, recordando aquel, y que se llamó ¿Por qué mienten?
En ellos, don Julián, nada sospechoso de apoyo al régimen franquista, por el que fue encarcelado durante unos meses y posteriormente postergado en su carrera dentro de la Universidad, merced a la denuncia de un supuesto amigo, abordaba, en los albores de la Transición y luego tras veinte años de régimen democrático, en el transcurso de los cuales constata que continua sin cambiar nada, la mentira que se urdió, primero desde el exterior de España y luego fomentada y propagada en las escuelas y, sobre todo, Universidades, entre jóvenes cuyo conocimiento de la verdad histórica era un papel en blanco. Esa mentira no era otra que la vida intelectual en la postguerra, a partir de la victoria del bando nacional y, prácticamente en los cuarenta años que este duró, había sido un “páramo cultural”.
Hoy, don Julián, desgraciadamente, podría escribir, sin temor a equivocarse, una tercera entrega de ese primer artículo, y, si cabe, con mayores motivos.
La condena al olvido y el ostracismo ha sido, y sigue siendo, por ya demasiado tiempo, desdichado patrimonio de unos pocos, sino condena inmerecida para muchos, de los que decía Marías en su artículo seminal:
«Pero pienso que no son buenos botánicos los que hablan del “páramo” y se les pasa esta frondosa, esperanzadora vegetación, que pudo brotar en el clima más inhóspito, sin abono, sin cultivo, mientras tantos intentaban simplemente descastarla».
Y esto, que quizá tuviera cierta justificación recién finalizada la contienda, debido a la propaganda lanzada desde la mayor parte de los países europeos y el odio y afán de revancha de los vencidos, no es posible que siga persistiendo hoy en día, rebasados los cuarenta años de la defunción del régimen de Franco. Y no lo es no solo porque se hurta a todos los ignorados de la fama y el reconocimiento que merecerían sino porque también se está privando a muchas personas, inquietas intelectualmente y sin prejuicios políticos ni ideológicos, del conocimiento de una riqueza cultural e intelectual enterrada bajo toneladas de demagogia y deseos de venganza mal reprimidos.
Les aconsejo relean, si les place, los dos artículos citados, en ellos se hace una sucinta, y forzosamente incompleta, dada la concisión que debe tener un artículo periodístico, de autores, pensadores e intelectuales relegados o, como mínimo, menospreciados por la democracia posterior al 75, pero hay muchos más, vivimos en tiempos difíciles para el conocimiento, tiempos en los que, si no se atesora el valor de la curiosidad, del criterio propio y se dispone de la suficiente claridad de ideas para desprenderse y distanciarse de las ideas predominantes y el pensamiento único a que la dictadura de la corrección política nos aboca, acabaremos, como, desgraciadamente, una gran cantidad, no sé si la mayoría, pero si una importante suma de compatriotas, en el adocenamiento del pensamiento y, por tanto, en un empobrecimiento social y cultural que inexorablemente nos lleva a ser una sociedad de meros consumidores de propaganda e instrumentos para que esos lobbies llamados partidos del sistema nos conduzcan cual rebaño, cada cuatro años, a depositar una papeleta en una urna, papeleta que apenas nos detenemos a pensar lo que implica.
Viene esto a colación de la ocultación y práctica invisibilización que de muchos intelectuales, literatos y artistas en general se viene haciendo a causa de sus ideas políticas contrarias al pensamiento preponderante, y podríamos poner innumerables ejemplos: José María Pemán, Giménez Caballero, Muñoz Seca, Miguel Mihura, Edgar Neville, Agustín de Foxá, Jardiel Poncela, Eugenio d'Ors… ¿Cuántos de los jóvenes universitarios y de los no tan jóvenes profesionales actuales conocen y se han enriquecido y disfrutado con la lectura de estos maestros?
Tardaremos en darnos cuenta y será quizá tarde para corregir lo que significa de perdida para nuestro acervo cultural y espiritual el haber condenado al ostracismo a tantos y tantos que iluminaron una época y de los que ahora se priva a las actuales y quizá, si no ponemos remedio, futuras generaciones.
El primero que quiero traer aquí es un caso extremo: el de Samuel Ros. Samuel, dotado de una sensibilidad exquisita, fue capaz en sus escritos de hilvanar frases tan elocuentes y bellas como:
«El beso es lo único que no admite teoría”, Y a pesar de la dicha que se brindaba a mi dolor, no tenía más deseo que éste: volver a España para escribirlo…».
