Una furtiva lágrima

5/01.- ¿Y quién derrama una sola lágrima, una sola, por aquellos que murieron cuando en España se mataban entre sí, aparte sus familias y allegados? ​

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 399, de 5 de enero de 2021.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.

Una furtiva lágrima

Quien no ha cantado, incluso tarareado, alguna vez aquello de «La verbena de la Paloma» ¿Dónde vas con mantón de Manila...? O esto otro de «La Revoltosa» ¡Ay, Felipe de mi vida...! Y otras muchas romanzas nacidas de nuestras zarzuelas. Porque esas melodías fueron creadas para perdurar en el tiempo, ahí las tenemos a disposición de los oídos de quienes sepan escuchar. Y más allá, fuera de nuestras fronteras, alguien ha olvidado aquel aria famoso de «El elixir de amor», de Donizetti, de comienzo tan sublime como Una furtiva lágrima / asoma por los tus ojos..., que no recuerdo tenor que se precie que no la haya cantado, entre los nuestros Kraus, Domingo, Carreras y más.

Pues ha sido la evocación de este lamento de amor lo que me incita a pergeñar este artículo, que, aunque no lo parezca, no va a tener como asunto, precisamente, la música, sino el llanto.

Valdrá decir que una lágrima no es llorar, pero rompe la bolsa de donde mana esa efusión acuosa que, a veces, nos humedece los ojos. Y cuando esa lágrima y esos ojos se conjugan y se unen en una pasión amorosa, he aquí el triángulo que ennoblece el espíritu, del que hoy hablo. Se sublima hasta lo infinito cuando esa gota, que sale del manantial encendida por la pasión cruza los aires a la busca del amado, o la amada, que en esto es necesario especificar para evitar confusiones perversas en tiempos oscuros.

Y cuando lo hace, cuando trastabilla entre los ángulos del polígono, cuando va de los ojos a la lágrima y de esta al mar inmenso, ahí se produce el grandioso milagro que la eleva a emoción inesperada. Por eso es furtiva, por eso asoma tímidamente por una comisura, por eso, al fin, resbala por una mejilla acezante. Por eso no es posible remedar con palabras lo que sienten los corazones cuando se sumergen en ese humedal lacrimógeno.

La primera ministra de Dinamarca ha roto en llanto cuando comentaba que en su país están matando a los visones, para desgracia de la industria peletera, digo yo, y en España, a otra ministra, en este caso no la primera sino más bien, haciéndole un favor, inmersa en el pelotón de cola, se le han escapado unas cuantas gotezuelas que hacen pensar en ciertas aptitudes para la escena, que a lo mejor era en ese campo donde mejor se ganaba el sueldo. Ha muerto un futbolista y medio mundo se ha anegado en sollozos, no solo sus amigos y familiares sino compañeros en el campo de juego, y me viene a la retina el caso Valdano.

Y en Escocia, y un poquito en Marbella, a algunos se le ha ido la tarde en lamentos y pujos al enterarse de que el celebérrimo Connery ha fallecido, es posible que hastiado de ver a tantos colegas como han intentado imitarle su más atrevida interpretación. Y así, para no cansar a nadie, uno tras otro se van yendo, como nos iremos todos, y alguien habrá que en la soledad de su cuarto abra la compuerta de sus ojos y derrame alguna lágrima, tal vez no furtiva pero sin duda auténtica, pues siempre habrá alguien que las guardaba para la ocasión.

Y en este punto, debo preguntarme: ¿Y quién derrama una sola lágrima, una sola, por aquellos que murieron cuando en España se mataban entre sí, aparte sus familias y allegados? Y me asombro cuando pienso dónde están esos ríos caudalosos que lamentaban, que se dolían, que espantados oían los cánticos fúnebres por los asesinados por unos terroristas. Y ahora, en este crucial momento, ya que nuestra generación no alcanza a recordar cómo fe diezmada la población cuando las pestes del pasado, cuando la pandemia hace honor a su nombre y se ha convertido en la capital del Infierno, en fin, cuando oigo decir que ya se acerca al millón y medio de personas la cifra de los que no podrán contemplar esa catástrofe, ¿quién las llora, quién derrama un solo hilillo de dolor por esos ojuelos sin nombre, pues tras de la máscara apenas si se distinguen los tonos de las pupilas?

Ahí es donde hay que buscar la verdadera razón del llanto, del que la lágrima es su tarjeta de visita, pues las otras, las de los enamorados, que son furtivas, asustadizas, licuadas en pasiones intransferibles de amor, se bastan a sí mismas para convertirse en canción.

Tal vez, en vista de las circunstancias, tengamos que conformarnos con aquella que cayó en la arena, que cantaba Peret, porque a la chica del cuento se le había negado un beso. Así es la vida, así hay que contarla.

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