Todo sigue igual…, pero peor
Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 419, de 19 de febrero de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.
Poco ha variado el ambiente en cuanto a las inquietudes que tenemos respecto a España. Eran de esperar. En todo caso, que el pasar de los días y cumplirse los acontecimientos que había previstos para el domingo 14, la cosa iría a peor. Dicen algunos, a través de la prensa, que Pedro Sánchez ha sacado el asunto tal como lo tenía previsto con su mago Iván Redondo. Si no resbala todavía algún voto en sentido contrario, el PSOE del exministro de sanidad que tan colosalmente ha llevado el tema del coronavirus, señor Salvador Illa, ha quedado el primero por número de votos aunque con los mismos escaños que ERC, lo que le deja al pie de los caballos, según el dicho popular.
No obstante, lleno de ardor combativo, rápidamente se ha lanzado el señor Illa a las clásicas consultas con todos los partidos políticos proponiéndoles que le nombren presidente de la Generalidad, que no hay nada mejor. Omitiendo, en dicha consulta, a VOX que, como se va extendiendo por campos y ciudades, al parecer es portador de un virus peor que el covid-19 con el que se las ha tenido el señor Illa, debiendo ser portador de señales aciagas, nefastas para la política, por más que resulte el único partido que anuncia la vida sana, el sol cautivador, la paz verdadera, la verdad y no pocas otras canciones que alegran el haber nacido y el poder discurrir por este mundo tan funesto, tan putrefacto, con tan pestilente olor. ¿Por qué le tienen tanta tirria toda la izquierda y los separatistas? ¡Ah! Seguramente porque es el partido que pone mayor ímpetu en que España no se vaya al garete y encamine su ruta por donde siempre debió andar.
En esas anda el licenciado Illa. Esperanzado con acceder al más destacado asiento de la Generalidad, lo que le resultará sumamente difícil ya que los partidos independentistas, que lo tienen sencillo, harán lo necesario para juntándose y acaparar todos los cargos de la misma. El listo ha sido Miguel Iceta, el anterior secretario del PSOE en Barcelona, que, conociendo el percal, e intuyendo lo que podría pasar, hizo el cambio por el ministerio de Política Territorial y Función Pública.
Aunque lo españoles lo hemos querido ocultar durante todos estos años, quizá por la ilusión de entrar en un periodo en el que íbamos a conseguir lo que nos faltaba en cuando a la libertad tan cacareada por otros gallineros, o por porque por vaguería teníamos la esperanza de equivocarnos, delegamos en el hado que nos proporcionaría los hojalateros que podían ir soldando las puntas que habían ido quedando sueltas en el texto de la Constitución, o los lañadores que empalmaran todo aquello que aparecía como volátil. Pero, lo cierto, lo que terminó sucediendo es que esos hados se equivocaron y contrataron a unos hojalateros y lañadores que se ocuparon de coger los trozos de la Constitución que no quedaban claros y, mediante nuevas leyes y reglamentos, fueron retorciendo lo que unos pusieron con empeño y otros con diferentes miras. Quizá, aunque estuviéramos tan contentos, la transición empezó con mal pie al empeñarse en ver a todo el mundo como bueno, santificado. Y no fue así. Los que no se confesaron y por ello no renunciaron a las inclinaciones negativas de su ADN, fueron propensos a sacar adelante los órdenes que ese ADN indicaba.
Franco, el «dictador», encarriló el camino que se podía seguir, sin imponer ninguna condición. Dejó bastante claro que a él ya no le correspondía dirigir los destinos de España y pensó que encomendaba el país a un responsable, el rey Juna Carlos I, que, con todos los cambios que sabía habían de producirse, seguiría por la trocha que tanto había costado limpiar de virus nocivos, de hierbas venenosas, de rocas que podrían cambiar el recorrido. Como edecán más adelantado, el rey se apañó con Adolfo Suárez y fue buscando nuevos colaboradores cuyas inclinaciones eran distintas.
El transcurso del tiempo fue aportando con un material humano de menor preparación, con intenciones distintas a las que aceptó la transición en el primer momento, formándose gobiernos que cada vez eran menos representativos, la calidad de sus componentes iban siendo manifiestamente más bajas, y poco a poco, sin apreciarse demasiado, se iba desmoronando también el ADN del país. El toque de campana que anunciaba que se estaba produciendo un incendio lo dio el 23F. Donde hubo de todo: errores, traiciones, cobardía, miedo, y discurso del rey. Y luego, la acción de los nuevos lampistas y hojalateros que, pasando el gobierno de unos a otros, no supieron actuar con la seriedad que el caso merecía, con la energía precisa, permitiendo que la porquería se fuera acumulando más, tanto por debajo como por encima de las alfombras, ya fuera en los palacios o las escombreras, rebajando el nivel de los valores tradicionales, adoptando nuevos modos destructores,... hasta caer en la ciénaga en la que nos encontramos.
Lo diremos una vez más para no ser confundidos por nuestras apreciaciones sobre la marcha del país y de quienes asumieron la obligación de acrecentarlo en todos los aspectos respecto a cómo lo tomaban, pues es condición de todo heredero hacer lo preciso para entregar el patrimonio en mejor situación que lo tomaron. Desde nuestra pequeña atalaya, desde nuestro castillo interior que diría Teresa, la santa de Ávila, nos movemos y manejamos con ideas propias –seguramente no siempre certeras aunque sí encaminadas desde la honradez y la honestidad– pues, queriendo ser libres, no nos sometemos a los dictados despóticos con los que no comulgamos, sean de quien sean, ni los comportamientos de ninguno de los partidos políticos que campan por España. A lo más, a veces coincidimos con alguno en momentos puntuales y a él le damos nuestro voto aun sabiendo que no harán un total buen uso de él. Somos lo que de vez en cuando surge en cualquier rincón del país, un Juan Español hasta las cachas como diría un castizo, defensores de los valores de los que fuimos dotados al nacer, y opuestos a todo propósito que los descerebrados, pérfidos y malvados intentan imponernos.
Por ello tenemos como tótem al botijo, pieza de artesanía que ya existía en España en tiempos de los fenicios, que se ha seguido fabricando con la misma hechura aunque los distintos alfareros, a lo largo de los siglos, han ido introduciendo variedades sin salirse del esquema básico, complementado a veces artistas en su decoración. Como recuerdo de esa antigüedad, hoy traemos un botijo de cultura fenicia, del siglo IV a.C., sin duda original, con la boca vertical en un lateral y pitorro en forma habitual.