Discípulo del vanguardismo de Ramón Gómez de la Serna, falangista de la primera hora (asistía a la tertulia La ballena alegre que se reunía alrededor de José Antonio Primo de Rivera) e íntimo amigo de Dionisio Ridruejo. Al comenzar la guerra civil fue perseguido y su casa saqueada, se refugió en la embajada de Chile y posteriormente evacuado a ese país. A su regreso a España fue director de la revista Vértice y colaboró en la revista Escorial y otras publicaciones. Tiene varias obras de gran valor y, desgraciadamente, apenas conocidas, a pesar de que se editó una magnífica antología dirigida por el gran Medardo Fraile en el año 2002.
A modo de anécdota reseñar que, en 1940, escribió ese documento magnífico llamado A hombros de la Falange: historia del traslado de los restos de José Antonio, sobre el traslado del ataúd con los restos de José Antonio Primo de Rivera de Alicante a El Escorial.
Samuel Ros, tras la desgraciada muerte de su primera novia, pasó por un infierno en el transcurso del cual su amigo Dionisio Ridruejo lo acompañaba a veces al cementerio, donde Samuel, en ocasiones con lágrimas en los ojos, repetía el mismo ritual una y otra vez: encendía dos cigarrillos, se colocaba uno en la comisura de sus labios y el otro, cuidadosamente, sobre la lápida bajo la cual yacía su amor. En esa lapida había una inscripción premonitoria a modo de epitafio:
«Leonor, tengo tantas cosas que contarte».
Samuel murió joven, con apenas treinta y nueve años. Luchemos para que él y tantos otros olvidados nos sigan contando, para no privar a nuestros hijos y nietos de que esas otras voces les sigan hablando de sus deseos, sus sueños, sus miserias o sus riquezas interiores, para que su espíritu siga vivo entre nosotros. Es hora de que realicemos, cada uno desde su humilde y particular posición, una labor reivindicativa de esos nombres sepultados bajo la ignorancia y el odio, por los bajos instintos de la revancha y la venganza. Porque ellos lo merecen. Y para que Samuel, y tantos otros, como él escribiera en la tumba de su amada, puedan seguir contándonos.
Por eso hoy también quiero recordar especialmente a Rafael Sánchez Mazas, ideólogo y fundador de Falange en cuya primera junta directiva se integró. En febrero de 1934 compuso Oración por los muertos de la Falange, que quiero recordar y que culminaba con estas bellas palabras:
«Danos ante los hermanos muertos por la Patria perseverancia en este menosprecio hacia las voces farisaicas y oscuras, peores que voces de mujeres necias. Haz que la sangre de los nuestros, Señor, sea el brote primero de la redención de esta España, en la unidad nacional de sus tierras, en la unidad social de sus clases, en la unidad espiritual en el hombre y entre los hombres, y haz también que la victoria final sea en nosotros una entera estrofa española del canto universal de tu gloria».
De parte de su peripecia vital, su conducción en 1939 al santuario de Santa María del Collell junto a otros prisioneros para ser ejecutado, del que se escapó un 30 de enero antes de ser fusilado, refugiándose en una masía gerundense junto a tres soldados republicanos que habían huido de la retirada y pasando luego con ellos a zona sublevada, dio cuenta en parte el libro, y posterior película Soldados de Salamina, y no quiero abundar en ello pero si decir que, tras la guerra civil, y ocupando diversos cargos en los gobiernos de Franco, intercedió por bastantes personas que no procesaban su ideología, como ocurrió con el gran poeta Miguel Hernández, por el que abogó para que se le conmutara la pena de muerte.
¿Cuántos hoy en día han leído o, al menos, conocido, esas dos grandes novelas de la literatura española de los años de postguerra que son La vida nueva de Pedrito de Andía, publicada en 1952, y Rosa Krüger, que fue publicada en 1996 (si bien fue escrita cuando Sánchez Mazas estuvo refugiado en la embajada chilena en Madrid, y la leía cada noche por entregas, a modo de folletín, a los que con el allí se protegían, pero que nunca, hasta ese año de 1996, se vio publicada en su integridad).
Un fragmento de La vida nueva…, una narración donde el escritor, milagrosa y prodigiosamente, pues la escribió con más de cincuenta años, se pone en la mente y el corazón de un pequeño desde sus siete años y hasta su primera adolescencia y descubre, por vez primera, el amor, nos habla a las claras de la sensibilidad y hermosa candidez de esta obra que debería figurar entre las mejores de nuestra literatura:
“El amor –le explicó a Pedrito el padre Cornejo, su maestro– era un deseo grande de hermosura y, como la mayor hermosura es la del alma, el amor perfecto es darlo todo, ofrecerlo todo, hasta la vida, para que la persona a quien queremos tenga un alma hermosa, que es como decir sin mancha de pecado alguno”.
Si no lo han hecho, lean la obra de Sánchez Mazas. Rescátenlo, a él también, de la injusticia y el olvido.